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La dura realidad de la desinformación

IMAGE: Mohamed Hassan - Pixabay (CC0)

Mi columna de esta semana en Invertia se titula «La narrativa y su control» (pdf), y habla sobre la desinformación en tiempos de pandemia.

La dura realidad de la desinformación es que funciona porque sirve perfectamente a los propósitos de quienes la difunden: les hace sentirse gratificados, reconocidos, incluso en ocasiones valorados por otros. Les permite pasar por «enterados», por «expertos», cuando en realidad están, en el mejor de los casos, haciendo el imbécil, y en el peor, trabajando estúpidamente para un tercero con intereses en muchas ocasiones siniestros. El control de la narrativa es demasiado goloso como para desaprovecharlo, es relativamente sencillo de poner en marcha, y no faltan imbéciles dispuestos a colaborar y a ponerse a su servicio sin saberlo.

En momentos de preocupación como los que se viven durante una pandemia, el flujo de noticias falsas, de bulos y de desinformación se incrementa. En plena era de la información, cuando prácticamente cualquiera puede entrar en la red y probar la falsedad o veracidad de una información de manera relativamente sencilla, la realidad es que tenemos más desinformación que nunca, y que esta aparece por todas partes: entre tus amigos, en tu familia, en aquellos de quienes, en muchos casos, menos la esperabas. Rumores con patrones perfectamente reconocibles: recursos a la falacia de autoridad, como en «lo dicen los médicos», sesgos de confirmación, y sobre todo, mucho, muchísimo miedo al cambio, a lo nuevo.

Simplemente escuchamos un rumor y, sin el más mínimo intento de verificación, lo damos como válido porque el argumento «nos hace clic», nos funciona como explicación, aunque sea completamente falso o incluso ridículo si se analiza racionalmente, y de manera casi inmediata, nos ponemos al servicio de su difusión, como si nos hubieran pagado por ello. La realidad es que difundirlo nos hace sentir bien, nos gratifica: del mismo modo que a nosotros «nos hizo clic» y nos explicó algo, aunque fuese más falso que Judas, nosotros nos sentimos bien provocando ese mismo «clic» en otros, y sintiéndonos «enterados». En la práctica, estamos siendo auténticos imbéciles irresponsables, pero eso no importa: nos hace sentir bien. No dejes que la responsabilidad te impida disfrutar del pequeño momento de satisfacción que te ofrece el pasar por «enterado».

Un conjunto de herramientas – redes sociales, mensajería instantánea, etc. – y de actitudes que convierten a la sociedad actual en una auténtica bomba de relojería, siempre en riesgo de la difusión del enésimo bulo absurdo. Precisamente cuando la ciencia ha conseguido demostrar que es capaz de estar a la altura de las circunstancias, es cuando más dudas absurdas surgen y cuando más se difunden. Verifica, imbécil, verifica antes de hablar. Infórmate, lee, contrasta. Ten un mínimo de sentido crítico. Como sociedad, es igual de ridículo que cuando, en la Edad Media, los bulos circulaban entre las aldeas a lomos de caballos o a pie. Pero mucho, muchísimo más injustificable. Y muchísimo más desesperante.


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