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Hacia la reforma del mercado energético

IMAGE: EU Energy Live

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «La imprescindible reforma del mercado energético» (pdf), y trata de razonar por qué razón tenemos que reformar con absoluta prioridad y urgencia un mercado energético diseñado con unas reglas que van completamente en contra de los intereses de todos, y ya no de los intereses económicos, punto en el que lo de «todos» sería discutible, sino de nuestra propia supervivencia.

La propuesta de la Unión Europea de intervenir de forma urgente en el mercado eléctrico para paliar la brutal escalada de precios actual y la que se avecina de cara al invierno, que podría llevar a países como Alemania y Francia a superar los dos mil euros por MWh y a provocar preocupantes situaciones de pobreza energética, tiene no solo todo el sentido del mundo, sino que debe ser entendida no como una medida coyuntural a corto plazo – desacoplar el precio de la energía del precio del gas, la llamada «excepción ibérica» – sino como una reforma en profundidad.

El problema de nuestro sistema energético no está en el chantaje al que ahora nos somete Rusia, sino precisamente en la dependencia de fuentes de energía no solo caras, sino además, peligrosas e insostenibles. Tener un sistema de subasta energética en el que el precio es fijado por la energía más cara producida en el mix genera claramente incentivos negativos de cara al reto que todos tenemos por delante: la descarbonización.

Estamos ante un dilema importante: los intereses de una serie de empresas privadas que pretenden generar rentabilidad para sus accionistas, y los de una especie humana que necesita llevar a cabo un radical proceso de descarbonización si no quiere que la vida en el planeta se convierta en insostenible. La dimensión de esta disyuntiva es tan radicalmente absurda, que no vale la pena discutirla, y resalta el brutal cortoplacismo del capitalismo neoliberal: prefiero seguir generando beneficios como sea aunque sea a costa de la supervivencia de la especie.

Bajo el actual sistema de subasta energética, el incentivo es claro: hay que mantener a toda costa sistemas de generación de coste elevado en el mis, que permitan cobrar toda la energía generada a ese precio. Si desacoplamos el precio del gas por ser el que es actualmente más determinante, nos encontraremos con que las eléctricas, persiguiendo la generación de «beneficios caídos del cielo», optan por mantener en su mix los mecanismos de producción más caros, que son además los más contaminantes. Mientras el sistema de subasta siga siendo el que es, no veremos iniciativas serias de descarbonización, a pesar de que sabemos desde hace mucho tiempo que las energías más baratas y sostenibles son la eólica y la solar. ¿Se invierte en ellas? Obviamente, toda compañía trata de minimizar sus costes. Pero se hace manteniendo en el mix energías más caras, como el gas, el carbón, la nuclear y otras, que permitan facturar el total al precio que realmente interesa.

Reformar el mercado energético de forma radical y evitar que las energías más caras y contaminantes sigan presentes en el mix a medio plazo es un objetivo completamente lógico, de pura supervivencia. No podemos permitir que un mecanismo de subasta que genera efectos claramente perniciosos se convierta en algo inamovible, como si estuviera escrito en piedra.

La única lógica evidente que tenemos en este momento de crisis es que hay que invertir para sobredimensionar las instalaciones de energía solar, eólica terrestre y eólica marina, mantener las centrales nucleares existentes mientras sus costes de mantenimiento sean razonables – pero no seguir apostando por construir centrales nucleares que dependen del uranio ruso y que han probado no ser capaces de evolucionar – y paliar la intermitencia de las renovables mediante sistemas de almacenamiento basados en baterías, en centrales reversibles y en la generación de hidrógeno verde. Que el mundo se mueva en su totalidad mediante energías renovables no es ninguna utopía de hippies trasnochados comeflores: es perfectamente posible, y está científicamente demostrado.

El volumen de investigación actual en la eficiencia de los paneles solares y en las baterías es el que se corresponde con tecnologías enormemente prometedoras: los temores a una economía en la que terminemos dependiendo de las tierras raras o generando unos residuos supuestamente peligrosos son completamente infundados a largo plazo: el hecho de que los componentes utilizados no se quemen en la reacción y sean reutilizables, y el añadido de que cada vez existen más posibilidades de utilizar elementos comunes y abundantes reducen esos temores al capítulo de excusas.

La reforma del mercado energético es ineludible, indispensable y, sobre todo, urgente. Cuanto antes lo hagamos, antes conseguiremos alinear los mecanismos del mercado con nuestras necesidades reales, ya no solo por evitar la dependencia de un país inestable y peligroso, sino por nuestra supervivencia futura como especie.

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