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La enseñanza online y sus mitos

IMAGE: Wokandapix - Pixabay (CC0)

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «La red y los lugares comunes» (pdf), y está provocada fundamentalmente por un comentario de una entrada anterior hace pocos días en el que se afirmaba que la enseñanza online consistía en «vídeos grabados y una web con tutorías y ejemplos».

Para alguien que lleva veinte años impartiendo enseñanza online además de presencial, que ha tenido la oportunidad de comparar abundantemente ambos modelos, y que, además, ha visto cómo la institución en la que trabaja alcanzaba el primer lugar en los ranking internacionales por sus programas online, resulta completamente patético pensar que estemos pasando por la que sería la mayor oportunidad de la historia para desarrollar este tipo de aprendizaje, y que por culpa de un montón de mitos y lugares comunes como ese, lo estemos desperdiciando y estemos todos como locos por volver a las aulas.

Por alguna razón, una parte significativa de la sociedad piensa que la enseñanza online:

  • es un sustitutivo pobre de la presencial, que solo se justifica por causas de fuerza mayor
  • tiene que ser necesariamente más barata
  • se basa en el autoaprendizaje, en vídeos grabados y páginas web con tutorías y ejemplos
  • es aburrida y los estudiantes la abandonan
  • impide el desarrollo de relaciones sociales entre los alumnos
  • es «talla única», incapaz de adaptarse a cada alumno
  • etc., etc., etc…

La realidad, dicho por una persona con veinte años de experiencia en educación y cuyas evaluaciones de alumnos durante el confinamiento subieron, es que todo eso es BASURA.

No, la enseñanza online no tiene por qué tener NADA QUE VER con los cursos masivos y abiertos (MOOCs) que se proponen para acercar conceptos a una gran cantidad de gente, y que necesariamente dependen de una fuerte estandarización y automatización, y en los que el 95% de los alumnos que los inician, no los terminan. En ese tipo de cursos es posible que la idea de «vídeos grabados y páginas web con tutorías y ejemplos» pueda ser aplicable, pero eso no implica que la enseñanza online tenga que ser así.

No, la enseñanza online no es sinónimo de «no puedo ir a clase porque vivo en una zona rural mal comunicada», ni de «no tengo dinero para pagar una enseñanza presencial y entonces la hago online«. Eso sería propio de diseños como Khan Academy, dignos de todo elogio y que tienen un papel importantísimo en algunos mercados, pero de nuevo: eso no quiere decir que un curso online tenga necesariamente que seguir la metodología o el estilo de Khan Academy. Del mismo modo, la UNED ha hecho seguramente mucho por la educación en España, pero ni es precisamente lo más puntero metodológicamente en ese ámbito, ni mucho menos implica que todo curso online deba parecerse a los que imparte la UNED.

No, la enseñanza online no tiene que ser más barata si los recursos que hay que invertir en ella para hacerla bien son mayores y más caros que los que hay que invertir en una clase presencial. Lo dije en su momento: una clase presencial se prepara, una clase online se produce. Y «producir» es más complejo, implica más esfuerzo y proporciona más oportunidades para mayor calidad que simplemente preparar. Si no las aprovechas, será porque no sabes o porque no quieres, pero poderse, puede hacerse. Doy fe de ello.

No, la enseñanza online no es aburrida. De hecho, metodológicamente ofrece más variaciones que la que se imparte en un aula, lugar en el que, desgraciadamente, las cosas tienden a hacerse de manera muy parecida a como las hacían nuestros abuelos o bisabuelos. En una clase online bien producida puedes (y debes) tener más bidireccionalidad, más (y mejores) encuestas y preguntas a los alumnos, más (y mejores) invitados, y muchos más materiales que los que puedes utilizar en una clase, además de alternar métodos asíncronos (foros) que aportan profundidad con métodos síncronos (videoconferencias) que aportan cercanía y otras cosas.

No, la enseñanza online no es «preparo la clase, la pongo en una página y a partir de ahí no hago nada». Eso es autoaprendizaje, y nadie dice – ni debería pretender – que toda la enseñanza online fuese así.

No, la enseñanza online no impide ni dificulta las relaciones sociales. Los estudiantes y el profesor pueden (y deben) mantener más cercanía y relación en un entorno online que en uno presencial, y sobre todo, mucho más rica. Puedo asegurar que conozco mejor a muchos de mis alumnos a los que he dado clase en online que a otros que simplemente se han sentado en mis clase presenciales y han participado poco. Mientras el presencial suele limitarse al tiempo de clase y tutorías, el online puede implicar mensajería instantánea, foros, y hasta videoconferencias uno a uno en determinados casos. Obviamente, no quiere decir que como profesor tengas que estar 24×7, pero si que puedes ofrecer más disponibilidad y cercanía cuando puedes proporcionarla sin salir de tu casa. Y en cuanto a los alumnos… cuando la clase termina, siguen conectados en mensajerías y redes sociales, y hablan y se relacionan sin parar. Sí, el verse físicamente es algo que no debería perderse, obviamente, pero eso depende del contexto y de las circunstancias, y en medio de una pandemia, es posible que sea buena idea restringirlo.

La interacción online permite más profundidad, disponibilidad de mejores materiales, explicaciones más completas y mejor calidad. La razón es obvia: en presencial, tanto profesor como alumno tienen los recursos que tienen en su cabeza o en un libro, y se expresan mediante la voz, que es un canal restringido en tiempo: un alumno no puede preguntar durante más de uno o dos minutos, y un profesor tiene que responder con lo que tiene en ese momento en la cabeza. En online, el alumno puede formular su pregunta en un foro por escrito, extenderse, pensarla, documentarla con enlaces o vídeos si quiere, y el profesor tiene muchas más opciones y posibilidades a la hora de responder que cuando está de pie en un aula. El medio online es más rico, y sobre eso no hay discusión posible. De esa evidencia, pasemos a la siguiente: la enseñanza online puede ser, dados los medios y condiciones adecuados, mejor que la presencial.

De ahí emerge la única limitación que considero relevante en este ámbito: una enseñanza online requiere, además de planteamientos adecuados, un equipamiento mínimo y un cierto ancho de banda, y ahí deberían centrarse las acciones, en obtener los medios que la hagan posible. No es sencillo y no es barato, pero puede hacerse. Para los profesores… de verdad, es sencillo, no hay que ser ingeniero de cohetes. Si te gusta dar clase y te ofrecen un canal diferente y con un montón de posibilidades, úsalo. Si te gusta enseñar, enseñarás en el formato que te pongan delante, y este, a poco que lo uses, te demostrará infinitas posibilidades. Mis mejores discusiones de muchos conceptos complejos no han sido en un aula, han sido en una sesión online.

Una de las mejores formas que tenemos de convertir una amenaza como una pandemia en una oportunidad para todos es desarrollar bien la enseñanza online. Olvidar sus mitos y lugares comunes, considerarla como lo que realmente es, y desarrollarla como se merece, como algo que seguramente podremos seguir utilizando incluso cuando la pandemia esté bajo control, cuando tengamos una gripe o nos hagamos un esguince y necesitemos reposo. Mientras tanto, seguiremos no solo gravemente equivocados, sino además, jugándonos absurdamente el próximo rebrote de la enfermedad.


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