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Entendiendo el fenómeno wearable

IMAGE: iEsrcharger - Pixabay

Laura Montero, de ABC, me llamó por teléfono para hablar sobre el fenómeno wearable y su fuerte crecimiento, y hoy publica su artículo titulado «Las amenazas que ponen a prueba la salud de hierro de la tecnología ponible» (pdf), en el que me cita.

El fuerte crecimiento de los dispositivos conocidos como wearables, por encima del 20% el último año y viniendo de cifras todavía más elevadas, se debe a una combinación muy interesante: por un lado se trata del ámbito que los fabricantes de dispositivos utilizan para presionar a los fabricantes de componentes con el fin de conseguir empujar los límites de sus capacidades, porque la intensa miniaturización requerida para convertir un dispositivo en wearable, al menos de forma razonablemente cómoda, exige obviamente el desarrollo de sensores más ambiciosos, de microprocesadores y memorias más pequeñas y con menor consumo, y de baterías que, a pesar de su pequeño tamaño, consigan mantener esos dispositivos funcionando durante un tiempo razonable que evite la incomodidad de tener que cargarlos a lo largo de una jornada de uso.

Esa característica hace que los wearables se sitúen, en muchos casos, en el límite de la innovación, y que los fabricantes de dispositivos los usen para obtener una mejora continua de los componentes que, posteriormente, se adaptan para otros usos. Con respecto a los primeros dispositivos, los de hoy cuentan con cada vez más y más sofisticados sensores, con microprocesadores mucho más potentes, con más memoria, y con unas baterías y consumos incomparablemente mejores. El primer Apple Watch pocas veces duraba el día completo y tenía que mantener apagada su pantalla salvo cuando el usuario hacía con la muñeca el movimiento de mirarla: ahora, duran holgadamente un par de jornadas, mantienen su pantalla encendida en todo momento, y además de registrar el ritmo cardíaco, llevan a cabo una amplia gama de mediciones más.

Además, los wearables son protagonistas de otra revolución: la del cuidado de la salud y su evolución hacia un modelo preventivo, que implica menor sufrimiento para los pacientes y menores costes para los prestadores de salud, además de muchísimas posibilidades para la investigación en el área. Desde que Apple optó por dar a su Apple Watch un fuerte componente relacionado con el cuidado de la salud, y consiguió que se convirtiese en un regalo habitual para aquellos que querían sentir que tenían algunos parámetros fundamentales bajo control, las cosas han avanzado mucho.

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Gobiernos como el de Singapur, uno de los mejores sistemas sanitarios del planeta, llevan tiempo experimentando con ellos para ser capaces de mantener un registro de los hábitos y la salud de sus ciudadanos, manteniendo garantías razonables de privacidad pero, al tiempo, previniendo posibles dolencias y ofreciendo datos agregados a los investigadores. Compañías de electrónica de consumo como Alphabet o Apple se han convertido en protagonistas de algunos de los estudios sobre salud humana más ambiciosos y potentes que se han llevado a cabo en la historia en cuanto a número de participantes, y ofrecen además a equipos médicos, investigadores y hospitales la posibilidad de publicar apps que les permitan obtener registros en su especialidad.

Obviamente, los sensores de un wearable no pueden aspirar a ser tan precisos como los de uso clínico, pero compensan esa menor precisión con un error estándar mucho menor derivado del hecho de que obtienen mediciones infinitamente más frecuentes. Todo wearable, desde el sofisticado Apple Watch de alrededor de quinientos euros hasta una pulserita china de veinte, sirve potencialmente para obtener registros útiles en la investigación de la salud, tras un breve periodo de determinación del error muestral. Que los sistemas de salud los pongan en uso es simplemente una cuestión de tiempo, y de hecho, son ya muchos los casos de aseguradoras privadas que ofrecen directamente dispositivos con el incentivo de una rebaja en la cuota, hasta la posibilidad de conectarlos con sus sistemas para llevar a cabo una supervisión algorítmica.

Tengo muy pocas dudas de que los wearables mantendrán un crecimiento consistente durante muchos años más, y que se integrarán cada vez más tanto en nuestra vida cotidiana – ahora ya no «salimos a correr», sino que dedicamos un tiempo a obtener un registro completo de distancia, frecuencia cardíaca, altitud, hidratación, consumo energético, etc. – como en la práctica médica. Un tema sobre el que he escrito en muchas ocasiones, sobre el que he dado conferencias a colectivos médicos de distintas especialidades, y que el artículo de Laura me dio la posibilidad de refrescar.

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