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El error de politizar una pandemia

IMAGE: Hakan German - Pixabay (CC0)

Mi columna en Invertia de esta semana se titulaba originalmente «El error de politizar una pandemia» (pdf), y trata de contrastar algunas hipótesis que el desarrollo de la pandemia, que en marzo cumplirá ya dos años desde su declaración por parte de la Organización Mundial de la Salud, parece estar dejando bastante claras, así como subrayar el error que supone permitir una politización de cuestiones que nunca deberían ser políticas, sino simplemente científicas.

Si nos retrotraemos en la historia a anteriores pandemias, la evolución de la actual parece seguir derroteros similares: una fuerte mortalidad inicial, seguida de fases en los que la población va adquiriendo inmunidad por diversos medios, y una fase final en la que la pandemia va cediendo para convertirse en una enfermedad endémica generalmente con consecuencias más moderadas.

A estas alturas de la pandemia, por tanto, y con una incidencia que tiende cada vez a representar cada vez más el hecho de que los afectados tengan que pasar una semana de confinamiento en su casa, la variable que de verdad interesa analizar no es esa, sino la mortalidad relativa.

Y en este caso, lo que puede observarse claramente es la marcada diferencia en la mortalidad de la enfermedad desde el momento en que las campañas de vacunación alcanzan un porcentaje elevado. La diferencia es particularmente notoria en casos como los Estados Unidos, en donde si observamos los estados en los que la vacunación ha sido más generalizada frente a aquellos en los que no ha tenido tanto éxito, pueden apreciarse diferencias porcentualmente importantes en las tasas de mortalidad relativa. Si observamos la evolución de la mortalidad relativa en tres estados con campañas de vacunación exitosas (California, Columbia y Maryland) frente a otros tres sensiblemente más renuentes a ella (Wyoming, West Virginia y Oklahoma), podemos apreciar diferencias significativas en la evolución de la mortalidad relativa, que además se hacen visibles en la serie temporal a partir del momento en que la vacunación comienza a avanzar.

Pero lo verdaderamente chocante es comprobar hasta qué punto la distribución de la administración de vacunas coincide con el color político del estado en cuestión: los estados con tendencia más demócrata en las pasadas elecciones presidenciales tienden a aceptar mejor la idea de la vacunación, mientras que los más republicanos son habitualmente más resistentes. La diferencia, que puede ser claramente apreciada por cualquiera que siga la actualidad norteamericana, llega al punto que incluso el mismísimo Donald Trump fue abucheado por sus seguidores cuando confesó haber recibido su tercera dosis. En la práctica, esta politización de las vacunas podría llegar a tener incluso un efecto sobre el mapa político: los republicanos, debido a una fuerte politización de la pandemia, tienden a vacunarse menos y, por tanto, a tener tasas de mortalidad comparativamente superiores a las de los demócratas.

En el caso de España, uno de los países del mundo con campañas de vacunación más exitosas, la observación longitudinal es la verdaderamente interesante: si bien el país ocupó durante todo el principio de la pandemia los lugares más altos del siniestro ranking de mortalidad relativa a pesar de contar con un sistema de salud de elevada calidad y con cobertura universal, esa posición ha ido cediendo hasta situarse en un lugar mucho más razonable (38 del mundo) a medida que las campañas de vacunación han ido avanzando. Si vemos la evolución de los países del este de Europa, por ejemplo, la tendencia es exactamente la contraria: ahora, los lugares más elevados de mortalidad relativa en Europa – y en el mundo – están ocupados por países como Bulgaria, Bosnia, Hungría, Montenegro, Macedonia del Norte, República Checa, Croacia, Eslovaquia y Rumania, con tasas de vacunación sensiblemente inferiores.

Obviamente, hay factores con contribuciones difíciles de medir y que también parecen jugar un papel importante: además de la ya citada calidad del sistema sanitario, hay claramente una variable climática que influye en la propagación al forzar a la población de determinados países a la permanencia en interiores durante determinadas partes del año. Pero sin duda, a estas alturas y con los datos con los que contamos, se hace cada vez más evidente que la variable que más influye en la mortalidad provocada por la pandemia es la evolución de las campañas de vacunación.

A partir de ahí, cabe preguntarse por el efecto de la politización sobre el negacionismo: en España, el porcentaje de personas que se niegan a recibir la vacuna está tan solo en torno al 5%, pero son los que tienden a alimentar, obviamente en términos porcentuales, los ingresos en hospitales y la mortalidad. Pero donde realmente podemos observar este efecto es en países con porcentajes de negacionismo más elevados, que han pasado de cifras de mortalidad relativamente discretas al principio de la pandemia, a otras mucho más severas en el segmento actual de la misma.

Quien quiera, que se pregunte por los constituyentes reales del negacionismo: miedo, inseguridad e ignorancia, o politización, presión social y teorías conspiranoicas absurdas. Pero los datos son los datos.


This article is also available in English on my Medium page, «We only have to look at death levels around the world to see the consequences of politicizing the pandemic«

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