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Los mercados y los incentivos

IMAGE: E. Dans (CC BY)

Mi columna en Invertia de esa semana se titula «El problema de los incentivos erróneos» (pdf), y trata de adentrarse en el problema que supone que uno de los mecanismos más importantes a la hora de capitalizar las compañías que ha desarrollado el ser humano sea, en la práctica, un desincentivo absoluto a la buena gestión y a la innovación.

Para ello, utilizo el ejemplo de dos artículos publicados recientemente: el ya citado «TikTok’s enshittification«, de Cory Doctorow; y otro con un tono similar de John Herrman en New York Magazine, titulado «The junkification of Amazon«. La temática está claramente reflejada en la elección de palabras de los artículos: las compañías, impulsadas por las dinámicas de los mercados y de sus analistas, tienden a convertirse cada vez más en mierda, en basura.

¿Tiene sentido que los mercados financieros generen un efecto así? En la práctica, eso depende de qué fuerzas rijan esos mercados. los mercados no son estúpidamente cortoplacistas porque sí, sino porque una cohorte de analistas tan profunda y patéticamente incompetentes que sus elecciones son a menudo mejoradas por un mono tirando dardos sobre una pared, deciden emitir juicios de valor completamente desatinados sobre las compañías que supuestamente analizan.

Los ejemplos de compañías claramente dañadas por la tiranía de unos mercados que únicamente valoran el corto plazo y las cifras trimestrales están por todas partes. El caso de Amazon es especialmente interesante, porque hablamos de una compañía que durante muchos años, se mostró dispuesta a no hacer caso a esos analistas, privilegió el crecimiento al beneficio, reinvirtió todo lo que ganaba y más, y siguió subiendo de manera consistente. Sin embargo, ahora es incapaz de tomar decisiones en el sentido adecuado, traiciona los más sacrosantos principios de los que hacía gala en sus orígenes, y se convierte en una basura espantosa en la que el usuario tiene que andar con cien ojos para encontrar el producto que realmente quiere entre una selva de falsificaciones y copias hechas por la propia compañía y situadas por encima del original merced a la manipulación que la propia compañía hace de sus algoritmos de búsqueda. De ser la mejor compañía de comercio electrónico de la historia, ha pasado a ser una plataforma que engaña tanto a sus usuarios como a las empresas que pretenden vender sus productos en ella.

Elon Musk, que puede generar todo tipo de opiniones encontradas pero que, sin duda, es una persona con criterio en el tema, lo tiene meridianamente claro: en 2018, trató de excluir Tesla de la bolsa, harto de que las opiniones de los analistas condicionasen sus decisiones y de que un montón de imbéciles en modo rebaño se dedicasen a apostar en contra de la compañía como si estuvieran en un casino, haciendo un anuncio en Twitter por el que fue llevado ante los jueces, en un caso en el que acaba de salir victorioso. ¿El veredicto? Muy sencillo: los inversores que afirman que fueron perjudicados simplemente estaban «apostando y pretendiendo utilizar la demanda como si fuera un seguro».

Unos años después, Musk lo tuvo claro: compró Twitter, y la excluyó de la bolsa inmediatamente. Con Twitter en bolsa, los afamados analistas habían llegado al absurdo de castigar sus acciones cuando llevaba a cabo limpias de bots, porque lo interpretaban como algo malo. Solo excluyendo a la compañía del mercado podía dedicarse a mejorarla, a eliminar la basura que la poblaba y a proponer innovación y nuevos servicios. ¿El resultado? Dos meses después del lanzamiento de su primer producto, Twitter Blue, tiene 180,000 suscriptores en los Estados Unidos que pagan ocho dólares al mes, acaba de lanzarlo en más países, y aunque a algunos les parezca muy poco, veremos cómo evoluciona ese número a medida que va introduciendo más servicios. Si hubiese intentado hacer cualquiera de esas cosas con la compañía en bolsa, las acciones habrían caído hasta el cero absoluto, pero dentro de un cierto tiempo, veremos si la decisión fue correcta o no: por el momento, era la única manera de obtener los grados de libertad que necesitaba.

En la práctica, salir a bolsa puede ser, obviamente, una forma de capitalizarse, pero también significa pasar a que tu estrategia esté dominada por lo que dictan una caterva de imbéciles sin el más mínimo sentido de la estrategia empresarial. Si pretendes encontrar casos en los que la bolsa premie las relaciones con los clientes, la fidelidad, la motivación de los trabajadores o la apuesta por la innovación, te llegará seguramente con los dedos de una mano. El sistema, en cambio, premia los beneficios a costa de lo que sea, y transmite esa filosofía a través de sistemas de incentivos como el bonus de los directivos.

En el fondo, una absoluta basura, que por un lado es como un mal casino con las fichas trucadas, y por otro, un montón de idiotas condicionando lo que podrían ser decisiones razonables. He visto ya suficientes compañías convertirse en infinitamente peores tras su salida a bolsa, que la cuestión me resulta realmente desesperante. Pero… ¿tiene arreglo ese sistema? ¿Y alternativa?

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