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Shanghai y la creciente distopía del «aislamiento duro»

IMAGE: Yiran Ding - Unsplash

El «aislamiento duro» (硬隔离) decretado por las autoridades chinas en varias ciudades para tratar de mantener la política denominada de «cero COVID» en medio de la oleada de la variante Omicron está dando lugar a una auténtica distopía, con calles vacías, ciudadanos físicamente encerrados en sus casas con vallas y tornillos, robots y drones patrullando las calles mientras lanzan mensajes a la población que grita por las ventanas, y el mayor atasco logístico de la historia en las inmediaciones del puerto de Shanghai.

El caso de Shanghai, una ciudad de veinticinco millones de habitantes, parece especialmente preocupante, lo que me llevó a intentar verificar las noticias que estaba leyendo a través de algunas personas que conozco en la ciudad. Las cosas que me han contado no solo confirman estas noticias, sino que proporcionan detalles escalofriantes sobre lo que allí está pasando, algo que algunos describen como «inimaginable e irreal». Hablamos de una ciudad enormemente cosmopolita, en la que, en el pasado marzo, empezaron a imponerse confinamientos estrictos. En algunas zonas llevan en estas condiciones desde primeros de marzo, con los ciudadanos encerrados en sus casas, sin poder abandonarlas más que para ir a los centros de diagnóstico, obligados a hacerse auto tests diarios y, en caso de dar positivo, provocando que se mantenga el confinamiento de todo el edificio, en lo que parece para muchos un ciclo interminable y desesperante.

En un primer momento, el aviso de confinamiento general estricto se publicó especificando las fechas del 1 al 5 de abril, lo que llevó a la mayor parte de los habitantes a pensar que sería una cuestión de unos días, y a abastecerse de suministros para aproximadamente una semana. Pero a medida que ha ido pasando el tiempo y los ciclos de confinamiento por detección de más casos continúan, la desesperación va cundiendo de manera cada vez más generalizada, mientras en los centros de cuarentena en los que aíslan a los ciudadanos reparten banderitas y les hacen cantar canciones patrióticas.

A finales de marzo, empezó a hacerse progresivamente más difícil conseguir comida o ingredientes frescos a través de las aplicaciones de envío a domicilio, lo que llevó a cada vez más ciudadanos a levantarse cada vez más temprano para tratar de conseguir los primeros slots de reparto antes de que se saturasen. La situación es paradójica, porque hay comida en abundancia y, de hecho, se está estropeando porque no hay repartidores, sometidos también al mismo confinamiento duro que el resto de los ciudadanos. Al principio, el problema era simplemente tratar de aguantar una semana con lo que tuvieras en casa e intentar abastecerte llamando a tiendas cercanas, pero en abril cerraron la inmensa mayoría de las tiendas, y la situación se puso cada vez más difícil. El comercio electrónico dejó en su mayor parte de funcionar, los retrasos comenzaron a acumularse, y los usuarios dejaron de recibir sus pedidos. Solo los vehículos autorizados pueden moverse por la ciudad, lo que hace la logística extremadamente complicada. En muchos edificios hay barreras físicas que impiden que se salga de ellos, lo que convierte en terriblemente difícil la tarea de recepcionar un pedido. La situación es todavía más complicada para aquellos ciudadanos que tienen mascotas, que están recibiendo un trato particularmente duro.

Las restricciones están siendo llevadas a cabo por voluntarios, lo que da a todo una apariencia extremadamente precaria y heterogénea, en la que se responde a las situaciones de maneras completamente impredecibles. A medida que falta la comida, los habitantes de la ciudad van intentando agruparse en sus edificios para hacer pedidos a mayoristas y conseguir alimentos básicos como carne, vegetales o fruta, lo que habitualmente requiere que unas cincuenta personas pidan lo mismo y así conseguir un envío, que lleva varios días, con precios disparatadamente caros (hasta tres o cinco veces el precio habitual), pedido que luego es distribuido por voluntarios a los compradores. Hay algunos envíos aislados de comida por parte del gobierno (unos tres desde que comenzó el confinamiento), claramente insuficientes y en muy malas condiciones, comida visiblemente estropeada, con signos de haber sido congelada varias veces, o incluso podrida, lo que ha provocado que algunas personas enfermen debido a ello. Algunos de mis contactos me cuentan que están, además, preocupados intentando ayudar a los mayores, muchos de ellos incapaces de conseguir comprar comida en estas circunstancias.

Por otro lado, las personas que enferman o que padecen enfermedades crónicas tienen enormes dificultades para acudir a un hospital, y prácticamente la única opción es llamar a una ambulancia, que tarda entre dos y cuatro horas, sin que exista ninguna otra alternativa como automóviles particulares, taxis o transporte público. Se dice que la mayor parte de los hospitales están cerrados salvo la sección de distribución de medicamentos, y que ha habido personas con afecciones curables que han fallecido por falta de atención. La distribución de medicinas es llevada a cabo por voluntarios, y es también sumamente impredecible.

Mientras, las cifras de incidencia que proporciona el gobierno chino, excepcionalmente bajas, generan todo tipo de dudas en la comunidad internacional sobre cómo define China una muerte por COVID, y cuestionan la eficiencia de la política de «cero COVID» en un entorno en el que la mayoría de los países ya tratan la enfermedad como una simple gripe que tiende a acarrear, aparentemente, cada vez menos complicaciones. Además de los evidentes problemas y de las situaciones distópicas a las que se está sometiendo a la población en general, está el caso de los trabajadores de algunas fábricas: mientras algunas, como Pegatron, han cerrado completamente sus operaciones, otras como Tesla han conminado a muchos de sus empleados a comer y vivir en la factoría, una práctica que parece ser la preferida por las autoridades para evitar el colapso total de la cadena de suministro en el país, en lo que podría llevar a muchas personas a cambiar la situación de «encerrados en sus casas» por la de «encerrados en su trabajo».

En medio de todo ello, una auténtica batalla por la desinformación en todos los frentes. Lo dicho: una auténtica distopía.

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