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Contra la censura a Trump y el trumpismo de las grandes empresas tecnológicas

Trump en Twitter

Dos semanas bloqueado Trump en Facebook, su cuenta eliminada en Twitter, Youtube expulsando a Bannon. Google eliminó Parler (una alternativa a Twitter lanzada por afines a la «alt-right») de la Play Store. En el momento de escribir estas líneas, Apple sólo les ha amenazado. Shopify dejó de dar soporte a su tienda.

Esa visión, la de las grandes corporaciones tecnologicas con un poder que pudiese rivalizar con el de los estados, engendró toda una visión distópica – el cyberpunk – que en los últimos años teñía el discurso libertario y de la intelectualidad humanística (casi siempre desde la izquierda): los artefactos de las plataformas digitales dominantes no sólo son alienantes para con los individuos, tiene efectos nocivos en la democracia. En su planteamiento hay argumentos, aunque el 95% de las veces que se articula no pasa de ser una teoría de la conspiración con buena prensa (algo del tipo «uh tienen muchos datos así que determinan la voluntad de los individuos porque hay información no bien controlada por ahí»)

¿O no? La censura articulada contra Trump y el trumpismo es sin duda un momento de inflexión. La invasión del capitolio nos permite interpretaciones al gusto: una reacción de un país (de sus élites) de pronto traumatizado ante el espanto de un movimiento ya manifiestamente anti democrático o una serie de compañías que han esperado la pérdida de poder efectivo de Trump, que en el último momento ha tenido que conceder todo y condenar la invasión que no ha logrado sino ser un tragicómico final.

En lo accidental se discutirá sobre la autonomía de la empresa privada y su capacidad para establecer términos de uso. Es un argumentario pobre en mi opinión: ninguna empresa privada puede erosionar con sus normas los derechos y libertades que tenemos, la de expresión es nuclear en una democracia liberal y la posición de Google, Twitter, Apple (sí, también, por la App Store), Facebook es dominante, central en la distribución de la información. Y la redacción y aplicación de términos y condiciones estas grandes compañías pueden y deben ser reguladas

El punto de De la Cueva valora el seguir en pie «accesible», pero no atiende a la distribución, al alcance. Es la diferencia entre estar en algún sitio en internet y el llegar a la gente con el uso real de internet que hace a día de hoy. Twitter y Facebook no pueden censurar que tu web exista, es cierto, pero el conjunto de empresas tecnológicas pueden conseguir que haya una enorme fricción para llegar a lo que dices: abrir el navegador, teclear una URL por cada individuo que quieres leer, ir de uno en uno. No es lo que sucede.

Era el modelo de los blogs y ahora estamos todos en Twitter porque la experiencia de tener juntos a los emisores con la mínima fricción para escribir y leer es mejor experiencia. De la Cueva también lo ha escrito en Twitter. Es como si Endesa e Iberdrola te cortaran la energía eléctrica y como alternativa nos planteemos tener paneles solares y baterías para la independencia energética. Es Enero y hace mucho frío

Sería deseable que los contrarios a Trump tuviésemos un debate sobre lo nuclear de este tema. La capacidad censora en un internet centralizada está en muy pocas manos. Que sea discrecional y sujeta a los intereses, valores y opiniones de sus dueños y gestores tiene un impacto en los derechos y en la calidad de la democracia de todos. Un agravante, los intereses y valores de estas compañías estadounidenses.

Hay una pintoresca celebración de esta muestra de poder, es el tipo de simpatía que despierta el matón contra tus enemigos, la víbora de lengua afilada que ataca a quien no te cae bien, la censura de los malos que a veces celebran «los buenos».

Esta aplauso va por barrios, a los conservadores les está llevando años darse cuenta de que las grandes empresas no son sus amigas por sus políticas pro capitalistas (inciso, creo que cualquiera intelectualmente conservador podría rechazar a Trump). Los progresistas ahora pueden celebrar que las corporaciones tecnológicas expulsan a los malos, pero la mera existencia de ese poder discrecional y que lo aplaudan debería acabar por definirles: o a favor de pasar el rodillo contra sus contrarios restringiendo la libertad de expresión o a favor de una sociedad plural, que se demuestras defendiendo la voz de tus contrarios.

Hay un último aspecto que cabría discutir, en el argumentario de todas estas plataformas se encuentra «la incitación a la violencia». Es un aspecto muy grave y en el que una política de máximos de libertad de expresión (por la que abogo) encuentra sus límites. Partiendo de que queremos establecer ahí una línea roja, cabe discutir varios aspectos: uno si hablamos de violencia física (hay una corriente en la izquierda en la que sostener determinadas opiniones es violencia contra grupos oprimidos, en esto hay diversos grados), si debe ser explítica (Trump anima a ir al Capitolio, pero no apunta directamente a asaltarlo y enfrentarse a la policía) o si hay excepciones (en la aplicación de estos términos puede haber sesgo a favor o en contra de corrientes ideológicas, ¿animar a las revueltas contra el estado en Hong Kong son incitación a la violencia?, ¿a las manifestaciones BLM en la que ha habido episodios violentos?)

Libertad de expresión e incitación a la violencia no deberían ser los aspectos de nuestra sociedad que dejemos en manos de un puñado de ejecutivos millonarios de grandes corporaciones tecnológicas. Deberíamos ser capaces de que la sociedad y su sistema judicial (articulando un mecanismo de urgencia) decidiese el balance entre ellas y cómo arbitrarlo. Al menos esa es mi opinión y la razón por la que estoy en contra de la acelerada censura contra Trump y el trumpismo

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