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La educación como clave del progreso

IMAGE: Gerd Altmann - Pixabay

Mi columna de Invertia de esta semana se titula «Innovación, difusión… y educación» (pdf), y trata de analizar cómo los procesos de innovación llegan a la sociedad a través de la fase de difusión, generalmente muchísimo más lenta que la de la generación de la innovación, y cómo la educación correctamente enfocada puede contribuir a disminuir ese desfase y a hacer posible una adopción de las innovaciones más rápida y más provechosa para toda la sociedad.

Internet es un caso claro: han pasado ya más de cincuenta y cuatro años desde la primera transmisión que partió de UCLA, y treinta y dos desde que el desarrollo de la World Wide Web, con la filosofía de «let’s share what we know« o «compartamos lo que sabemos» la convirtió en fácilmente accesible, pero aún tenemos un porcentaje vergonzosamente elevado de usuarios que hacen un uso espantoso de la red, que navegan entre todo tipo de obstáculos y de basura, que tienen una relación espantosa con el correo electrónico y que infringen todos los días varias normas básicas de seguridad que facilitan que caigan en manos de todo tipo de delincuentes. Muchos años después de su popularización, una red que se utiliza cada vez para más cosas sigue siendo un terreno abonado para que muchísimos incautos sean separados de su dinero. Y con muchas innovaciones posteriores, incluida la IA, sabemos que está pasando exactamente lo mismo.

La frase «vivimos tiempos exponenciales» ya no se puede decir porque se ha convertido en un cliché, pero es completamente cierta. La evolución de la innovación es más rápida que nunca, pero la especie humana sigue siendo, en general, un animal conservador, con tendencia a ver las novedades como una amenaza y a tratar de mantener la estabilidad en torno a lo que conoce. Aunque el concepto de innovación tiende a tener connotaciones habitualmente positivas, prácticamente todas las tecnologías e innovaciones pasan por una fase en la que son vistas como una amenaza, como algo preocupante que habría que tratar de evitar, aunque en la mayoría de los casos, si su proceso de difusión se llevase a cabo adecuada y ordenadamente, sería susceptible de generar grandes beneficios.

Las patentes son el mecanismo que la sociedad se planteó para dotar de incentivos al proceso de difusión de innovaciones, para que la innovación fluyese más rápido hacia la sociedad. La patente es el documento que asocia una invención con una persona a la que se conceden una serie de derechos exclusivos, como excluir la capacidad de terceros para fabricar, usar, vender o explotar comercialmente esa invención por un período determinado de tiempo, a cambio de la divulgación suficientemente detallada de esa invención, pero claramente no funciona. Como forma de llevar la innovación al mercado, las patentes son un mecanismo que ha servido o bien para atribuir, en muchísimos casos, a una persona una invención que en realidad no era suya, o bien para construir fortunas en torno a unos derechos exclusivos que, en la práctica, no debían haber sido concedidos a quien la registró. 

Sinceramente, y no creo que sea solo porque llevo treinta y tres años haciendo lo que hago, creo que la educación es la clave para conseguir que los procesos de difusión de la innovación se aceleren, y que esa aceleración sería susceptible de generar un enorme valor para la sociedad. Sin embargo, también por mi trabajo me encuentro todos los días con los obstáculos para introducir innovación en el propio proceso educativo, y a pesar de desarrollar mi trabajo en un entorno privilegiado en el que tengo muchísima libertad para llevarlo a cabo, sé que no es sencillo.

Pero que no sea sencillo no quiere decir que no debamos intentarlo si estamos de acuerdo con las premisas expuestas: uno, que la difusión de la innovación es espantosamente lenta; dos, que se podría generar mucho valor para la sociedad si consiguiésemos acelerarla; y tres, que la educación es el vehículo adecuado para ello. Si es así, dinamizar el proceso educativo, actualizarlo y convertirlo en una forma de que las personas sean conscientes del contexto tecnológico en el que viven debería ser una de las tareas más importantes que la sociedad debería proponerse. Y ojo: en ningún momento estamos hablando de que los conocimientos «tradicionales» no sean importantes y que en su lugar haya que impartir tecnología, sino de que la tecnología debe ser un componente horizontal utilizado para todo y actualizado de manera constante, que facilite que quienes pasan por el proceso educativo sean capaces de utilizar las herramientas y las dinámicas necesarias para no solo acceder a los conocimientos, sino también para mantenerse actualizados.

Hace ya muchísimo tiempo que la educación no tiene un componente dinámico tangible. Que cree que su papel es enseñar una serie de conocimientos, sin más, sea como sea, y que los alumnos superen un examen. Los temarios se actualizan muy poco, los profesionales se forman casi igual que hace décadas, y la idea de dinamismo, de conocimientos que cambian o de educación que dura toda la vida está prácticamente ausente del proceso, salvo en muy honrosas excepciones generalmente vinculadas a la filosofía de unas pocas instituciones o al voluntarismo, a la necesidad de ir más allá, de algunos profesionales.

O nos planteamos cambiar la educación como reto, o seguiremos sin ser capaces de cambiar la sociedad. Y cambiar la sociedad es, en un contexto que cambia a la velocidad que cambia, es una necesidad fundamental.

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