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La pandemia, la obligación y la devoción

IMAGE: Marc Pascual - Pixabay (CC0)

Es, sin duda, una de las cuestiones fundamentales de cara a la post-pandemia: cuántos de los hábitos que adoptamos por obligación debido a la pandemia se convertirán, cuando esas obligaciones desaparezcan, en el germen de cambios que pasarán a consolidarse como ventajas.

El caso posiblemente más claro es el del teletrabajo: cuando comenzaron los confinamientos, muchos trabajadores pasaron, por obligación, a trabajar desde su casa, sin que ello partiese de una planificación cuidadosa o de una decisión voluntaria. Simplemente, las autoridades prohibieron acudir a trabajar salvo en trabajos que fuesen considerados esenciales, y todos los demás tuvieron que buscar la forma de hacerlo. Vimos de todo: desde compañías que pedían a sus trabajadores que acudiesen con su coche a recoger su ordenador de sobremesa, con su monitor y su ratón, hasta trabajadores que se instalaban en cualquier lugar de su casa, con la idea de que la situación era meramente temporal.

Con la enseñanza pasó lo mismo: empezar a dar clases, o a recibirlas, desde casa formó parte de un proceso obligatorio y carente de preparación, con los resultados que muchos, desgraciadamente, conocen. Por un lado, muchos estudiantes se encontraron de repente teniendo que atender a maratonianas sesiones de clases en las que sus profesores les hablaban sin parar a través de una pantalla mientras pasaban las diapositivas de una presentación, en un modo lineal y aburrido, una clase detrás de otra: según algunos estudios, esta falta de desarrollo de una metodología adecuada más allá de tratar de imitar lo que se hacía en un aula llevó a que los alumnos no solo no aprendiesen nada, sino a que, en la práctica, experimentasen un proceso de regresión en sus conocimientos. Por otro, este tipo de enseñanza diseñada sobre la marcha generó graves desigualdades sociales en función de la posibilidad de los alumnos de disponer de equipos o de conexión.

Lo que sucede es que los procesos de adopción tecnológica tienen lugar de forma completamente distinta cuando se producen por obligación frente a cuando tienen lugar de manera voluntaria y planificada. Cuando hacemos las cosas por devoción funcionamos mucho mejor que cuando las hacemos por obligación. De hecho, por lo general, somos muy malos cuando hacemos las cosas por obligación. Una cosa es que te digan «a partir de ahora trabaja así, y adapta lo mismo que hacías a ese medio», cosa que harás a regañadientes y planteándote (por puro isomorfismo) cómo te gustaba cuando lo hacías de la manera anterior, y otra que tú mismo rediseñes la forma en la que hacías muchas cosas para poder tomar ventaja de lo que aprendiste que podías hacer mediante otros medios.

En mi conversación ayer con Phil Libin, de Mmhmm (aquí muy bien resumida en modo infográfico por Natalka Design), utilizó varios ejemplos de procesos de adopción que tuvieron lugar en diferentes fases, como el cine o las aplicaciones para smartphones: en el caso del cine, toda la primera fase del uso de cámaras intentaba simplemente representar lo que se hacía anteriormente, el teatro, sin buscar ningún tipo de reinvención o adaptación a las nuevas posibilidades del género. Simplemente, ponían una cámara ante el escenario, y hacían lo mismo que antes. Tuvo que pasar cierto tiempo antes de que se diesen cuenta de que podían hacer más cosas, desde acercar o alejar la cámara, hasta cambiar de escenarios fácilmente. Con el smartphone pasó algo parecido: las primeras aplicaciones seguían las metáforas de las aplicaciones de escritorio, y no estaban especialmente adaptadas para su uso en una pantalla más pequeña y con otro tipo de interfaz. Llevó un tiempo replantear el uso para reformularlo y que aprovechase realmente el potencial del nuevo dispositivo.

Del mismo modo, estamos, en muchos temas, en una fase de adopción incompleta. El teletrabajo sigue, en muchos casos, tratando de imitar la forma en la que trabajábamos antes de comenzar la pandemia: tratamos de replicar las reuniones, con sus presentaciones y sus dinámicas conocidas, en lugar de adaptarlas a las posibilidades del nuevo medio. Con la enseñanza pasa lo mismo: se trata de remedar la dinámica de una clase presencial y síncrona, cuando el medio ahora permitiría desarrollos completamente diferentes.

¿Qué va a ocurrir cuando, terminada la pandemia y, posiblemente, tras una temporada de volver a lo tradicional, a lo que tuvimos limitado durante un tiempo, revisitemos medios como la videoconferencia para cuestiones como la clase o el teletrabajo? Durante la pandemia, por ejemplo, he podido tener más invitados en mis clases de los que ya tenía habitualmente, porque pedir a alguien que «se asomase» a mi clase y mantuviese un diálogo con mis alumnos pasó a ser algo sencillo, que no dependía demasiado de su lugar de residencia o de la logística, cuando antes, por lo general, solo invitaba a personas que o bien vivían en Madrid, o pasaban por la ciudad por otros motivos. Lógicamente, no voy a dejar de utilizar la posibilidad de traer invitados a clase de manera habitual, con una diferencia: antes, que los invitados entrasen por videoconferencia era una experiencia supuestamente subóptima, que únicamente se utilizaba cuando no existía otra posibilidad. Ahora, forma parte de una normalidad experimentada durante más de un año de pandemia, y es un modelo perfectamente aceptado.

En muchos sentidos, la competitividad de las compañías y los hábitos de las personas van a verse condicionados por ese proceso de dejar de hacer determinadas cosas por obligación y pasar a hacerlas por interés o por devoción. Dejar de ver determinadas cosas como «sustitutivos pobres» de una actividad determinada, y entender sus verdaderas posibilidades cuando se plantean de la manera adecuada. Un proceso de reformulación interesantísimo que se desarrolla como una exploración de las posibilidades del medio, y que en muchas ocasiones, terminará generando ventajas inesperadas o que resultaba difícil plantearse cuando la adopción tuvo lugar por obligación. Además, no es lo mismo trabajar desde casa sabiendo que cuando termines debes seguir en tu casa, confinado o con tus posibilidades de hacer otras cosas sensiblemente reducidas, que hacerlo cuando al terminar puedes plantearte salir de esa misma casa con tranquilidad.

Sería interesante que fuésemos, tanto a nivel corporativo como individual, empezando a pensar en las posibilidades de muchas de las cosas que hemos aprendido durante la pandemia para una vez que esta se declare finalizada. En muchos casos, será cuando realmente seamos capaces de poner esas tecnologías o medios en valor. Y quien lo sepa hacer de maneras más versátiles o imaginativas, podrá seguramente obtener ventajas muy interesantes.


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