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Internet Explorer como diferencia entre la Microsoft de ayer y la de hoy

IMAGE: Internet Explorer logo (Microsoft)

Guillermo Vega, de El País, me llamó hace un par de días para hablar sobre el anuncio de Microsoft de la retirada de Internet Explorer, el navegador que resume todo lo malo que tuvo la Microsoft de finales de los ’90 y principios de siglo. Hoy, Guillermo ha publicado su noticia titulada «Hasta la vista y gracias por todo, Internet Explorer» (pdf), en la que me cita brevemente.

Me resulta muy divertido que, a mis 56 años recién cumplidos, con bastante carrera profesional por delante y con muchísimas ganas todavía de hacer cosas nuevas y muchas diabluras en ella, muchos periodistas me llamen para cuestiones de «arqueología de la red», por eso de que llevo ya muchos años escribiendo sobre ella 🙂

En este caso, además, hablamos de un tema que viví con mucha pasión: usuario de Mosaic primero y de Netscape después, la llegada de Internet Explorer me pareció en su momento precisamente lo que era: el intento de ganar una posición en el mercado de una compañía que había subestimado completamente la importancia de internet, que habían visto surgir el fenómeno Netscape, y que utilizaba un truco tan sucio como el del bundling, la integración en el sistema operativo que entonces dominaba la computación, para obtener una posición de mercado. Presencié directamente la caída de Netscape mientras vivía en los Estados Unidos, me resistí a ella durante mucho tiempo, y acabé viendo cómo el mercado terminaba yendo por donde Microsoft quería y elevando Internet Explorer, un navegador que nunca fue especialmente interesante ni particularmente bueno, hasta el monopolio absoluto, un 95%. Todo ello está abundantemente recogido en las crónicas de las browser wars, del mismo modo que el caso United States vs. Microsoft sigue siendo el arquetipo y ejemplo de las estrategias de product bundling.

La mayor parte de los geeks de entonces recordamos aquella época con un sabor fuertemente agridulce. Microsoft, una compañía que había jugado un papel importante en la expansión de la computación y que le había «comido la tostada» a la entonces todopoderosa IBM, se «volvía mala» y se dedicaba a atacar la misma esencia de internet, su apertura y su compatibilidad, con un navegador que trataba de utilizar constantemente para imponer estándares cerrados y propietarios. Internet Explorer fue el navegador que más intentó atacar la universalidad de internet, de una manera que reflejaba cómo Microsoft creía estar por encima de todo y poder hacer lo que le viniese en gana sin temor a ninguna consecuencia.

La llegada de Firefox en 2004, con aquel anuncio a doble página en The New York Times que contribuí a pagar, fue un auténtico soplo de aire fresco en aquel panorama de internet que Microsoft pretendía dominar, y que se perdió por la insostenibilidad de su estrategia y la inoperancia de Steve Ballmer. Recuerdo perfectamente cómo Internet Explorer, que siempre había sido para mi «el malo de la película», pasaba a la historia mientras adoptaba aquel Firefox que al principio usábamos muy pocos, cómo hice apostolado entre todos mis alumnos y con infinidad de artículos, y cómo cambió el panorama de los navegadores a partir de ahí, con el lanzamiento de Chrome por parte de una Google que entonces parecía buena.

Hoy, Internet Explorer es un ejemplo rancio y trasnochado de lo que internet nunca debió ser, algo que solo se utiliza en entornos corporativos anclados en el pasado. A día de hoy, Internet Explorer es un buen indicador de obsolescencia: si en tu compañía aún está instalado y hay aplicaciones que solo pueden utilizarse con semejante vestigio del pasado, hazte el favor de echar automáticamente a la calle a todo tu departamento de IT (alegando además despido procedente), abandona la prehistoria e incorpórate al presente lo antes que puedas. No existe ninguna, absolutamente ninguna justificación válida para ello.

Que una Microsoft radicalmente distinta a la de entonces haya decidido sustituir al maldito Microsoft Explorer con un Edge que tiene base Chromium tiene, en muchos sentidos, algo de justicia divina. Esperemos no tener que volver a encontrarnos con actitudes como esas en el futuro.


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