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La semana de cuatro días, a examen

IMAGE: Ilya Tsarenko - The Noun Project (CC BY)

Cada vez son más las voces, tanto de compañías como de instituciones, que se plantean que la solución a la crisis podría estar no en trabajar más, sino en trabajar menos o mejor.

Un tema sobre el que ya he escrito anteriormente, pero que cada vez suena más como posibilidad: la semana de cinco días laborables, después de todo, no es más que una convención artificial que puede ser modificada, y las pruebas llevadas a cabo en diversos ámbitos parecen demostrar que la idea no carece de sentido: ensayos hechos en Suecia mostraron una mayor productividad y motivación, el mismo efecto que reportó Microsoft en Japón, y el que comentan compañías como Target Publishing, Unilever o Morrisons. Un think tank británico, Autonomy, cree que este tipo de medida debería generalizarse, y ha puesto en marcha una campaña a nivel nacional que afirma que ello podría redundar, coincidiendo con la salida de la pandemia, en una sociedad más sana y con menores niveles de desempleo.

Hace no demasiadas décadas, las jornadas laborales eran de diez horas al día y seis días a la semana. La actual convención de ocho horas al día y cinco días a la semana comenzó en 1908 por razones religiosas: los trabajadores judíos de una fábrica libraban el sábado y trabajaban el domingo, algo que ofendía a algunos trabajadores cristianos y que la dirección decidió solucionar proponiendo librar ambos días. Pero nada indica que aquella convención, fruto de un momento determinado, tenga que santificarse como única opción.

Varias compañías comenzaron evaluando la semana de cuatro días a cambio de una reducción salarial. Sin embargo, tras comprobar los incrementos de productividad que resultaban de someter a sus trabajadores a menores niveles de estrés, decidieron volver al esquema salarial anterior manteniendo la semana de cuatro días. Uno de los proponentes del sistema, Aidan Harper, lleva tiempo promoviendo la idea entre políticos y reguladores europeos con su libro «The case for a four day week«, en el que afirma que es una idea cuyo tiempo ya ha llegado.

La primera ministra finlandesa, Sanna Marin, proponía a principios del año pasado un esquema flexible que permitiese escoger entre semanas de cuatro días o jornadas de seis horas, con la idea de que el progreso y la tecnología han generado mayores niveles de productividad a lo largo del tiempo, y que ello debería redundar en un mejor balance entre trabajo y tiempo libre. El desarrollo tecnológico y la robotización son, de hecho, una de las razones más habituales para justificar el cambio.

Para la actual generación de trabajadores, la semana de cinco días laborables y ocho horas la día es lo que han conocido durante la totalidad de su vida laboral. Pero tras una pandemia que ha trastocado muchos de nuestros hábitos, que nos ha enseñado a trabajar de manera flexible desde nuestras casas y a replantearnos muchos de los elementos de nuestra vida… ¿podríamos estar hablando del fin de ese esquema? ¿Tiene sentido, en época de crisis, pasar a trabajar menos horas por el mismo dinero?


This article was also published in English on Forbes, «Let’s give some serious thought to a four-day week«


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