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La IA y el futuro de los idiomas

IMAGE: Gordon Johnson - Pixabay

El artículo que escribí hace algunos meses para ilustrar el efecto de los algoritmos generativos sobre la traducción, «La IA contra la Torre de Babel«, gustó bastante a mis amigos del Center for European Policy Analysis (CEPA) y, tras pasar por varias ediciones que lo adaptaron y contextualizaron, entre otras cosas, al asunto de la petición española para utilizar catalán, euskera y gallego en el Parlamento Europeo, se convirtió en «Will AI topple the European Tower of Babel (pdf).

Ahora, Marcos Sierra, de VozPópuli, lo ha utilizado en su artículo «Traducciones con Inteligencia Artificial: la opción ‘barata’ que no ha barajado el Gobierno» (pdf) para hacer flotar la idea que el parlamento español evolucione hacia traducciones algorítmicas automatizadas para posibilitar el uso ágil de esos idiomas en sus sesiones.

Las traducciones automatizadas, a pesar de haber mejorado sensiblemente a lo largo de los últimos años, proporcionaban aún resultados que, como mucho, permitían hacerse una idea de lo expresado en otro idioma, pero tendían a. perder innumerables matices y a tomar decisiones en la elección de palabras que, en muchos casos, dejaban mucho que desear. Eso era debido a la aproximación que, mayoritariamente, tomaban los traductores automatizados: programas que simplemente intentaban, palabra por palabra al principio, y frase a frase, párrafo a párrafo o en función de un contexto genérico, los más avanzados, generar una traducción a otro idioma.

Con la llegada de la algoritmia generativa y la aplicación del masivo poder de computación aplicado a su entrenamiento, las cosas cambiaron. Y no solo cambiaron, sino que esos cambios se hicieron completamente evidentes a partir del momento en que el uso de algunos algoritmos se abrió al público (y con ello, siguió mejorando su entrenamiento). Fuimos muchos los que procedimos a probar el poder de los algoritmos generativos como ChatGPT o Claude para corregir y editar nuestros propios textos y para traducirlos a otros idiomas, y los resultados resultaron profundamente sorprendentes por su calidad: nada de palabras mal elegidas o de construcciones dudosas: aquello funcionaba diferencialmente bien, y aunque para algunas cosas pueda seguir siendo recomendable un buen traductor humano – yo al menos así lo creo aún, – para muchas otras cuestiones, el algoritmo daba un resultado perfectamente válido.

Una dimensión adicional surgió cuando muchos empezamos a comprobar que podíamos no solo pedir una traducción, sino alimentar al algoritmo con algunos de nuestros propios textos en un idioma determinado, pedirle que extrajese los elementos de estilo, las construcciones habituales y las elecciones de palabras más típicas en ellos, y que generase traducciones «a nuestro estilo». Ahora, ya no te limitabas a usar un algoritmo generativo, sino que tenías «tu propio algoritmo generativo educado a tu imagen y semejanza», hasta el punto de que los textos generados sonaban realmente como si los hubieras escrito tú originalmente, aunque no lo hubieras hecho en ese idioma.

¿A dónde vamos ahora? En primer lugar, es muy posible que los traductores humanos tengan que plantearse cómo va a ser su futuro, y hasta qué punto aportan valor añadido. Una persona que trabaja como traductor simultáneo, como los contratados en parlamentos como el europeo o el español, que llevan a cabo una traducción inmediata, estoy seguro de que ve su trabajo como algo intrínsecamente automatizable. Otras personas dedicadas a la traducción que pueden llevar a cabo trabajos más reflexivos, más cuidadosos y, por tanto, con más posibilidades de ser más creativos, de introducir matices o incluso de mejorar el texto original para adaptarlo a la manera en que se habría escrito si el autor fuese realmente bilingüe, es posible que mantengan su trabajo y sus posibilidades de seguir aportando un valor añadido superior al que aporta un proceso automatizado.

