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El problema de las adquisiciones

IMAGE: PxFuel (CC0)

Una parte considerable de la creciente demanda de regulación para unas big tech cada vez más poderosas gira en torno al control de sus operaciones de adquisición, que en muchos casos se convierten en auténticas amenazas para el ecosistema de innovación debido a su capacidad de adquirir o copiar toda aquella idea que les resulte interesante.

El control de este tipo de operaciones tiene dos vertientes: por un lado, los reguladores tratan de estudiar con mucho más detalle las operaciones que este tipo de compañías llevan a cabo, con el fin de determinar si las razones para la adquisición tenían que ver, por ejemplo, con un interés legítimo, o con un intento de destruir o neutralizar a un posible competidor. Por otro lado, una serie de países han iniciado una vertiente más proteccionista, que trata de controlar o impedir que las compañías establecidas en ellos sean adquiridas por empresas extranjeras. Francia o Gran Bretaña, por ejemplo, han aprobado recientemente paquetes legislativos destinados a proteger su industria local sobre todo cuando se pueda entender un posible perjuicio para la seguridad nacional, en los que se incluyen medidas para dificultar posibles operaciones de adquisición como las de ARM por parte de SoftBank en 2016, o la de DeepMind por Google en 2014.

¿Dónde está el problema de dificultar las operaciones de adquisición? Sencillamente, en que los procesos de innovación, en muchas ocasiones, tienen lugar en compañías que no serían viables por sí mismas, y que dependen por tanto de procesos de ese tipo para fructificar. El caso de DeepMind, la interesantísima compañía de inteligencia artificial fundada por Demis Hassabis en 2010, parece ejemplificar claramente este tipo de caso: según uno de sus primeros inversores, el proyecto no habría sido viable de no ser por la adquisición de Google.

En muchos casos, ser adquirido por una big tech es el premio que muchos emprendedores esperan tener a sus esfuerzos por desarrollar una compañía innovadora o que ha sido capaz de obtener un fuerte crecimiento. Y mientras incentivar este tipo de comportamientos puede dar lugar a esquemas claramente irresponsables o a una glorificación de lo insostenible, impedirlos podría, por contra, condenar al fracaso a compañías que podrían haber contribuido en gran medida al desarrollo de innovaciones.

Encontrar un punto medio parece muy complejo: someter a más escrutinio las adquisiciones realizadas por compañías que ya de por sí acumulan una fuerte influencia sobre los mercados en los que operan parece una medida muy razonable, pero teniendo en cuenta que, en muchos casos, esa posibilidad de ser adquirida es un incentivo para ideas susceptibles de generar una fuerte innovación. En un entorno como el de la tecnología, en el que las ideas fluyen rápidamente y una adquisición bien hecha puede significar, en muchos casos, un ahorro notable en la disponibilidad de una prestación que se habría demorado sensiblemente más en caso de haber tenido que desarrollarla desde cero, hablamos de frenos que pueden condicionar fuertemente la viabilidad de muchos proyectos.

Estudiar o controlar más, sin duda, aunque en muchos casos, la línea que diferencia entre una adquisición por interés genuino en la compañía adquirida o por anular a un posible competidor en crecimiento puede ser sumamente fina. Si eso se convierte en burocracia y en generar comisiones de estudio que provoquen demoras de muchos meses, jamás. E impedir por sistema, en cualquier caso, seguramente tampoco. En algún punto medio, seguramente, esté la virtud.


This article is also available in English on my Medium page, «It’s a free market, so why prevent tech whales from swallowing innovative minnows?«


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