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Desastres y petróleo

IMAGE: Gino Crescoli - Pixabay (CC0)

Inundaciones en Alemania, olas de calor en Canadá, sequía brutal en California, incendios, huracanes… da igual hacia dónde decidas mirar. Catástrofes constantes en cualquier lugar del mundo, síntoma brutal de un planeta desestabilizado. No importa si tu país produce más o menos emisiones, porque el problema ya es intrínsecamente global, y lo peor aún está por venir.

Vivimos una época de emergencia permanente, y todo indica que vamos a aceptarla como tal, jugando al «a ver si no me toca a mi». Hoy una inundación nunca vista en el medio de Europa, mañana una sequía brutal y una hambruna en Madagascar, pasado mañana un huracán en el Caribe…

Todo lo que se tenía que decir y escribir al respecto se ha dicho y se ha escrito. No necesitamos saber nada más de lo que ya sabemos sobre la emergencia climática: tenemos sus causas y su explicación, y quien con un mínimo cociente intelectual diga que no lo entiende o que no se lo cree es simplemente porque no le da la gana de entenderlo o de creérselo. El punto de inflexión no está a una ni a varias décadas de distancia, como pretenden algunos políticos: está ya aquí.

¿Y la respuesta? Muy sencilla: producir más petróleo. La OPEP llegó a un acuerdo el pasado domingo para incrementar su producción en 400,000 barriles diarios a partir de agosto de manera permanente, terminando con las restricciones en el suministro que se establecieron al principio de la pandemia. Da lo mismo que algunas compañías petrolíferas privadas empiecen a sentir la presión social y de sus accionistas para una eventual reconversión: siempre tendremos imperios construidos en torno al petróleo que, con la excusa de evitar una escalada en los precios, seguirán incrementando su producción.

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El cortoplacismo de una civilización incapaz de terminar con su dependencia de los combustibles fósiles está marcando el fin de la civilización humana: lo estamos viendo, lo estamos sufriendo, pero preferimos seguir haciendo lo mismo que nos trajo hasta aquí, seguir sin cambiar nada y dedicarnos a jugar una lotería siniestra, a ver si tenemos suerte y el próximo desastre cae lejos y no nos toca a nosotros. Desastres y petróleo: no puede haber una relación causal más clara. Pero nos da igual.

Simplemente, tenemos lo que nos merecemos.


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