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El futuro de la banca

IMAGE: James Qube - Pixabay (CC0)

Mi columna de esta semana en Invertia se titula «Bancos, máquinas y personas» (pdf), y es una aproximación a una actividad que en su momento se llevaba a cabo de forma prácticamente manual y que requería grandes plantillas para llevarse a cabo, pero que a medida que la tecnología y la evolución de los usos y costumbres permite su automatización, se está convirtiendo en uno de los grandes sectores a reconvertir.

La reconversión de la banca, me temo, va a tener poco que envidiar a la de otros sectores que, en el pasado, dejaron a decenas de miles de personas en el paro. La banca no solo está brutalmente sobredimensionada para la actividad que lleva a cabo, sino que además, como resultado de ese sobredimensionamiento, sus productos son especialmente malos en relación con los que sus competidores más modernos pueden ofrecer.

Tomemos como ejemplo un plan de pensiones o un fondo de inversión: tras muchos años de mantener esos productos en varios bancos tradicionales, tomé la decisión de traspasarlos a un gestor de fondos indexados que trabaja de manera casi completamente automatizada. La rentabilidad se elevó de una forma tal, que tenía la impresión casi de estar haciendo algo delictivo. ¿El secreto? Muy simple: cuando un banco tradicional invierte el dinero de sus clientes, trata de hacerlo mediante supuestos «sabios» que escogen esas inversiones, trata de escoger ganadores, de vencer al mercado, de anticiparse a sus tendencias y de todo eso que nos decían en los años ’80 y ’90 que los grandes inversores hacían (cuando la realidad era que esos supuestamente exitosos inversores solían simplemente ser sinvergüenzas que se aprovechaban de información privilegiada, algo que llevó a no pocos de ellos a terminar en la cárcel). Aquella narrativa tuvo un gran efecto en el inversor ordinario: cuando su banco, o a partir de ciertos niveles, un banco de inversión, le ofrecían un fondo, se sentía un privilegiado que podía acceder a esos grandes consejos de inversión solo disponibles a las grandes fortunas, y metía su dinero ahí, supuestamente protegido por el sólido prestigio de la entidad.

¿La realidad? Que como bien demostró Eugene Fama, premio Nobel de Economía, ningún inversor, por sagaz que sea, es capaz de vencer al mercado de forma consistente, lo que nos lleva a que siempre sea más rentable invertir al índice, o a un conjunto balanceado de índices en función del riesgo. Todos esos supuestos «genios» de la inversión, por tanto, no sirven nada más que para tener que pagarles sus sueldos. La realidad es que un gestor de inversiones es siempre mejor cuantas menos personas tiene en plantilla, cuantos menos sueldos tiene que pagar, porque su actividad no requiere prácticamente de personas, sino de algoritmos. Los mejores fondos de inversión del mundo están gestionados por máquinas, no por personas. Cada vez que ves los edificios de tu banco, sus anuncios en televisión o a los empleados que te atienden, tienes que pensar una cosa: todo eso lo estás pagando tú, y sale de tu beneficio.

Todo ese tiempo en que los fondos de pensiones o de inversión que tienes en tu banco te han dado unos beneficios insignificantes o incluso pérdidas, todas esas excusas que el empleado de turno te daba «es que está todo fatal, es que el mercado…» eran, en realidad, falsas. Mentira. El mercado, con la excepción de los dos primeros meses de la pandemia, no ha hecho más que subir. Si tú no lo has cobrado no ha sido porque esos beneficios no hayan estado ahí, sino porque o bien los gestores de tu banco son una panda de incompetentes, o porque se lo han comido todo a base de cobrarte comisiones.

Por un lado, no suelen invertir bien. Y por otro, además, sus costes se comen los beneficios de tus inversiones. Pero es peor aún: cuando hablas con tu banco, y te intenta convencer – cuando no directamente chantajear con la amenaza de más comisiones, o de no concederte un préstamo – para que inviertas con ellos, si les dices que tienes tu dinero en un fondo indexado y automatizado… ¡prácticamente no saben a qué te refieres! Es uno de esos impresionantes casos de «disrupción que no ven venir», o al menos, no los empleados de a pie – quiero creer que los grandes directivos sí saben lo que se les viene encima. A día de hoy, dejar que sea un banco tradicional el que invierta tu dinero no tiene absolutamente ningún sentido.

En la práctica, a día de hoy, todo aquel que usa un banco tradicional para algo más que mantener una cuenta en la que ingresar la nómina y pagar los recibos, está simplemente tirando su bien ganado dinero. Los bancos tradicionales, con sus oficinas, sucursales, campuses y plantillas sobredimensionadas, se han convertido en un enorme monumento a la ineficiencia, y sus recientes expedientes de regulación de empleo no se deben a la consolidación, sino a la evidencia de que les sobra algo así como el 90% de las personas que trabajan en ellos.

¿Duro? Sin duda. Hablamos de una industria que genera una gran cantidad de empleo, tradicionalmente considerado de cierta calidad, y que era a la que muchos de los graduados de una buena escuela de negocios querían ir… en los años ’90. Pero toca frotarse los ojos: eso ya no es así desde hace mucho tiempo. Hay muchos otros competidores, llámense fintech, neobancos o como se quiera, que han entendido esto perfectamente, y que crean propuestas eficientes, ligeras y frugales, y que van rápidamente convirtiéndose en rentables. Lo saben en mercados como África, que se va a saltar la era de la gran banca para irse directamente al mundo fintech. En muchos países del mundo, incluida España, la reconversión de la banca va a ser, me temo, tan dolorosa como la de muchos otros sectores que han experimentado en sus propias carnes la automatización.

Mientras tanto, como cliente, haz lo que tu sentido común te dicte. Yo ya hace bastante que lo hice, y no puedo estar más feliz.


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