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El desastre de la geolocalización

IMAGE: Mohamed Hassan - Pixabay (CC0)

Un artículo en The Markup, «There’s a multibillion-dollar market for your phone’s location data«, desvela interesantes detalles de las turbias estructuras que permiten que los datos de geolocalización que los usuarios generamos a partir de aplicaciones que utilizamos para todo tipo de propósitos razonables terminen siendo compartidos con todo tipo de actores inesperados y convirtiéndose en una flagrante violación de nuestra privacidad a todos los niveles.

Las evidencias de que en torno a la geolocalización ha surgido todo un entramado de compañías dedicadas a que los datos de los usuarios terminen en las manos más insospechadas había sido ya ampliamente estudiada y demostrada anteriormente, en artículos que ponían de manifiesto cómo aplicaciones de todo tipo, desde una simple app para saber el pronóstico del tiempo hasta muchas otras de otros tipos, incluyendo las que usas para hacer ejercicio, para movilidad urbana, para fotografías o para infinidad de cosas más, han construido un inmenso mercado persa en el que nuestros datos se intercambian sin que tengamos control alguno sobre ello. Los controles sobre las aplicaciones recientemente introducidos por Apple en el sistema operativo de sus dispositivos han mejorado algo la situación, pero esta sigue estando muy lejos de estar bajo control.

¿Qué sentido tiene que los datos que generas cuando sales, por ejemplo, a hacer ejercicio, cuyo destino debería ser única y exclusivamente que pudieses visualizar en un mapa tu recorrido y, eventualmente, compartirlo con otra persona o, en último término, si lo demanda un juez, terminen en su lugar en manos de todo un conglomerado de compañías que los venden y revenden para poder desde estimar tu valor como cliente, hasta decidir qué publicidad se te hace llegar, pasando por vete tú a saber qué otros fines? En algún momento, cuando aceptaste los términos y condiciones de servicio de esa app y viste que solicitaba permiso para utilizar tu geolocalización, pensaste simplemente que la cuestión tenía sentido, que el funcionamiento de la app se basaba en la geolocalización y, por tanto, era la manera de que pudiese saber por dónde ibas, a qué velocidad corrías o qué pendientes subías, y decidiste – si es que le dedicaste el más mínimo tiempo y consumo neuronal a ello – que lo autorizabas. Sin embargo, el salto conceptual desde «utiliza mi geolocalización para informarme sobre esto» hasta «utiliza mi geolocalización para lo que te dé la gana y véndesela al mejor postor» nunca, jamás, debió haber sucedido, y si así ha sido, apuesto lo que haga falta a que ha sido o bien sin el conocimiento del usuario, o mediante algún tipo de artimaña o truco legal para ocultárselo.

El consentimiento con respecto a los datos de geolocalización tiene que estar muchísimo mejor expresado, de manera infinitamente más clara. Que yo permita a la app que utilizo para obtener un servicio de transporte conocer mi localización es completamente lógico. Que esa app interprete que ese permiso sirve para que pueda tomar los datos que he generado y vendérselos a quien le dé la real gana, es de auténticos sinvergüenzas sin escrúpulos. Así de sencillo. Esa disfuncionalidad absolutamente abusiva entre lo que el usuario cree estar aceptando y lo que acepta realmente al instalar una app tiene necesariamente que desaparecer.

Que en torno a los datos de geolocalización surja semejante «industria», por llamarla de algún modo, implica solamente una cosa: que todo eso está ocurriendo no solo sin que el usuario sea consciente de ello, sino que además, si le pudiésemos ofrecer una representación clara y visual de hasta dónde han llegado sus datos de geolocalización y en manos de quién están, se escandalizaría completamente. Simplemente, no tiene sentido ninguno. Una cosa puede ser utilizar datos completamente agregados y sin posibilidad de identificación individual para generar desde mapas de calor, información sobre el movimiento de transeúntes, flujos de tráfico de vehículos o infinidad de utilidades más, y otra muy distinta utilizarla para construir perfiles detallados de cada usuario y ponerlos en manos de compañías muy distintas a las que los generaron para que puedan usarlos como les dé la gana.

Esta «industria», con muy escasas excepciones, entra toda ella dentro de una misma categoría: la de «basura que hay que cerrar», preferentemente con el paso adicional de llevar a sus fundadores a los tribunales. Si la única manera de hacer una app viable económicamente es engañando a sus usuarios y comercializando su privacidad con el pretexto de ofrecerles otros servicios, esa app no debería existir, así de sencillo. Hay tanto engaño y tanto abuso en este mercado, que toda la moralidad del mismo debería ser directamente puesta en cuestión, investigada y regulada adecuadamente por las autoridades. Y esperemos que así sea.

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