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Ajustando los precios a la realidad…

IMAGE: Tumisu - Pixabay (CC0)

Recomendable artículo en The New York Times, titulado «Farewell, millennial lifestyle subsidy«, que describe cómo, durante varios años, muchos servicios, desde el envío a domicilio hasta el transporte o los alquileres vacacionales, han estado siendo subvencionados de manera sistemática por sus accionistas en busca de un crecimiento rápido en su uso, y cómo esa situación de la que muchos se han beneficiado está llegando a su fin.

En efecto, durante años, muchos servicios han mantenido precios en los que, a poco que uno intentase analizar matemáticamente la viabilidad del negocio, las cuentas no salían. Estas situaciones se debían fundamentalmente al intento de muchas compañías de construir una presencia de marca en mercados altamente competitivos, o de construir hábitos en una base de clientes. El resultado ha sido que el incremento del uso de muchos de esos servicios ha sido notable: toda una generación ha crecido moviéndose por las ciudades en vehículos de Uber de alta gama a todas partes por precios más bajos que los de un taxi convencional, volando en aerolíneas con precios ridículos, pidiendo envíos de cualquier cosa a casa como si fuera lo más normal del mundo, o disfrutando de alojamientos vacacionales amueblados ala última por precios sorprendentemente bajos, como si ello fuera lo más normal del mundo.

Sin embargo, la dura realidad es la dura realidad: las cosas tienen un precio, y cuando este es más bajo de lo que debería serlo en función de sus costes, es que el modelo está o bien siendo subvencionado por sus accionistas, o bien exprimiendo a algún elemento de su cadena de valor, como los repartidores, los conductores, los almacenistas u otros trabajadores. El resultado es que esos precios no son sostenibles a medio o largo plazo, y que una vez se termina la paciencia de esos accionistas o las condiciones de los trabajadores se ven normalizadas, los precios vuelven a tomar como referencia el marco razonable de costes más beneficio que nunca debieron abandonar.

Así, lo que eran servicios de lujo, vuelven a tener precios acompasados a su propuesta de valor. ¿Por qué era tan barato moverse en Uber y similares? Porque nadie compensaba el exceso de contaminación que generaban ni ofrecía beneficios razonables a sus conductores. En el momento en que empezamos a pensar en normalizar las relaciones laborales y a introducir factores correctores del problema medioambiental, los precios, lógicamente, tienden a subir. Y a subir, en muchos casos, por encima de lo que muchos de sus clientes están dispuestos a pagar, por mucho que ese hábito se hubiese podido consolidar.

¿Por qué era tan barato volar en aerolíneas low-cost? Porque aparte de las bien sabidas limitaciones que muchos estaban dispuestos a aceptar a cambio, ninguna aerolínea pagaba impuestos por el combustible ni tasa alguna por la contaminación. Cuando un modelo se define como low-cost, es invariablemente porque alguien están pagando el diferencial de alguna forma, en ocasiones, de manera completamente irresponsable.

¿Cómo podía ser que recibiésemos en casa todo tipo de productos, y que a pesar del coste del envío, saliesen más baratos que en una tienda de las de toda la vida? Simplemente, porque o se subvencionaban, o se explotaba a los que llevaban a cabo esa logística. Incrementa sus sueldos de manera que no tengan que recurrir a la beneficencia para terminar el mes, regulariza sus contratos para que tengan los beneficios sociales razonables, y misteriosamente, acabarás con la espiral descendente y los precios tenderán a subir.

Muchas de las compañías que protagonizaron ese modelo de crecimiento rápido a cambio de precios subvencionados han cerrado. Otras han conseguido convertirse en grandes nombres, en hábitos de buena parte de la sociedad, e incluso han salido a bolsa. Pero cuando los accionistas dejan de subvencionar el modelo, toca incrementar los precios, y conseguir cadenas de valor con márgenes sostenibles.

Para muchos, el cambio va a conllevar diferenciales de precio sorprendentes, e incluso cambios de hábitos. Durante mucho tiempo, muchos han estado haciendo uso de servicios que hace tan solo una década o dos consideraríamos de lujo, a precios ridículamente bajos, como si fuera cosa de magia. Pero la magia, como tal, no es un modelo de negocio, y si el dinero no salía del bolsillo de quienes consumían, estaba claro que de algún sitio tenía que salir, y ese sitio no era ilimitado. Ahora, veremos qué pasa cuando llega el momento de la verdad.


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