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TikTok como amenaza: una discusión falsamente politizada

IMAGE: Solen Feyissa - Unsplash

Me resulta extraordinariamente extraño encontrarme en el mismo lado de la trinchera que Brendan Carr, un comisionado republicano de la FCC nombrado originalmente por Donald Trump y enemigo de la neutralidad de la red, pero como dice un muy buen amigo mío, uno elige sus guerras, no sus compañeros de trinchera. Y la última batalla iniciada por Brendan Carr, en realidad el enésimo episodio de una guerra mucho más prolongada, es una petición a Apple y a Google para que excluyan a TikTok de sus tiendas de aplicaciones, con la que mucho me temo que no puedo estar más de acuerdo. Apple y Google no han contestado aún al requerimiento del comisionado de la FCC, pero la posibilidad de una exclusión, en línea con lo que intentó Donald Trump mediante una orden ejecutiva en la fase final de su mandato, está aún sobre la mesa.

Hace mucho que dejé claro que no me gusta TikTok. No me gusta nada. Desde el primer momento en que abrí mi primera cuenta y evalué su uso, me encontré una app aparentemente inconsecuente dedicada a explotar el potencial de la viralidad, pero gestionada por una compañía absolutamente carente de cualquier principio moral, incluyendo los más básicos. Una app creada en China, obsesionada desde sus inicios con la captura de datos de sus usuarios por el medio que sea, y que el gobierno chino vio muy hábilmente como una forma de hacerse un mapa completísimo de la influencia en el mundo occidental, un arma para poder, en cualquier momento, construir desde estados de opinión hasta cámaras de eco, todo ello bajo su control.

TikTok es un entorno en el que vale todo. Desde recomendar vídeos de niñas haciendo coreografías a predadores sexuales, hasta censurar vídeos de «gente pobre o fea», pasando por espiar de manera flagrante a sus usuarios incluyendo sus datos biométricos y exportarlos a China, o por construir un universo alternativo a medida de los intereses de desinformación de un sátrapa.

A lo largo de toda su historia, la compañía que gestiona TikTok, ByteDance, ha demostrado claramente carecer completamente de cualquier tipo de ética o principio. TikTok es todo aquello de lo que habitualmente acusamos a las redes sociales occidentales, multiplicado por cien y puesto al servicio de un gobierno, gobierno que, por cierto, prohibe desde hace mucho tiempo las apps occidentales equivalentes.

Sin embargo, y a pesar de todas las evidencias que apuntan desde hace mucho tiempo a la irresponsabilidad de TikTok, la aplicación ha ido creciendo de manera desmesurada hasta convertirse en un auténtico fenómeno mediático y social. ¿Por qué? Muy sencillo: porque ha logrado muy hábilmente convertirse en protagonista de una discusión falsamente politizada: si no te gusta TikTok, es porque eres o un viejo que no entiende nada (con excepciones), o algún tipo de ultraconservador obsesionado con la defensa de tu país contra «el peligro amarillo». A lo largo de su historia, TikTok se ha beneficiado en Occidente de una tolerancia casi absoluta debido en gran medida a los miedos que sus críticos tienen de ser clasificados como tecnófobos, como incapaces de comprender las redes sociales, o directamente como fascistas.

Es complicado criticar una app si eso automáticamente te clasifica en categorías a las que sabes que no necesariamente perteneces, si el simple hecho de expresar tu posición te sujeta a una serie de falsas dicotomías. TikTok puede tener muchos elementos interesantes a la hora de construir un ecosistema comunicativo novedoso, y probablemente algunos de ellos expliquen su éxito. Pero independientemente de sus características como app social, está gestionada por una compañía que ha demostrado sobradamente sus estándares morales y su peligrosidad. En esas condiciones, creo que lo mejor que se podría hacer es tratar a una app como TikTok de la misma manera que China trata a muchas apps occidentales: excluirla de las tiendas de aplicaciones y recomendar a los usuarios que procuren no utilizarla. Ya no por su bien o por el de sus datos, sino por las posibilidades que ello otorga a China de cara a controlar o manipular los entornos y movimientos sociales de otros países. En el fondo, nada que China no haya hecho ya.

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