
Mi columna de hoy en Invertia se titula «La internet de la basura» (pdf), y trata de explicar lo que ocurre cuando amigos o conocidos presuntamente inteligentes, de repente, se transmutan en auténticos adalides de las teorías de la conspiración y empiezan a vomitar basura en las redes sociales, habitualmente procedente de un pequeño puñado de cuentas, como si estuvieran intentando «salvar al mundo» o vociferando aquello de «todos conducen en sentido equivocado». Es una columna dolorosa, porque corresponde a meses de estudio de algunas comunidades virtuales en las que participo por circunstancias diversas, en las que he podido observar y documentar el fenómeno, en algunos casos con personas que conozco.
El negacionismo y las teorías de la conspiración son fenómenos relativamente habituales en las sociedades humanas, y la combinación de la popularización del uso de internet, de las redes sociales y de una pandemia les han dado alas de una manera impresionante. El reciente estudio del CCDH sobre los flujos de desinformación acerca de la pandemia y las vacunas en los Estados Unidos traza el origen de la gran mayoría de los bulos y las barbaridades que se diseminan en la red a tan solo doce cuentas, y mi impresión en el caso de España es que el fenómeno se desarrolla exactamente igual. Quienes diseminan esa información no tienen por qué participar de sus fines o intereses: son simplemente peones más o menos estúpidos en una estrategia que trata de controlar la narrativa, de ser los primeros ofreciendo una explicación a algo, por rocambolesca o absurda que sea, y consiguiendo que se repita el suficiente número de veces.
La propia mecánica de las redes sociales contribuye, además, a ese tipo de procesos: la estructura en dos capas que, por un lado, nos alimenta con aquellos contenidos que más nos interesan y a los que más reaccionamos, mientras por otro, añade la capa de realimentación que suponen los intereses de nuestro grupo de contactos, nos lleva en muchos casos a incidir más y más en un tema, y a que tengamos la impresión de que elevando más el tono de nuestra comunicación conseguimos un impacto mayor, o un supuesto mayor prestigio o centralidad en el grupo. En algunos grupos he podido ver a algunas personas llegar prácticamente a monopolizar la conversación, mientras el resto asistían sin decir nada a semejante aluvión de patéticas estupideces y de teorías absurdas que llevarían al mismísimo Guillermo de Occam a cortarse las venas con su famosa navaja.
¿Cómo reaccionar ante conocidos que caen en semejante espiral de comportamiento aberrante? En función de la proximidad que tengamos a ellos, puede ser verdaderamente difícil. En primer lugar, no entrando en confrontación directa: es una forma casi segura de arruinar la relación. Pero al tiempo, evitando reafirmar o dar pábulo a semejantes teorías, y mostrando un rechazo claro a esa dialéctica de explicaciones peregrinas y alucinantes. En muchos casos, simplemente, dejando que el contacto se pierda: «dejé de seguir a Fulanito porque estaba muy pesado con…» Probablemente pasen años hasta que puedas volver a hablar con ellos, y para entonces, posiblemente se les haya pasado.
Sí, hay una internet de la basura. Unos la crean, y otros se encargan de participar en su reparto, de retuitearla y de redistribuirla en todos los grupos de WhatsApp o de Telegram en los que participan, como si estuviesen intentando evangelizar a cuantas más almas perdidas les sea posible.
La basura es fácil de identificar, la diga quien la diga. Huele mal. Siempre que te sea posible, mantente lejos de la basura.