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Visualizando la cámara de eco

IMAGE: Hugh Macleod on Flickr (CC BY-SA)

Split Screen, un interesantísimo experimento llevado a cabo por The Marker, permite visualizar la radical diferencia entre las noticias a las que son expuestos en Facebook los ciudadanos norteamericanos que votaron a Joe Biden frente a los que votaron Donald Trump, y cómo el entorno político en las redes sociales provoca una fortísima polarización y cámaras de eco.

Un fenómeno que, en algunas ocasiones, se evidencia más que en otras: si cuentas, por ejemplo, con distintas esferas sociales en la red en forma de grupos dependientes de circunstancias diversas – familia, amigos del colegio, amigos actuales, etc. – puedes percibir distintos enfoques en ese sentido, como si fueran, de alguna manera, «realidades paralelas», en las que las referencias informativas provienen de esferas diametralmente opuestas, o en las que los niveles de uso difieren en gran medida.

A estas alturas, mi impresión es que tratar de discutir el papel de las redes sociales en la polarización es completamente absurdo: toda red social, por definición, intenta maximizar su stickiness – la permanencia y el nivel de engagement de sus usuarios – porque de ello dependen sus ingresos. Esa búsqueda a toda costa del engagement como si fuera una adicción se obtiene mediante dos capas: la primera, mediante algoritmos que evalúan el comportamiento del usuario para maximizar el tipo de contenidos que, en ocasiones anteriores, le han llevado a reaccionar – a diferentes niveles, desde visualizar a hacer clic o a comentar – y la segunda, que toma en consideración el comportamiento de su red de contactos, tratando de optimizar, siguiendo el principio de «birds of a feather flock together», la visualización de los contenidos que han hecho reaccionar a tus amigos.

En ese mismo contexto se generan, además, dinámicas sociales que se realimentan, en las que el miembro de la comunidad que más se radicaliza tiende a ganar en prestigio y en visibilidad, a convertirse en referencia. Dejas de compartir únicamente porque creas en lo que compartes: compartes porque refuerza tus creencias, porque justifica tu propia radicalización, porque es un elemento arrojadizo más en una supuesta batalla, un argumento en una hipotética discusión.

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El resultado es el que todos conocemos: empiezas sesgando de manera dramática los contenidos a los que accedes en función de las interpretaciones que hacen, sigues comentando esos contenidos y confirmando tus sesgos con tu red, y terminas completamente radicalizado, jaleado por tus amigos en modo peer pressure, y comprando billetes de avión para ir a asaltar el Capitolio, con la idea además de hacerte fotos y vídeos y seguir incrementando tu prestigio frente al grupo. Genial. No, no son pobres inocentes arrastrados pasivamente a cometer un crimen. Pero dudar que su entorno social les ha influenciado para terminar así es negar la realidad. Facebook se ha convertido en el editor del mayor periódico de algunos países, y su línea editorial es un conjunto amorfo de creencias que da a cada uno aquello que le retiene y le radicaliza de manera más clara. El resultado del experimento de The Marker es la perfecta prueba de ello.

El resultado de esos sistemas de recomendación es, por un lado, el refuerzo de los sesgos propios y, por otro, la creencia de que, además, esos sesgos son representativos de toda la sociedad, o de una parte muy significativa de ella, que se percibe como enfrentada a otra parte que son «el enemigo». Pura polarización inoculada en vena. La prueba es clara y evidente: la adopción masiva de las redes sociales es perfectamente paralela al incremento de la polarización en la sociedad, hasta el punto que no son pocos los movimientos que han aprendido directamente a apalancarse en ella.

Mientras pretendamos que ese incremento de la polarización de la sociedad y esas cámaras de eco son un fenómeno casual al que las redes sociales asisten como presuntos espectadores sorprendidos, en lugar de algo que ellas mismas han provocado de manera completamente consciente y de lo que se benefician de manera evidente, será completamente imposible pensar en corregirlo. No, no tiene que ser necesariamente así: siempre han existido fenómenos de polarización y cámaras de eco, pero nunca nos habíamos dedicado, como sociedad, a fomentarlas e incentivarlas de semejante manera. Y desde ya hace bastante tiempo sabemos, además, que ese nivel de polarización no puede traer absolutamente nada bueno.


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