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Adaptar el cuidado de la salud al escenario tecnológico

IMAGE: Springer Nature Limited 2020

Mi columna de esta semana en Invertia, titulada «Replanteando el cuidado de la salud» (pdf), vuelve a uno de mis temas habituales en esta página, pero que no había mencionado aún en esa sección, que comencé el pasado abril, y que además tiene como título genérico «Después de la pandemia».

Estoy convencido de que la actual pandemia provocará un cambio en la forma en la que planteamos el cuidado de la salud en el futuro. Lo estoy, en primer lugar, porque las dinámicas de emprendimiento y de inversión en ese ámbito se han elevado significativamente en todo el mundo, y es claro que hay una gran cantidad de talento intentando buscar propuestas de valor válidas en ese sentido. En segundo, porque tiene toda la lógica del mundo tratar de buscar pautas que nos hubiesen podido evitar la llegada de la pandemia: si en las zonas en las que el SARS-CoV-2 comenzó a infectar de manera viable a seres humanos hubiésemos tenido una parte significativa de la población que monitorizase sus constantes vitales regularmente, es muy posible que esa infección hubiese podido ser detectada y aislada rápidamente, y que la infección nunca hubiese escalado hasta convertirse en pandemia.

En tercer lugar, porque la tecnología es una variables de contexto que define precisamente eso, el contexto de nuestra actividad, y el cuidado de la salud es una actividad que suele considerarse muy importante. No tiene sentido que tecnologías que posibilitan la sensorización y el control de numerosas variables diagnósticas permanezcan al margen de los sistemas de gestión de la salud durante demasiado tiempo.

Visto así, que comiencen a surgir estudios clínicos, además de los conocidos como el de Stanford con Apple, en los que ese tipo de tecnologías y dispositivos son utilizadas de manera satisfactoria es algo que entra dentro de la lógica, como lo es el que algunas compañías punteras, como es el caso de Sanitas en España, comiencen a explorar ese ámbito.

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Para el desarrollo de ese tipo de prácticas, que redundan en una mayor tranquilidad y bienestar del paciente, por un lado, y en un ahorro de costes en el tratamiento de muchas condiciones médicas, es fundamental, en primer lugar, crear un entorno jurídico adecuado que posibilite el tratamiento responsable de los datos generados por los dispositivos sin temor a que sean objeto de un mal uso, que sean comercializados, o que puedan generar situaciones de discriminación. Además, es importante visualizar un escenario en el que, independientemente de que las primeras iniciativas puedan surgir en el ámbito privado, se pueda prever su implantación en sistemas de salud públicos, como de hecho comienza a ocurrir en países como Singapur, dado que los dos efectos generados, tanto el bienestar del paciente como el ahorro en tratamientos gracias a diagnósticos más precoces, son también susceptibles de generar grandes ventajas.

Los wearables son cada vez un entorno menos frívolo o pensado para la tranquilidad de hipocondríacos, y cada vez más un elemento con una utilidad potencial muy importante. En una primera fase, este tipo de dispositivos pueden generar una impresión de sobrecarga de cara a la labor del facultativo: la idea de consultas abarrotadas por pacientes alarmados por tal por cual lectura en su dispositivo, o de médicos enfrentados con la pantalla del smartphone del paciente que intenta mostrarles sus registros es susceptible de provocar lógicas pesadillas a cualquiera. Es fundamental entender que ese no es el estado razonable de este tipo de tecnologías: lo lógico es que esa avalancha de datos sea procesada no por un médico, sino por un algoritmo con función de detección de anomalías, y que únicamente lleguen al facultativo aquellos casos que puedan requerir una atención especializada.

También es importante analizar este entorno con un mínimo de base estadística: la precisión de un wearable nunca va a ser equivalente a la de un dispositivo de uso clínico, pero a cambio, suele contraponer una frecuencia muy superior en la toma de datos. Esta reducción progresiva del error estándar conlleva que los algoritmos de detección de anomalías puedan funcionar de manera adecuada, y que puedan utilizarse dispositivos de una amplia gama, tras una simple fase de calibración y homologación.

Este tipo de entornos favorecerán, además, el desarrollo de más y mejor investigación de cara al futuro, y por tanto, posibilitarán un avance mayor de la ciencia médica. Especialidades como la cardiología o la endocrinología, por ejemplo, están adelantándose en muchos casos a ese futuro: lo importante será adoptar una visión holística que permita entender el diagnóstico como un todo, como elementos que pueden ser utilizados en muchas otras áreas, y a la que se vayan incorporando otros dispositivos a medida que su desarrollo y su fiabilidad lo convierta en viable.

A medida que la tecnología sigue generando posibilidades, el futuro de la medicina es la monitorización, la abundancia de datos y el enfoque en la prevención. Y cuanto antes lo entendamos, mejor para todos.


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