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La importancia de los chips

IMAGE: Bruno/Germany - Pixabay (CC0)

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «El año de los chips» (pdf), y trata de hacer una panorámica sencilla de la industria de los semiconductores, de su enorme importancia estratégica y de sus posibles consecuencias sobre la geopolítica.

Hablamos de una industria muy fragmentada geográficamente entre sus tres distintas fases (diseño, fabricación y ensamblaje/pruebas), con enormes interdependencias y distintos factores críticos. Si en la fase de diseño priman el software y las patentes, y está sobre todo en manos de compañías norteamericanas y europeas; en la fase de fabricación lo más crítico es la producción de complejísimas máquinas de fotolitografía y los procesos industriales relacionados con su uso, en manos de compañías surcoreanas o taiwanesas.

Esta situación, unida al uso potencial de los microchips en aplicaciones militares, pone los equilibrios entre los distintos bloques en una situación muy delicada: en este momento, ARM Holdings, una de las compañías más importantes en diseño de chips, radicada en el Reino Unido y creada en 1978 casi por casualidad por una compañía de ordenadores hoy desaparecida, tiene en suspenso su venta a una compañía norteamericana debido a preocupaciones por los intereses de seguridad del país, a sus posibles implicaciones monopolísticas y a la oposición de su subsidiaria china, controlada en su mayoría por fondos de inversión de ese pais.

Mientras, ASML Holding, la compañía holandesa que fabrica las máquinas para fabricar chips, tiene prohibido exportar a China, pero tiene a uno de sus principales clientes en Taiwan; y una compañía taiwanesa, TSMC, se ha convertido, junto a la surcoreana Samsung, en la que mejor gestiona la fabricación de los chips más punteros, los que son capaces de utilizar tecnologías por debajo de los diez nanómetros. Esto convierte a Taiwan en un territorio extremadamente estratégico que, además de las históricas tensiones con China para su reunificación, debe hacer frente a las exigencias de los Estados Unidos que intentan evitar que exporte sus productos al gigante asiático.

Una estructura así, completamente desacoplada, plagada de interdependencias y sujeta a intereses estratégicos y militares complejos, es la que está en el interior de cada vez más de los aparatos y dispositivos que utilizamos en nuestro día a día. Hoy, todo tiene un chip, desde un automóvil hasta el cepillo de dientes pasando por un smartphone, un wearable o una cámara. Detén el suministro de chips, y puedes encontrarte, como recientemente ha ocurrido, con cientos de fábricas cerradas y perdidas billonarias en todo el mundo. En algunos casos, como en el de la gran mayoría de la obsoleta industria automovilística, hablamos de chips de más de veinte nanómetros, completamente superados tecnológicamente, pero en otros, como en ordenadores o smartphones, hablamos de la posibilidad de obtener importantísimas ventajas competitivas.

Para terminar de centrar el problema, una pandemia nos ha permitido ver las consecuencias de torturar hasta el límite esa compleja cadena de valor, y ha provocado ya tensiones en los suministros de chips que han convencido a numerosos gobiernos de que tienen necesariamente que hacer algo para garantizar el suministro de un producto tan estratégico.

El 2022 va a ser un año muy interesante para la industria. Por un lado, enormes crecimientos en volumen derivados de una demanda cada vez más enloquecida. Por otro, tensiones geopolíticas entre bloques para obtener el acceso a una tecnología estratégica. Y por otro, compañías que amenazan cada vez más con ignorar las demandas de los estados y vender a todo aquel que tenga dinero para pagar sus productos. Un escenario sin duda interesantísimo, y con muchísimas consecuencias potenciales, que me pareció que podía ser interesante llevar a un lector más generalista.

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