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Políticos, redes sociales y censura

IMAGE: OpenClipart Vectors - Pixabay (CC0)

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «Políticos y redes sociales» (pdf), y habla del problema de pretender diseñar leyes simplistas para tratar de regular el uso de las redes sociales por parte de unos políticos que, en muchos casos, simplemente no están a la altura de las circunstancias.

El estado de Florida, bajo control republicano, ha aprobado una ley ridícula que será sin duda rápidamente desautorizada en instancias superiores, pretendiendo que las redes sociales no puedan bajo ningún concepto establecer medidas de control sobre los mensajes emitidos en ellas por políticos. Lo hacen porque, obviamente, están indignados con la censura que redes como Twitter, Facebook y otras establecieron sobre el ex-presidente Donald Trump después de que este azuzase a miles de ciudadanos para que asaltasen el Capitolio o utilizase sus cuentas para esparcir dudas sobre el funcionamiento de las instituciones, en lo que era claramente un comportamiento temerario e irresponsable.

Obviamente, pretender que una red social no pueda ejercer control alguno sobre los mensaje que se emiten a través de ella es absurdo, y contradice no solo la ya de por sí polémica Section 230, que establece la protección de los proveedores de servicios en internet tanto contra la responsabilidad derivada de los contenidos que los usuarios introduzcan en ellas como contra las posibles medidas de eliminación o moderación de material de terceros que consideren obsceno u ofensivo que decidan acometer, sino la mismísima Constitución de los Estados Unidos.

Parece obvio que pretender que cualquiera pueda decir lo que le dé la gana en una red social, independientemente de a quién pueda ofender o escandalizar, es algo parecido a confundir la libertad de expresión con la de gritar «Fuego» en un teatro abarrotado de gente. Pero si bien todo indica que no podemos esperar que determinados políticos hagan un uso responsable de una herramienta como las redes sociales, esperar que sean las redes sociales las que establezcan y ejerciten esos controles sobre lo que se puede o no puede decir tiene un problema similar, derivado del hecho de que ello puede facilitar que introduzcan en ese control sus propias agendas e intereses, como de hecho ya ha ocurrido.

Si algo hay claro en esta historia es que el problema como tal no se deriva de las redes sociales, sino de la fragilidad de las normas que pretendemos utilizar como sociedad. Mientras no estén claras las cosas que un político puede o no puede decir o hacer, tampoco lo estará lo que pueden decir o hacer en las rede sociales. No podemos pedir a las redes sociales que mantengan unos comportamientos modélicos sobre elementos que ni siquiera están claros fuera de ellas. Que un político llame a la violencia, a la discriminación o al odio parece demencial… pero ocurre, y ocurre demasiado a menudo. Como sociedad, deberíamos poder establecer lo que está y no está permitido, y sancionar a quienes lo incumplan, tanto si lo dicen en un mitin o en una red social. Asumir que no se puede desarrollar un sistema de control o mecanismos sancionadores porque no existe la gente imparcial o justa es evadir la solución del problema, y pretender que vivamos sin normas, en una sociedad cada vez más tóxica e irresponsable. Ser político no puede significar tener muchas más protecciones que el resto de los ciudadanos y que para encausarte haya que acudir a instancias superiores, porque precisamente los políticos, por su nivel de responsabilidad, deberían estar obligados a ser infinitamente más cuidadosos a la hora de ejercer sus libertades.

El problema, como ya he dicho en otras ocasiones, está en la definición de tolerancia y en la forma en que debemos gestionarla. Pretender que la tolerancia equivale a un «vale todo» es cada día más ilusorio, absurdo y liberticida, porque esos «vale todo» siempre suponen intolerancia de otras ideas, de otros colectivos o de otras personas. Menos defender que cualquiera puede decir lo que le venga en gana a través del canal que quiera, y más leer a Karl Popper y su paradoja de la tolerancia. Solo cuando entendamos cómo funcionan este tipo de cuestiones en la sociedad podremos aspirar a regular esos comportamientos en las redes sociales.


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