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SpaceX y NASA: de nuevo, las economías de escala

IMAGE: SpaceX

Cuando, el pasado 17 de abril, NASA reveló el resultado de su concurso para el desarrollo de una nave para llevar de nuevo astronautas a la luna, la evidencia se hizo palmaria: Elon Musk y su estrategia de apalancamiento en las economías de escala había logrado conquistar un hito más.

En el concurso se enfrentaban tres propuestas: la de Dynetics, un proveedor habitual del Departamento de Defensa; la protagonizada por Blue Origin, la compañía espacial de Jeff Bezos, que se había asociado con sospechosos habituales del mundo aeroespacial como Lockheed Martin, Northrop Grumman y Draper; y la de SpaceX. Habitualmente, NASA escoge para este tipo de contratos a más de una compañía para tener redundancia y evitar riesgos derivados de que alguna de ellas no sea capaz de entregar su tecnología a tiempo, pero en este caso lo otorgó únicamente y en su integridad a SpaceX. Anteriormente, en mayo de 2020, NASA había elegido también a SpaceX por encima de la todopoderosa Boeing para llevar una misión con tres astronautas a la estación espacial internacional, y ayer mismo utilizó otro cohete de la compañía para enviar a cuatro más, lo que convierte a la compañía de Musk ya en uno de los socios de más confianza de la agencia espacial gubernamental.

¿Qué ha hecho que NASA se inclinase por SpaceX? Fundamentalmente, el aspecto que más diferencia a las compañías creadas por Elon Musk: el apalancamiento en las economías de escala. El contrato de NASA de 2,890 millones de dólares asegura a SpaceX la posibilidad de desarrollar, probar y enviar dos misiones a la superficie lunar: el segundo vuelo, que será tripulado, está previsto para 2024. Pero el valor del contrato podría multiplicarse por un factor muy importante si, como se espera, NASA continúa, tras ese contrato, otorgando su confianza a SpaceX para seguir enviando misiones recurrentes a la luna para abastecer allí una base con un planteamiento permanente: en muchos sentidos, el contrato de NASA es un cambio importantísimo con respecto a lo que había venido planteando hasta el momento.

Este es, precisamente, el elemento más significativo de la decisión, y en el que SpaceX partía con mayor ventaja: el proyecto del equipo encabezado por Blue Origin era, sin duda, el más convencional, con un diseño de módulo de aterrizaje en tres etapas, ajustado al planteamiento de NASA, pero del que no se recuperaba prácticamente ningún componente. Dynetics entregó una propuesta más innovadora y con cierta orientación a la reutilización, pero decididamente poco ambiciosa, que planteaba llevar a la luna tan solo a unos pocos astronautas.

Frente a eso, SpaceX planteó Starship, su enorme cohete diseñado para alcanzar Marte llevando decenas de personas en una misión con una duración de unos seis meses – que Musk asegura estará lista para bastante antes de 2030 mientras acusa a la Agencia Espacial Europea de apuntar demasiado bajo en sus ambiciones – y que, por tanto, está enormemente sobredimensionado para la misión lunar, pero que asegura la reutilización completa de la nave, en un reto tecnológico para el que SpaceX lleva preparándose ya bastante tiempo con múltiples ensayos y lanzamientos. Que NASA apoye un proyecto tan audaz como ese supone una apuesta poco habitual – las agencias estatales suelen tender a actuar de forma relativamente conservadora y sobre seguro – pero tiene toda su lógica si tenemos en cuenta el brutal cambio de escala que supone.

En ese sentido, la adjudicación del proyecto de NASA resulta fundamental para las ambiciones de SpaceX con respecto a las misiones a Marte, pero supone también un cambio de escala para la propia NASA, que hasta el momento únicamente podía aspirar a lanzar un cohete grande al año que le costaba dos mil millones de dólares y después se perdía en el océano, mientras que ahora puede pasar a pensar en llevar hasta cien toneladas de carga, pero construyendo un cohete al mes y reutilizándolo en decenas de ocasiones. Si dos mil millones de dólares te permiten lanzar cien toneladas de materiales al espacio cada dos semanas, la dimensión del programa espacial cambia completamente.

Una vez más, la visión de Musk con respecto a las economías de escala se convierte en un auténtico hack capaz de cambiar una industria. Convencer a NASA, en este caso, ha sido una cuestión de dimensión y de pura lógica económica: plantear unas reglas de juego completamente nuevas que ningún otro competidor anterior se había planteado llevar hasta esa magnitud, y que ha permitido a SpaceX anticipar los ahorros para crear una propuesta de valor imbatible, mientras otros intentaban seguir aplicando las reglas del pasado.

Si creías que las reglas, en las industrias, estaban ya completamente inventadas… ya sabes: piénsalo de nuevo.


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