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La tecnología como herramienta para lo bueno y para lo malo: los alimentos ultra-procesados

IMAGE: Public Domain

Desde que, hace más de quince años, el nutricionista brasileño Carlos Augusto Monteiro constató experimentalmente que aunque los hogares brasileños gastaban menos en azúcar y en aceita, el sobrepeso seguía disparándose, y acuñó primero el término «alimentos ultraprocesados» y, posteriormente, su sistema de clasificación Nova, sabemos positivamente que ese tipo de alimentos resultan perniciosos para nuestra salud. De hecho, sabemos que representan una de las mayores amenazas para la salud pública en general e incluso para la sostenibilidad de los sistemas de salud como tales.

¿De dónde provienen los llamados alimentos ultraprocesados? Sencillamente, de la constatación por parte de la industria alimentaria de que podían hackear nuestros alimentos, y eliminar, añadir o sustituir algunos de sus componentes con el fin de convertirlos en adictivos, o de generar sensaciones en nuestro organismo que nos llevasen a ingerir más. Todo nutricionista que se precie conoce perfectamente los efectos perniciosos de los alimentos ultraprocesados, pero cuando intenta denunciarlo o dar soporte a los políticos que intentan legislar sobre ellos, se encuentra sistemáticamente con una industria alimentaria dispuesta a hacer lo que sea, desde denunciar a esos nutricionistas hasta llevar a cabo potentísimas acciones de lobby, para conseguir que no se haga nada y esos alimentos puedan seguir comercializándose sin limitación alguna.

La táctica de negarlo todo, denunciar y retrasarlo todo (artículo sin paywall aquí) es bien conocida, y utilizada regularmente por compañías como Nestlé, PepsiCo, Mars o Kraft Heinz, que fabrican los alimentos que, por su bajo precio y su atractivo, se han convertido en una auténtica plaga que afecta de manera especialmente grave a los estratos de ingresos más bajos, y que influye de manera evidente en la epidemia de obesidad de muchos países.

En los países desarrollados, la consciencia con respecto a los problemas vinculados con los alimentos ultraprocesados ha crecido de manera consistente, pero sigue siendo una cuestión muy relacionada con el nivel cultural y adquisitivo. Las campañas de etiquetado y de información han conseguido su objetivo en buena parte de la población, pero por un lado se han encontrado con todo tipo de obstáculos administrativos y denuncias por parte de las compañías que han ido ralentizando su aplicación, y por otro, cuesta convencer a determinados estratos de la población de que unos alimentos generalmente más baratos y que generan sensación de haberse alimentado no son una buena opción. Existe un consenso científico claro sobre los efectos de este tipo de alimentos ultraprocesados, pero a pesar de ello, la resistencia del lobby alimentario ha hecho que solo se traslade a regulación de manera limitada.

La misma tecnología que nos permite procesar los alimentos y que posibilita, por ejemplo, derivados más sanos, es utilizada para fabricar productos atractivos pero sensiblemente perjudiciales, que se convierten en verdaderos problemas a nivel de consumidores individuales, pero también a nivel de toda la sociedad, que debe afrontar complicaciones de salud generalizadas derivadas de su consumo habitual. Y las compañías que fabrican esos alimentos, en lugar de plantearse cuál es su contribución global a la sociedad, solo se plantean ganar más dinero de manera sencilla y resistirse a cualquier cambio, a pesar de la inmensidad de evidencias que se acumulan en su contra.

Algo vamos a tener que hacernos mirar.


This article is also available in English on my Medium page, «Technology as neither good nor bad: ultra-processed foods«

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