Todo eso parte de una base: los idiomas no son simplemente medios para entendernos unos a otros. Los idiomas representan también cultura, tradiciones, elementos diferenciales, matices y una riqueza enorme que no parece razonable simplemente condenar al olvido proponiendo que todos hablemos en el mismo idioma. Después de todo, los únicos idiomas en los que realmente te expresas como tú quieres – y no siempre – son aquellos que o bien comenzaste a hablar en tu infancia, o has pasado un cierto número de años utilizando constantemente. Para casi todos, lo más cómodo y eficiente es hablar en nuestro idioma, y la obligación de prescindir de ese idioma por estar en un contexto determinado nos resulta un fastidio, y posiblemente nos genere una limitación.

En otras ocasiones, el idioma adquiere un significado político, y es perfectamente lícito que así sea: si quiero reforzar mi identidad, mi cultura o mis deseos de autodeterminación utilizando el idioma de mi país, ¿por qué no debo poder hacerlo si existen medios que me permiten no dificultar la comunicación?

Dicho esto, el presupuesto de traductores del Parlamento Europeo es de más de mil millones de euros (que aún así, es menos del 1% del presupuesto europeo), y supone no solo muchos empleos, sino también que la entrada de nuevos idiomas se vea recibida con un escaso entusiasmo. Aducir que «no tiene sentido, porque existen idiomas comunes ya cubiertos por los traductores» es negar el bagaje cultural de esos idiomas, y querer relegarlos poco menos a que «lenguas muertas» o en desuso. Como cada vez más personas hablan inglés, entendámonos en inglés, ¿no? Pues no. ¿Por qué el inglés, y no otro? El inglés tiene la ventaja de permitirnos entendernos con socios de la Unión Europea de la importancia de los Estados Unidos o el Reino Unido, sí, pero tras la salida del Reino Unido de la Unión Europea, solo se habla, y parcialmente, en Irlanda y Malta. ¿Aprendemos todos francés? ¿O alemán, que es más difícil pero, al menos, te obliga a no interrumpir y a escuchar las frases de tu interlocutor hasta el final? Buena suerte con ello.

Todo indica que la tecnología nos está dando la posibilidad no de prescindir de los idiomas, cuya existencia no es «una molestia» sino un vehículo cultural y de transmisión riquísimo, sino de poder tener nuestro propio traductor personal: algoritmos entrenados por nosotros mismos, en función de cómo hablamos y escribimos habitualmente, que expresen en cualquier otro idioma lo que estamos diciendo. No «un traductor», sino «nuestro traductor personal». ¿No parece una perspectiva interesante, y mucho mejor a efectos identitarios (tanto referidos a la identidad colectiva de los pueblos, como a la identidad individual)?

Por supuesto, no es «tan» sencillo. Habrá, por ejemplo, dificultades para que traducciones automatizadas de esa calidad personalizada sean realmente simultáneas. Habrá fallos: los tienen aún hoy los algoritmos generativos, y probablemente los tengan durante cierto tiempo. Pero también tiene fallos hasta el mejor de los traductores simultáneos, no lo dudemos ni por un momento. Habrá «cosas raras», como personas que no quieran entrenar a su algoritmo de traducción con sus propios textos, sino con los de otros que puedan ser mucho más cultos o más «floridos» que ellos, lo que llevará a «identidades híbridas» entre la manera en que una persona se expresa en un idioma y en otro. Pero eso también ocurre: a mí, cuando hablo en francés, en inglés o en gallego, me cambia hasta la voz!

Como mínimo, el uso de algoritmia generativa para preservar la identidad de las personas y de los idiomas mientras se proporciona la posibilidad de entenderse en tiempo real es un asunto que será fundamental explorar, y que sin duda, va a ir a más, no a menos, en el futuro. Por tanto, ofuscarse porque se utilicen distintos idiomas en foros comunes creo que tiene poco futuro, porque es una situación temporal que cada vez veremos más, no menos, y una situación, además, que la tecnología irá mejorando con el tiempo. Y sospecho que con no demasiado tiempo.

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