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China: poniendo a los influencers bajo control

IMAGE: TIME Magazine

Tras una temporada disciplinando a los llamados influencers, muchos de los cuales han sido multados o directamente han desaparecido de la vida pública, el gobierno chino ha publicado una serie de dieciocho normas y directrices para este tipo de actividad, incluyendo la mención expresa a treinta y un comportamientos específicamente definidos que van desde la ostentación de lujo y hábitos vida extravagante hasta los esquemas de hype-up o la publicación de contenido, incluyendo deep fakes, que distorsionen o debiliten la imagen del partido, del gobierno o del país en general.

Entre las cuestiones reguladas se establece una muy concreta: la necesidad de contar con cualificaciones relevantes para discutir públicamente temáticas legales, de finanzas o de salud. Los requerimientos específicos en términos de la necesidad de expertise o de titulaciones concretas no aparecen especificados en la norma, pero se supone que funcionará como un desincentivo a la hora de que estos influencers se planteen tocar determinados tipos de contenidos considerados socialmente peligrosos por sus potenciales consecuencias en las audiencias.

Además, los canales y plataformas deberán negar la oportunidad de aparecer ante el público y expresar públicamente su opinión a cualquier persona que hayan acreditado anteriormente comportamientos no éticos, incluyendo la posibilidad de crear nuevas cuentas para ello. El uso de influencers en campañas publicitarias en plataformas como Taobao, Alibaba y similares estaba siendo cada vez más habitual en China, con figuras dedicadas a tratar de generar expectativas sobre determinados productos y venderlos de manera masiva, como es el caso del llamado «Lipstick King», Austin Li Jiaqi, que fue capaz de vender quince mil barras de labios en cinco minutos y un total de 1,700 millones de dólares de productos en doce horas y que recientemente desapareció de la red tras tratar de vender una tarta helada, Vienetta (en España conocida anteriormente como Comtessa), que decoró con galletas Oreo y un palito de chocolate y que recordaba vagamente a un tanque, lo que algunos relacionaron con la evocación de los incidentes de la plaza de Tiananmen. Tras la aparición de la tarta en cuestión, la emisión se cortó aduciendo problemas técnicos, pero su protagonista, que al parecer estaba además siendo investigado por cuestiones fiscales, no volvió a aparecer ante sus sesenta y cuatro millones de seguidores.

Que China intente crear mecanismos de control sobre los llamados influencers no debería resultar extraño: después de todo, un influencer es alguien que, por la razón que sea – en muchos casos injustificada – obtiene una capacidad de influencia determinada sobre la sociedad, algo que sin duda el gobierno chino quiere mantener bajo control por sus potenciales efectos. A partir de ahí, concretar ese control en normas específicas y en una serie de puntos que el influencer debe obligatoriamente seguir so pena de ser sancionado es algo que evoca la censura más estricta. Sin embargo, no son pocos los que, en países que no poseen las características de China, se plantean cómo es posible que determinados influencers se atrevan a hablar sin ningún tipo de precaución de algunos temas complejos o con efectos potencialmente peligrosos, como dietas milagro, hábitos perjudiciales para la salud o supuestos consejos financieros.

El fenómeno de los influencers, capaces en muchos casos de alcanzar audiencias muy amplias, está aún muy lejos de tener una regulación adecuada en el mundo occidental, más allá de que supuestamente deban revelar cuándo aquello de lo que hablan es estrictamente publicidad (y que, de por sí, es una norma con un cumplimiento muy relativo). Ahora China ha decidido poner bajo control el tema «al estilo chino», es decir, sin medias tintas y de manera radical. ¿Deberíamos esperar que, como ha ocurrido en otros temas, algunas partes de esa regulación se conviertan en inspiración para gobernantes de otros países?

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