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Vacunando al mundo

IMAGE: modified from Augusto Ordóñez - Pixabay (CC0)

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «La vacunación y el problema de quedarse a medias» (pdf), y habla sobre el patético y estúpido negacionismo de las vacunas como «problema del primer mundo», mientras lo que la epidemiología nos dice es que resulta imperiosamente necesario vacunar al mundo entero, incluidos los países en los que cualquier referencia al negacionismo suena a auténtico chiste malo.

Que las vacunas funcionan y son el remedio a la pandemia es completa y absolutamente evidente a medida que las cifras de reducción de morbilidad y mortalidad en la población vacunada lo van demostrando. Las vacunas son tan seguras que se pueden poner a los niños, y que si por error te inoculan una dosis seis veces superior a la indicada, no te pasa nada. Que con la evidencia que tenemos sobre la eficiencia y la seguridad de las vacunas alguien decida que no quiere ponérsela, y por tanto, que no le importa poner en peligro al resto de la sociedad funcionando como repositorio del virus es algo que no solo es de completos idiotas, sino que además debería estar penado con el destierro. Y dado que no tenemos pena de destierro como tal en nuestro ordenamiento jurídico, debería conllevar el destierro social, el destierro de facto: ¿acudir al trabajo sin estar vacunado? Olvídalo, no puedes poner en peligro a tus compañeros. ¿Subirte a un autobús, tren o avión? Ni loco. ¿Entrar en un recinto para ver un espectáculo? Ni pensarlo. ¿Quieres romper las reglas del contrato social negándote a recibir el remedio para evitar una pandemia global? Solo mereces el desprecio y el aislamiento social más absoluto. Que nuestra sociedad piense que alguien puede arrogarse el supuesto derecho de ser negacionista es algo que habla muy mal de nuestro sentido común colectivo: no, ese presunto derecho no existe, ni forma parte de las libertades individuales. Si no aceptas las reglas que la sociedad decide en caso de crisis sanitaria, mereces ser excluido de ella. Por imbécil.

Mientras tanto, en los países en vías de desarrollo, el negacionismo es una quimera. Como bien dice un medico en la India, un virus distribuido por los ricos a medida que se movían en avión de un país a otro ahora mata a millones de pobres para los que la distancia social, los confinamientos, el gel hidroalcohólico o incluso el lavado de manos son privilegios inalcanzables.

El problema de la India y de otros países en vías de desarrollo no es solo una cuestión humanitaria que el primer mundo observa desde lejos, sino un concepto de primero de Epidemiología y de salud pública: si no vacunamos a toda esa población suficientemente rápido, solo estaremos esperando a que surja una nueva variante que las vacunas actuales no sean capaces de detener con la suficiente garantía. Plantearse vacunar al mundo a medias es completamente absurdo desde el punto de vista de la lógica. Y no, no es una cuestión de patentes: es sentido común.

Por otro lado, las vacunas basadas en la tecnología del ARN mensajero son enormemente sencillas de fabricar, es algo que puede hacerse prácticamente en cualquier sitio. De hecho, son la clave para la próxima gran revolución en salud pública: que a partir de la secuencia de cualquier proteína característica podamos preparar a nuestro sistema inmune para luchar contra un patógeno es algo impresionante, que permitirá protegernos contra un número creciente de enfermedades, y que va mucho más allá de la idea de las vacunas, incluyendo desde la cura del cáncer hasta las picaduras de serpiente. Que un descubrimiento como este genere negacionismo no debería extrañarnos dado que, históricamente, toda nueva tecnología genera rechazo entre algunos, es algo tan, tan profundamente estúpido, irracional y, sobre todo, antisocial, que debería funcionar como un detector, y permitirnos aislar de nuestras sociedades a quienes lo manifiesten.

Sería completamente inexplicable que teniendo la clave y los medios para terminar con la pandemia y para poner en marcha la que posiblemente sería la mayor revolución de la historia en salud pública, no lo hiciésemos por dejar las cosas a medias.


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