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El dilema de las ciudades

IMAGE: Leonhard Niederwimmer - Pixabay

Mi columna de esta semana en Invertia se titula «Cómo va a cambiar el centro de la ciudad» (pdf), y habla de las experiencias de ciudades norteamericanas como San Francisco, Nueva York o Chicago, cuyos centros se están viendo sometidos a fuertes cambios debido a la evolución del trabajo en oficina tras la pandemia.

Los Estados Unidos son, en ese sentido, un país en el que estos cambios se están viendo de manera mucho más activa, al combinar un mercado de trabajo muy flexible y activo con una pandemia que ha llevado a que aún muchas compañías no hayan siquiera tratado de volver a los hábitos anteriores de trabajo en la oficina.

La evolución de las ciudades en torno a un centro en el que tienden a agruparse grandes edificios de oficinas ha dado lugar, a lo largo del tiempo, al desarrollo de servicios asociados con esa migración diaria de trabajadores de lunes a viernes. Tras más de dos años de pandemia, son cada vez más los trabajadores que, aunque en muchos casos no pretendan trabajar completamente en modo distribuido, sí buscan modelos de flexibilidad mucho más abiertos, que convierten el esquema tradicional de oficina en completamente obsoleto.

En muchas ciudades, de hecho, habíamos vivido un modelo opuesto: muchas compañías, ante la dificultad de situarse en un centro de la ciudad colapsado y muy caro, desplazaban sus oficinas al extrarradio, dando así lugar a presiones de desplazamientos diarios opuestos, y a accesos a las ciudades que se colapsaban a determinadas horas. ¿Qué ocurre con todos esos modelos cuando los hábitos de trabajo evolucionan y se vuelven progresivamente más líquidos, más híbridos y más flexibles?

Para muchas compañías, esto supone la necesidad de rediseñar sus oficinas siguiendo modelos que tienden a inspirarse en los llamados third places, sitios que no son ni el hogar ni la oficina tradicional, sino entornos del tipo cafetería con espacio para trabajar, biblioteca, campus o coworking en los que se fomentan ambientes propicios para la comunicación y el desarrollo de comunidad, ya que el trabajo que requiere específicamente concentración y aislamiento pasa a llevarse a cabo, siguiendo las experiencias de los períodos de confinamiento debidos a la pandemia, en el domicilio.

Esos modelos híbridos de trabajo están determinando, además, que vivir en el centro de las ciudades pase a tener, para muchos trabajadores que antes valoraban la conveniencia de vivir cerca de sus lugares de trabajo, un atractivo mucho menor. El resultado es que, en muchos casos, esos trabajadores se desplazan a zonas en las que el mismo dinero puede permitirles vivir en propiedades más grandes o con más comodidades, que se compensan además con una menor frecuencia de desplazamiento a unas oficinas que, además, se han quedado en muchos casos vacías, porque las nuevas necesidades determinan un dimensionamiento sensiblemente menor: menos trabajadores concurrentes, en torno a menos espacios exclusivos.

¿Qué hacer con todos esos edificios de oficinas vacíos? Adaptar los centros de las ciudades a las nuevas dinámicas de trabajo exige mucho más que simplemente pedir a las compañías que obliguen a sus trabajadores a volver a las oficinas: va a necesitar cambios, muchos de los cuales son difíciles de imaginar, para que esos centros recuperen la vitalidad económica en función de unos hábitos ahora diferentes. Más flexibilidad en los usos del espacio, en la remodelación de oficinas para dedicarlas a otros usos, o en la apuesta por dinámicas que no estén condicionadas al cada vez más obsoleto horario de oficina. Las compañías que lo entiendan, seguro que sabrán cómo obtener beneficios de esos cambios.


This article is also available in English on my Medium page, «Who will be first to take advantage of the changes sweeping through the inner city?»

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