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Diálogos entre hombres y máquinas

IMAGE: Modified from Jose Miguel S. - Pixabay (CC0)

El uso de un asistente doméstico inteligente como Amazon Echo o Google Home tiende a ser, por lo general, bastante repetitivo: uno suele acostumbrarse a la serie de comandos que utiliza habitualmente y tiende a hacer uso casi siempre de los mismos: sea preguntar cosas, poner música, apagar y encender luces, apuntar cosas en la lista de la compra, poner alarmas o avisos, etc., lo normal es que un usuario se quede con una pequeña parte de las funcionalidades de su dispositivo, y tenga pocas ocasiones para descubrir otras posibilidades nuevas.

Algunas funciones resultan claramente obvias, y en muchos casos, forman parte de las prestaciones originales que nos llevaron a instalar el dispositivo en primer lugar. Otras funciones vienen de la mano de dispositivos adicionales: si adquieres, por ejemplo, una cámara, un sistema de riego, un controlador para la televisión o unas bombillas, tenderás seguramente a buscar la pegatina de «funciona con Alexa», y en cuanto instales el aparato en cuestión, meterás sus comandos asociados en tus rutinas. De hecho, para los fabricantes de muchos dispositivos, la idea de posibilitar que sean accionables desde un asistente doméstico de este tipo empieza a configurarse como un atributo cada vez más importante de cara a ciertos segmentos de mercado.

Lo que resulta más difícil es enterarse de otras posibilidades adicionales, o incluso pensar en desarrollarlas. Por lo general, los algoritmos que permiten llevar a cabo esas funcionalidades provienen de la compañía que comercializa el asistente inteligente (Amazon, Google, Apple, Baidu, etc.) y se despliegan de manera completamente unidireccional. Algunos usuarios llegan a crear sus propios comandos, conjuntos de instrucciones conocidos como rutinas, para cuando, por ejemplo, se van a la cama, que apagan todas las luces de una planta y encienden las del dormitorio, o cuestiones similares, pero ese es, básicamente, el nivel de sofisticación alcanzado: una agrupación de comandos predefinidos.

Eso, sin embargo, podría empezar a cambiar: según una nota publicada por Amazon hace algunas semanas, sus dispositivos podrían estar preparándose para ser entrenados por sus usuarios, y para adquirir nuevas funcionalidades derivadas de procesos bidireccionales. Un usuario, por ejemplo, podría llegar a «explicar» a su dispositivo qué entiende por una configuración determinada: si le dices que ponga las luces en modo cena, el dispositivo podría pedirte que definieses qué entiendes por modo cena, y tú podrías explicarle que quieres que baje todas las luces de la habitación salvo las que están encima de la mesa para poder ver lo que vas a comer. El dispositivo se aprendería esa configuración definida por el usuario, y podría utilizarla posteriormente.

La idea de una «teachable Alexa» con cuyos algoritmos el usuario puede interactuar o definir puede resultar bastante interesante, y es un paso más en la personalización de este tipo de dispositivos. Los hogares que adoptan este tipo de asistentes están viendo cómo, partiendo de unas funcionalidades muy básicas, evolucionan hacia posibilidades más sofisticadas a medida que instalan más dispositivos: hace tiempo que tengo varias Alexas en casa, tengo también varias cámaras Ring, pero solo ayer me di cuenta que, derivado del hecho de tener (también desde hace tiempo) un Amazon Fire TV pinchado en la televisión podía, con un solo comando, pedirle que me mostrase la cámara de la puerta de entrada en la televisión antes de abrir la puerta, o la del jardín si he oído un ruido. Si además puedo contar con que Alexa «se aprende» algunas de mis peticiones o me permite definirlas, las posibilidades, obviamente, crecen, y la propuesta de valor lo hace también.

Por otro lado, resulta interesante ver cómo evoluciona nuestro cerebro cuando interactuamos de manera habitual con una inteligencia artificial: algunos creen que tener un dispositivo de este tipo simplemente «nos convierte en más vagos» porque le pedimos que nos encienda o apague las luces en vez de levantarnos a hacerlo, cuando la realidad es que te enseña a formular tus peticiones, a pensar en modos de acceso a la información, o incluso a escribir algunos comandos de forma sencilla. En la práctica, es la manera de «re-cablear» nuestro cerebro para prepararnos para un mundo en el que este tipo de asistentes o las rutinas de automatización de tareas serán, sin duda, cada vez más ubicuas y dotadas de cada vez mayores funcionalidades. A pesar de su supuesta sencillez, es completamente normal que una persona sin entrenamiento en su uso incurra en numerosos errores, como tratar de conversar con normalidad en lugar de utilizar el comando de activación al principio de cada frase, proporcionarle comandos sin sentido, o completamente ininteligibles.

La idea de bidireccionalidad, de que los algoritmos puedan ser entrenados por el propio usuario, ofrece posibilidades muy interesantes y puede ser una base para el desarrollo de nuevas funcionalidades que incrementen la propuesta de valor percibida, y un paso más en nuestra interacción con este tipo de dispositivos, que en la mayor parte de los casos se reduce a un esquema «petición – respuesta». Si empezamos a incluir diálogos en varias fases, como los necesarios para «explicar» lo que hemos querido decir con algo para que el dispositivo «se lo aprenda para otras veces», las posibilidades pueden ampliarse bastante. Añade algunos incentivos para compartir este tipo de «algoritmos mejorados», y puedes encontrarte con un ecosistema sensiblemente más valioso. Será cosa de empezar a jugar y a probar lo que da de sí…


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