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El metaverso como escenario de actividad

IMAGE: Tumisu - Pixabay (CC0)

Un informe de Gartner predice que el 25% de las personas pasarán al menos una hora al día en el metaverso en el año 2026 llevando a cabo todo tipo de actividades, desde participando en eventos o en actividades educativas hasta jugando, relacionándose, comprando o trabajando.

Sin entrar a calificar la predicción de Gartner, que se trata simplemente de eso, de una predicción sin más base científica o metodológica que una impresión derivada de las posibilidades de adopción de una tecnología determinada y, en este caso, con un escenario a tan solo cuatro años, más próximo de lo habitual, sí resulta interesante plantearse cómo debemos aproximarnos o explorar la idea del metaverso como escenario de actividad, en concreto, para aquellas actividades que nos afectan.

Si lo planteamos como simples usuarios, todo se reduce a un papel de observación relativamente casual: estar razonablemente atento a los desarrollos que van surgiendo, y probar aquellos que podemos probar de manera ocasional. Pero lo verdaderamente interesante surge si nos lo planteamos como participantes activos, es decir, como compañías que ofrecen productos o servicios en un escenario que hasta hace un par de décadas solía ser la calle, que desde entonces han ido pasando a ofrecerlos en ese escenario que llamamos internet, y que dentro de pocos años podrían estar ofreciéndolos en ese otro escenario llamado que hemos convenido en llamar metaverso, definido como un espacio virtual colectivo, compartido, inmersivo y persistente, creado por la convergencia de realidades físicas y digitales virtualmente mejoradas.

¿Qué debe hacer una compañía en ese sentido? En primer lugar, plantearse cómo podrían sus ofertas de productos y servicios encajar en un escenario así. En mi caso, cuando pienso en la actividad que he desarrollado durante treinta y dos años, la educación, se me ocurren prácticamente infinitas posibilidades de llevar a cabo actividades relacionadas con ello en el metaverso, más allá de lo que sería simplemente «estar en él» o «hacer en él lo mismo que hacemos fuera de él». Las oportunidades que un escenario como el metaverso ofrece a la educación son indudablemente enormes, y más aún si pensamos que muchas de las actividades para las que la educación debe preparar a los que participan en ella van también a verse modificadas por la adopción del metaverso a todos los niveles. Del mismo modo que no tendría sentido poner graduados en el mercado hoy en día que no entiendan como funciona internet como escenario, tampoco lo tendrá, si la progresión de la adopción de la tecnología resulta razonablemente consistente, que nuestro graduados no sepan desenvolverse en un metaverso.

Un paralelismo interesante puede surgir con lo ocurrido durante la primera fase de la pandemia: al tiempo que muchas compañías pasaban a operar sistemáticamente a través de videoconferencias y sistemas de trabajo distribuido, la educación trató también de hacer lo mismo, pero con resultados muy dispares: mientras la mayoría de las compañías en las que este fenómeno se produjo fueron bastante capaces de mantener su productividad y su ritmo de trabajo durante los confinamientos, la de la educación, salvo excepciones, resultó en un conjunto de experiencias generalmente muy malas, muy limitadas, profundamente aburridas y, a muchos niveles, incluso completamente negativas. Esta semana participo en un curso en la Universidad de Arkansas con su Decano, Matthew Waller, y con Phil Libin titulado «Out of Office«, sobre las implicaciones, tanto organizacionales como personales, del desarrollo de una fuerza laboral cada vez más distribuida, con una sesión en el módulo «Important Questions in Distributed Work» titulada «Reimagining Higher Education», en la que espero ser capaz de mantener un diálogo interesante sobre el tema.

Obviamente, el conjunto de factores que determinó que muchas compañías lograsen una adopción razonablemente eficiente de metodologías distribuidas mientras que una mayoría de las instituciones educativas fallasen al hacerlo es complejo, y tiene que ver con los estímulos a los participantes, con su nivel de preparación o con la determinación de llevar a cabo unos objetivos incluso aunque las condiciones no fuesen, al menos al principio, ideales. Pero muchos otros factores tiene que ver con el isomorfismo, con la incapacidad para plantear experiencias diferentes o con la desidia motivada por percibir la situación como algo meramente temporal. De una u otra manera, lo interesante es que la educación y el mundo de la empresa no son entornos disociados, y que si la educación quiere llevar a cabo su función de una manera adecuada en un mundo en el que cada vez más personas trabajan de manera distribuida, está obligada, quiera o no, a incorporar esas metodologías en su desarrollo. Pronto, las mejores instituciones educativas serán las que sean capaces precisamente de eso, de preparar a sus alumnos para desarrollarse en un mundo en el que muchos de ellos trabajarán en entornos híbridos o completamente distribuidos.

El metaverso, en ese sentido, es un paso más: si Gartner acierta en sus predicciones, en tan solo cuatro años estaremos reuniéndonos, yendo a conciertos, jugando, relacionándonos o trabajando en un entorno virtual de algún tipo, y a las instituciones educativas les tocará no solo maximizar su utilidad de cara a su actividad, sino también preparar a sus graduados para un escenario así. Así que, acierte Gartner o no con su estimación temporal, más nos vale ir poniéndonos las pilas.

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