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Los problemas de las lentillas como soporte de tecnología

IMAGE: Bpw (CC BY-SA)

A mediados del mes pasado, Adrián Espallargas me llamó para hablar sobre un artículo en el que estaba trabajando para ABC sobre lentes de contacto inteligentes, al hilo de las noticias que estaban generando compañías como Mojo Vision relacionadas con el tema. El artículo de Adrián se tituló «Las lentillas quieren ser los nuevos smartphones» (pdf), pero me llamó la atención porque hablando con él me encontré en una posición poco habitual para mí: la del escepticismo tecnológico.

En general, mi posición con respecto a cualquier tecnología que tenga que ser introducida en un ojo es, como mínimo, prudente. Usé lentes de contacto desde una edad relativamente temprana, los doce años, hasta que me operé con láser (Lasik) en los Estados Unidos cuando tenía ya más de treinta años. Viví la época en la que las lentes de contacto eran mucho más gruesas y rígidas, viví esa adolescencia en la que hacía cualquier cosa antes de permitir que cualquiera me viera con las gruesas gafas de diez dioptrías que tenía que utilizar, y aún hoy en día mantengo un enrojecimiento habitual en algunas partes visibles de mis ojos que responde a las barbaridades que pude llegar a hacer en aquellas épocas y que mejor no contaré. No puedo decir que las odiase o que me diesen muchos problemas, el 99% del tiempo fui muy feliz con mis lentes de contacto, pero sus problemas y limitaciones los conozco muy bien y de primera mano, y la idea de poner en ellas cualquier tipo de componente electrónico o circuito me resulta enormemente compleja.

De ahí que cuando vi noticias sobre Mojo Vision, asumí directamente que provenían de la contratación por parte de la compañía de alguna agencia de medios que estaba simplemente siendo exitosa al colocar noticias, no de que realmente estuvieran haciendo progresos significativos en algo que, para convertirse en realidad, necesitaría no solo que la tecnología estuviese a punto y madura, sino también complejas aprobaciones variadas de agencias de salud como la FDA. De hecho, compañías con muchos más recursos como Verily, propiedad de Google y que precisamente hoy está en las noticias por protagonizar duros recortes de personal, habían ya cancelado hace tiempo, en 2018, sus planes de introducir sensores en lentes de contacto para hacer algo tecnológicamente mucho más simple, medir los niveles de glucosa, que convertirlas en pantallas de realidad aumentada.

Algunos artículos de hace algunos años ya ponían de manifiesto los problemas y limitaciones derivados del uso de lentes de contacto para realidad aumentada. Y para confirmar esas impresiones, otras noticias recientes apuntan a que la compañía en cuestión está también abandonando esa línea de trabajo y viéndose obligada a despedir al 75% de su personal, lo cual no presagia nada bueno para este tipo de tecnología.

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Con los ojos no se juega. Las lentes de contacto son ya de por sí una tecnología lo suficientemente compleja como para que complicarlas todavía más sea un desafío enormemente difícil. La realidad aumentada como superposición de capas gráficas a la realidad que vemos habitualmente puede ser un objetivo interesante – o no, dado que uno de los problemas de las Google Glass era, fundamentalmente, una cierta sensación de «¿y ahora que las tengo qué diablos hago con ellas?» – pero tratar de combinarla con algo que llevas dentro de tu ojo, que deberías dejar de usa cada vez que tienes un simple catarro o una leve conjuntivitis, que tienes que esterilizar periódicamente y que está todo el tiempo metido en un entorno tan delicado como el de nuestros ojos es algo que, mucho me temo, justifica un cierto escepticismo.


This post is also available in English on my Medium page, «Smart contact lenses? Sorry, but I just can’t see it»

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