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El boom de la inversión sostenible

IMAGE: Mohamed Hassan - Pixabay (CC0)

El auge del llamado Environmental, Social and corporate Governance investment (ESG) como estrategia de priorización de inversiones está generando fuertes cambios en el panorama financiero, que muchas compañías se están viendo obligadas a incorporar cada vez más.

Algunos consideran la reorientación de las prioridades de inversión hacia la sostenibilidad una oportunidad de mercado que estiman en torno a los treinta billones de dólares, mientras otros postulan que, independientemente de su magnitud económica, tiene que tratarse de una práctica asumida por las compañías, integrada en su estrategia y sus operaciones y valorada como una forma genuina de creación de valor, en lugar de simplemente dedicarse a hacer informes y a mencionarlo en la memoria corporativa. La práctica del greenwashing podría estar empezando a verse cada vez más como algo negativo y contraproducente.

En sus tres vertientes, la inversión ESG segmenta sus criterios de la siguiente manera:

  • Medioambiental: el impacto que una compañía tiene sobre su entorno, desde su huella de carbono, los posibles productos químicos tóxicos involucrados en sus procesos de fabricación, o los esfuerzos de sostenibilidad que lleva a cabo para el control de su cadena de suministro.
  • Social: las acciones que la compañía lleva a cabo para mejorar su impacto social, tanto dentro de la empresa como en la comunidad en general, incluyendo factores que van desde la igualdad LGBTQ+, la diversidad racial en cuadros directivos y en el personal en general, los programas de inclusión o las prácticas de contratación, hasta cuestiones relacionadas con esta esfera con respecto a promover el bien social de manera universal, más allá de la esfera limitada de su industria.
  • Gobernanza: prácticas de la compañía para impulsar el cambio positivo, incluyendo desde cuestiones relacionadas con la remuneración de los ejecutivos hasta la diversidad en el liderazgo o las relaciones con los accionistas.

Para The Economist, que recientemente creó un panel de datos en forma de portfolio de compañías para analizar el fenómeno, no hablamos de una burbuja, sino de una corriente que ha salido ya de los nichos relativamente reducidos en los que la sostenibilidad llevaba ya tiempo utilizándose como criterio, y que, de hecho, se realimenta: en parte gracias a la prioridad que les otorga un número creciente de inversores, pero también debido al uso de mejores prácticas en su gestión, las compañías que son consideradas por el mercado como parte de este tipo de corriente tienden a constituir inversiones intrínsecamente mejores. En un entorno en el que cada vez contamos con más información medioambiental, la idea de ganar dinero mientras se protege el planeta cobra cada vez más sentido.

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El concepto de inversión ESG tiene como tal mucha más carga conceptual que el simple hecho de incluir conceptos medioambientales, sociales o de gobernanza en las comunicaciones de la compañía: hablamos de estudios de las prácticas empresariales llevados a cabo por terceras partes independientes, de puntuaciones y estimadores objetivos con escalas y pesos adjudicados por agencias reconocidas, de criterios para gestores de inversión automatizados (robo-advisors) o de niveles de aplicación, que van desde simplemente la exclusión – como lo que llevó a cabo BlackRock, el mayor fondo de inversión del mundo, cuando anunció, en enero de 2020, que excluiría de su cartera a compañías que consideraba negativas para la sociedad, como las de combustibles fósiles – hasta otras estrategias más activas, como el corporate engagement – hacer lobby en los consejos de administración para modificar la estrategia de las compañías (como ocurrió recientemente en los de varias empresas petroleras), o el impact investing, la inversión específicamente dirigida a compañías con una misión específica relacionada con alguno de estos temas.

De una u otra manera, hablamos de un fenómeno que, con la preocupación por cuestiones como la emergencia climática o la pandemia, ya ha superado claramente la calificación de «moda», y que se está convirtiendo en uno de los grandes factores a tener en cuenta por los grandes fondos y las empresas que canalizan la inversión de muchísimas personas, con un crecimiento, además, muy elevado. Sociodemográficamente, se identifica con inversores jóvenes y con nivel cultural elevado, dispuestos a poner su dinero en los temas que realmente les preocupan, alejados del perfil clásico de inversor despreocupado que únicamente buscaba la rentabilidad a toda costa sin importarle en absoluto lo que su dinero estuviese realmente financiando.

¿Es consciente tu compañía de la importancia de este fenómeno? Porque si no lo es, podrías encontrarte pronto en una situación de desventaja con respecto a otros competidores más conscientes del tema, o directamente, con que una parte del mercado te negase su dinero. Y por el bien de todos, esperemos que eso, efectivamente, empiece a convertirse en un problema para unos cuantos más pronto que tarde.


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