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Los problemas de Europa con las vacunas

IMAGE: Europe vaccination campaigns (CC BY)

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «Las vacunas y el fracaso de Europa» (pdf), y plantea, desde la perspectiva de un europeísta absolutamente convencido como yo, cómo es posible que la Unión Europea esté haciendo las cosas tan rematadamente mal en un asunto tan radicalmente importante como las campañas de vacunación contra el COVID-19, una cuestión que determina cuánto tardaremos en poder retomar una actividad económica normal.

Desde el momento en que se comenzó a anunciar la disponibilidad de vacunas, Europa empezó a hacer las cosas rematadamente mal, o al menos, mucho peor que otros actores en el panorama internacional. Emprendió negociaciones feroces que conllevaron que las farmacéuticas tuviesen mucho más interés en vender a otros países que en servir sus pedidos comprometidos con Europa, no fue capaz de marcar unas directrices mínimamente comunes que estableciesen patrones de colaboración público-privados para el despliegue de la logística de vacunación, tampoco marcó unos criterios unificados de priorización de la administración de esas vacunas, y además, fue lenta en sus procesos de aprobación.

El resultado es que en Europa hay menos vacunas, y se están administrando a velocidades absurdamente lentas en comparación con las campañas llevadas a cabo en otros países. Países como Israel o los Estados Unidos han logrado no solo disponer de vacunas en abundancia, incluso más de las que necesitan, sino que además, han llevado a cabo una logística prácticamente impecable que incluye vacunaciones masivas en grandes espacios públicos y privados, con colaboración de todo tipo de compañías en el proceso. Mientras, Europa se ha empeñado en centralizarlo todo a través de unos gobiernos extremadamente burocráticos que no han pedido colaboración a entidades privadas, lo que ha determinado una ralentización del proceso. Pronto, veremos zonas del mundo libres de mascarillas y de precauciones, mientras en Europa seguimos con la mascarilla calada hasta las orejas y con la enésima ola de contagios en curso.

Pero más allá de las vacunas, tenemos otros problemas también típicamente burocráticos, que revelan una evidente falta de agilidad: los protocolos de seguridad no han sido actualizados desde que comenzó la pandemia, con lo cual tenemos un derroche de geles hidroalcohólicos y de limpieza casi histérica de superficies absolutamente inútil considerando los datos que tenemos ahora sobre la transmisión de la infección mediante aerosoles. Los tests diagnósticos, fundamentales a la hora de mantener unos protocolos adecuados, pueden adquirirse ya tranquilamente en muchos supermercado en muchos sitios del mundo… pero tan solo en algunos pocos países en la ultraprotectora Europa. ¿Por qué, en uno de los entornos más desarrollados económicamente del mundo, surgen carencias de este tipo?

Que el Reino Unido, tras abandonar la Unión Europea, disponga de más vacunas para su población y esté llevando a cabo una campaña de vacunación mucho más eficiente que las que tienen lugar en la Unión Europea es algo que envía un muy mal mensaje, y que no hace más que alimentar las corrientes euroescépticas. Hasta los Estados Unidos, que lo hicieron especialmente mal en la respuesta inicial a la pandemia, hacen ahora gala de una gran eficiencia en su campaña de vacunación.

La Unión Europea como tal no es cuestionable, y desde hace mucho tiempo considero el euroescepticismo una receta para el fracaso. Pero si algo está quedando claro con la gestión de las vacunas es que el funcionamiento de la Unión Europea es, como tal, manifiestamente mejorable, y tenemos el deber de trabajar para ello.


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