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Más de cuatro años desmontando mitos…

IMAGE: CC0 (Public Domain)

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «Sobre esos viajes imposibles» (pdf), y es el enésimo intento de luchar contra esos mitos y leyendas que muchísima gente repite absurdamente sobre el coche eléctrico y sus teóricas limitaciones: que si no sirve para viajar, que si te puedes quedar tirado, que si hay que cambiarle la batería, etc.

Hace ya más de cuatro años que tengo un vehículo eléctrico. Lo compré porque me pareció que la tecnología había llegado ya a un punto razonable de madurez, aunque creo firmemente que aún le queda mucho por mejorar, y porque me parecía una manera muy eficiente de descarbonizar mi vida. Tras este tiempo, no tengo ninguna duda de que ha sido así, sobre todo porque un año después, continué ese proceso de descarbonización con todo lo necesario para alimentar ese vehículo con la energía que genero en mi propio dejado (leer la serie de artículos «Mi vida descarbonizada» para más detalles), cosa que puedo hacer íntegramente durante buena parte del año.

Con las tonterías que he escuchado a lo largo de este tiempo podría escribir una enciclopedia. Entiendo que muchos mitos apareciesen en la primera era del vehículo eléctrico, aquella en la que teer uno era poco más que tener un carrito de golf que solo servía para hacer distancias cortas a poca velocidad por la ciudad, pero me resulta alucinante que esos mitos persistan hoy en día, teniendo en cuenta los muchísimos avances en la tecnología del vehículo eléctrico que hemos visto en estos tiempos y que lo han convertido en una alternativa muy superior frente a la ya obsoleta tecnología de combustión interna.

Hoy, un vehículo eléctrico puede ser aún algo más caro que su equivalente de combustión interna – no en todos los casos, y no por mucho tiempo – pero el ahorro para el usuario se pone perfectamente de manifiesto cuando incorporamos el cálculo de lo que cuesta una recarga eléctrica en el domicilio frente al precio del combustible, y más aún si añadimos el ahorro en impuestos municipales, en averías y en mantenimiento. En los más de cuatro años que llevo con este coche, solo le he cambiado las ruedas y el filtro de aire del habitáculo (cincuenta euros con un técnico de la marca viniendo a cambiarlo a casa), y no le he hecho más revisión que una absurda ITV en la que no sabían ni qué diablos mirarle al coche. ¿Los frenos? Prácticamente no los uso. Puestos en fila, son muchos ahorros, a cambio de tener un coche con unas prestaciones significativamente mejores y una conducción mucho más divertida que cualquiera de su gama. Además, las actualizaciones siguen haciendo que muchas de las opciones del coche, como las ayudas a la conducción, vayan mejorando con el tiempo (salvo cuando el regulador europeo se empeña en eliminarlas «para protegerme», en la práctica por la presión del poderoso lobby del automóvil europeo).

Esta pasada Semana Santa hice lo que hago muchas veces al año: salí a media mañana, paré a comer en Bembibre, cargué veinticinco minutos, y seguí hasta mi destino en mi casa de Coruña. Podría haber parado en Tordesillas y comer temprano o en Benavente y comer a una hora razonable, pero en esta ocasión nos decidimos por Bembibre. Llegué a mi destino con más de un 20% de batería, y aunque en mi casa de Coruña no tengo cargador de pared y lo enchufo a un enchufe normal, el coche recuperó el nivel del 70% en el que lo mantengo habitualmente a lo largo de la primera noche. Para moverme por Coruña – o por Galicia en general, tengo ya opciones de carga más que suficientes, aunque la mayoría de las veces ni me hacen falta. Con la carga en casa es más que suficiente.

Con el tiempo, la competencia de otras marcas y las cada vez más restrictivas – como no podría ser de otra manera – normas de control de emisiones, la situación solo puede seguir mejorando. Por mi parte, la satisfacción de llevar ya más de cuatro años demostrando que todos los mitos que me habían contado eran mentira: los vehículos eléctricos generan muchísimas menos emisiones que los de combustión interna incluso cuando se tiene en cuenta su fabricación, tienen muchos menos problemas en clima frío, no son demasiado pesados para las carreteras, se incendian estadísticamente menos que los de combustión, y es verdaderamente difícil quedarse sin batería. Todos esos mitos eran, en realidad, cuentos absurdos inventados en la mayor parte de los casos por los fabricantes tradicionales, que muchos han decidido creerse porque querían creérselos, porque todo cambio y toda innovación les suena a amenaza.

Menos mitos, más matemáticas, y sobre todo, más voluntad por mejorar las cosas. Tras más de cuatro años tras lo que algunos me decían que era una decisión arriesgada, no podría tener un balance más positivo.

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