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El agua, el clima y el análisis a corto o a largo plazo

IMAGE: Antonio López - Pixabay

Es, sin duda, una de las cuestiones que más me preocupan ante unas elecciones en mi país: el tipo de análisis que las distintas opciones políticas hacen del que, para mí, es el mayor problema de la Humanidad: la emergencia climática.

Definir tu voto en función de un único criterio puede parecer simplista, y obviamente las cosas, tanto en política como en la mayoría de los ámbitos, rara vez son blancas o negras. Pero en muchos sentidos, la actitud de algunos con respecto a la emergencia climática se asemeja al que, para mí, es el mayor problema del capitalismo: el plazo, corto o largo, con el que se analizan algunas decisiones.

Una compañía puede, en una economía capitalista, obsesionarse con la maximización de los resultados trimestrales, con satisfacer las expectativas de los analistas y con entregar beneficios a los accionistas, algo que muchos, a lo largo de los tiempos, han identificado con la función de las compañías. En muchas ocasiones, esos objetivos se conforman en forma de bonus a los directivos, que alinean todo para que esos números trimestrales terminen siendo los esperados.

Sin embargo, ese análisis a corto plazo, con un horizonte de tres meses, puede, en muchos casos, ser incompatible con una idea de sostenibilidad a largo plazo, y perjudicar el futuro de la compañía. En un ejemplo extremo, hacer funcionar las máquinas sin mantenimiento podría generar beneficios un trimestre, pero provocar que esas máquinas terminasen fallando y provocando gastos importantes más adelante.

En mi opinión, eso es precisamente lo que pasa con el análisis que una parte del espectro político hace de una cuestión, la emergencia climática, que jamás debería haber sido objeto de politización, porque es objetivamente cierta y científicamente indiscutible. Y en ese sentido, el populismo de «las personas por encima de los ecosistemas» es exactamente lo mismo que el dilema del capitalismo, los incentivos erróneos y el análisis a corto o largo plazo.

El reciente caso de la desertificación de Doñana muestra un claro ejemplo de esto: dejar a los agricultores sin agua para que se puedan preservar los humedales es, para algunos políticos, algo impensable, en parte porque los humedales no votan y los agricultores, sí. En último término, es una solución peor para todos: la viabilidad de Doñana corre más riesgo, y la fresa española es objeto de boicots en algunos de sus mercados con más conciencia ecológica. Obviamente, tomar decisiones que condenan a muchos a no poder regar podría resultar en la ruina de sectores económicos enteros, lo cual, en análisis simplista de blancos y negros, nos lleva a «mejor tener fresas aunque ello conlleve crear desiertos«, o que las aves tengan que irse a criar a otro sitio.

En realidad, y como en tantas ocasiones, las cosas no son ni tan blancas, ni tan negras. En la práctica, cultivar fresas, o azafrán u otras especies en entornos con tendencia a recibir una cantidad de agua cada vez menor puede ser una mala elección, pero sobre todo, cultivar fresas con una tecnología de riego por inundación, cuando existen tecnologías infinitamente más eficientes de riego por goteo, puede ser completamente injustificable. Si la evolución de la emergencia climática te lleva a un paisaje completamente diferente, no te dediques a negarlo ni intentes seguir aplicando las mismas soluciones o tecnologías que aplicabas antes, porque simplemente ya no funcionan.

¿Regularizar todos los pozos ilegales para proteger a los agricultores? Bien, pero condenas a una reserva biológica importante a su desaparición. ¿Cerrar todos esos pozos y arruinar a los cultivadores de fresa de Huelva? El análisis fácil siempre es ese, de blancos y negros. A lo mejor, lo razonable es obligar a los agricultores a no despilfarrar el agua y a reconvertir sus plantaciones, en lugar de permitir que sigan cultivando como lo han hecho siempre.

Cuando, en una conferencia hace algún tiempo, me congratulaba por el cierre de una importante central eléctrica de carbón en Galicia, un político que estaba presente en ese mismo evento contestó que él no, porque ello suponía la pérdida de muchos puestos de trabajo y la ruina de todo un pueblo. Y eso, pensar que es mejor mantener lo que hay a toda costa para evitar perjuicios a corto plazo aunque ello suponga un problema mucho más relevante a largo plazo, me supone una preocupación importante, posiblemente la más importante que me planteo ahora mismo ante unas elecciones en mi país. ¿Personas antes que ecosistemas? Eso es una soberana estupidez: las personas vivimos en esos mismos ecosistemas, y en último término, nos perjudica que dejen de ser biológicamente viables.

La alternancia política es un fenómeno natural y posiblemente saludable en las democracias. Pero si no conseguimos presionar a nuestros políticos, sean del signo que sean, para que planteen soluciones a largo plazo para los problemas más existenciales a largo plazo, tendremos un problema muy importante, y estaremos cometiendo un verdadero crimen, que por supuesto terminaremos pagando. Es una simple cuestión de supervivencia.


This post is also available in English on my Medium page, «The age-old practice of short-term thinking has created some very long-term problems»

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