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¿Confías en las búsquedas de Google?

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «El poder corrompe… también a Google» (pdf), y es un resumen de los recientes hallazgos desvelados durante el juicio antimonopolio al que la compañía está siendo sometida en los Estados Unidos.

A pesar de los múltiples intentos por parte de la compañía para mantener en secreto los argumentos presentados en el caso, un anexo de un documento interno reveló hace unos días cómo la compañía estaba modificando las búsquedas introducidas por los usuarios para, en algunos casos, «enriquecerlas» con sinónimos que pudiesen brindar un mejor resultado, pero en otros, acompañarlas de marcas comerciales que ofreciesen resultados más monetizables, más susceptibles de terminar en una transacción.

Esa prostitución absoluta de los llamados «resultados naturales», algo que Google siempre había defendido que provenían únicamente del sacrosanto algoritmo y que no se mediatizaban de ninguna manera, es una línea roja que Google nunca debió pasar. Supone, básicamente, dejar de confiar en el motor de búsqueda y situarlo al mismo nivel que aquellos a los que sustituyó hace muchos años, que simplemente vendían sus resultados al mejor postor. Si después de saber eso, sigues confiando en la imparcialidad de esos «resultados naturales», un término que obviamente ya solo podemos utilizar adecuadamente entrecomillado, es que tienes un problema.

Refleja, además, la tendencia de Google hacia ese término magistralmente definido por Cory Doctorow en enero de 2023 en un artículo posteriormente republicado por Wired, la enshittification, que ya cuenta hasta con definición en Wikipedia. Google, básicamente, se ha enmierdado, algo que aparentemente ocurre a todas las compañías a medida que crecen y que se convierten en empresas cotizadas, y que refleja claramente la progresiva priorización de los intereses de los accionistas, es decir, el foco en la facturación, a costa de los de los usuarios. Los usuarios de Google, en realidad, siempre fuimos una simple materia prima que la compañía se dedicaba a revender a los anunciantes, pero al menos, durante un tiempo, lo que nos entregaba eran búsquedas fiables y objetivas, no editorializadas en función de intereses comerciales. Ahora ya ni eso.

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Testimonios como los de Satya Nadella, CEO de Microsoft, que afirma que «realmente es la web de Google«, reflejan cómo la compañía ha sido capaz de construir un monopolio en la web manejado por un algoritmo que supuestamente buscaba los mejores resultados, pero que en la práctica se manipulaba constantemente por criterios de todo tipo. Si confiabas en Google, es el momento de dejar de hacerlo: ha sido claramente víctima de la enshittification, un proceso de degradación similar al de la podredumbre orgánica que, desgraciadamente, no parece tener vuelta atrás. Una empresa cuyo lema fue en su momento el «don’t be evil», convertida ahora en algo así.

En la práctica, el problema es que no hablamos únicamente de Google: esa enshittification tal y como la define Doctorow es, en realidad, el producto de un sistema capitalista víctima de sí mismo, de una mala y ultra-simplista interpretación de las palabras de Milton Friedman cuando decía eso de que «la responsabilidad social de las compañías es incrementar sus beneficios«: el shareholder capitalism y la Escuela de Chicago convertidos en madres de todos los males, en la justificación de absolutamente cualquier cosa, por bárbara y salvaje que sea, y sobre todo, en la muerte de la confianza y de la sostenibilidad empresarial.

Un problema de incentivos desalineados y de simpleza absoluta, de reducción al absurdo del «vale todo». Si quieres buscar culpables, ya sabes dónde están.

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