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Suscripciones por todas partes…

IMAGE: Mohamed Hassan - Pixabay

Todo indica que nos dirigimos a un auténtico cambio de era en internet, en donde la asunción de que los servicios debían ser gratuitos llega cada vez más a su fin, y deberemos pagar sistemáticamente una suscripción por aquellos que queramos utilizar.

A la ya muy cansina suscripción de YouTube, probablemente el cuadro de diálogo al que más veces he dicho que no en toda mi vida, y a las muy exitosas suscripciones de medios de comunicación como The Wall Street Journal, The Washington Post o The New York Times, parecen querer unirse por un lado Elon Musk en X con un cobro a todos los usuarios para facilitar su verificación, y ahora otras dos redes sociales más: TikTok y Meta.

La compañía china parece estar probando una suscripción que podría ser de $4.99 mensuales y que permitiría a sus usuarios utilizar la red social sin publicidad, mientras que Meta, que ya lanzó una copia del pago por verificación implantado por X en Facebook e Instagram el pasado marzo, baraja ahora la idea de ofrecer también a sus usuarios europeos la posibilidad de pagar $14 mensuales a cambio de poder utilizar esas mismas redes sociales sin ver unos anuncios cuya personalización y nulo respecto a la privacidad le estaba generando todo tipo de problemas con los reguladores.

Si unimos a esta tendencia la decisión de los nuevos algoritmos generativos de ofrecer también suscripciones por sus tramos de más prestaciones para tratar de monetizar unos servicios que generan unos costes de computación muy elevados, todo indica que estamos hablando de un cambio dimensional en la web: si bien en los primeros años de su desarrollo la mayoría de los servicios fueron ofrecidos de manera gratuita, cuando la propia red ya se percibía como un servicio en el que ya había que pagar por la conexión, en el que había que estar para ser «moderno» y en el que obtener una escala suficiente parecía casi una utopía; la tendencia es cada vez más a asemejarse a la economía de toda la vida, en la que las cosas tienen un coste y un precio para el usuario.

A lo largo de esta transición, las suscripciones han ido tomando carta de realidad y un papel cada vez más central en los extractos de nuestras tarjetas de crédito: ese Prime de Amazon que crece sin parar, los contenidos audiovisuales como Netflix, HBO y otros que queremos tener disponibles, y cada vez más, servicios cuya gratuidad siempre habíamos asumido porque somos nosotros mismos los que, en muchos casos, creamos contenido en ellos, como las redes sociales. Sí, creamos contenido. y en algunos casos es posible que nos ofrezcan la posibilidad de monetizarlos a su vez – como ocurre en servicios como YouTube, Medium, Substack, X y muchos otros – pero además de mantener la infraestructura, obligar a un pago por suscripción permite depender menos de un modelo de publicidad cada vez más amenazada por unos usuarios que no soportan su persecución y por unos reguladores que la consideran – con no poca razón – inaceptable desde el punto de vista de la privacidad.

Si añadimos que demandar un pago facilita además el control de los usuarios, dificulta la creación de redes de bots y permite atribuir y castigar adecuadamente comportamientos contrarios a las normas, la cosa parece cada vez más razonable: de hecho, convertir los servicios en suscripciones debería, si todo funciona como debe, redundar en servicios con una mayor calidad percibida. Después de todo, la era de la gratuidad nos trajo un modelo, el de pagar con nuestra atención y ser nosotros mismos el producto, de cuyas consecuencias muchos llevamos ya mucho tiempo abominando.

Algunos estudios afirman que la economía de las suscripciones alcanzará los 1.5 billones de dólares en 2025, y cada vez son más los servicios de todo tipo que intentan ver si tienen los elementos necesarios para poder sobrevivir en ella. Aquellos que afirman que «mientras haya alternativas gratuitas, no pagaré por nada en la red» parece que van a quedarse con servicios de una calidad cada vez más marginal.

Obviamente, no va a ser fácil: cuando pagas por algo, exiges un mínimo de calidad y toleras mucho menos determinadas cosas, además de reflexionar sobre el valor que realmente te aporta el servicio por el que pagas. No todos superarán esa prueba. Pero en el fondo, lo que se está marcando es una convergencia con la economía real: las cosas tienen un precio, y quien quiera utilizarlas, debe pagarlo.


This article is also available in English on my Medium page, «Could paying for online services and content actually improve the internet

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