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El vehículo eléctrico como clave del futuro de la economía china

IMAGE: E. Dans

Cada vez son más los artículos (Wired, MIT Tech Review, The Washington Post, etc.) que hacen referencia a cómo la industria automovilística china ha sido capaz de ridiculizar a países como Alemania, Estados Unidos o Japón en todo lo relacionado con el vehículo eléctrico, cómo está consiguiendo llenar todos los segmentos que Tesla había dejado libres, y cómo ha logrado acelerar para convertirse en la mayor potencia mundial en la tecnología que representa el único futuro viable que la industria automovilística tiene en este momento ante sí.

La realidad es clara: alimentada por el éxito de sus vehículos eléctricos, China es ya el mayor exportador de automóviles del mundo, adelantando en ese ranking a un Japón estancado por la estupidez cerril de Toyota. Si contemplamos únicamente vehículos eléctricos, los Estados Unidos caen por detrás ya no solo de China, sino incluso de Europa, mientras su industria se desmorona con huelgas derivadas de la imposibilidad de que les salgan las cuentas. El creciente dominio de China resulta tan preocupante que se debate en el Congreso norteamericano, mientras la Unión Europea intenta protegerse de la inundación de sus mercados investigando posibles subvenciones del gobierno chino a sus compañías – algo muy probablemente cierto – y planteando posibles aranceles para gravar a los vehículos del gigante asiático.

En realidad, China ha hecho lo que todos sabemos que sabe hacer: planificar su economía a largo plazo y basarse en las tecnologías de terceros hasta que, aprovechando el enorme tamaño de su mercado interno, es capaz de igualarlas. Mientras la industria automovilística mundial, con escasas excepciones, ridiculizaba la Tesla de Elon Musk, la tildaba de económicamente inviable y demoraba absurdamente su transición a la electrificación, el mercado chino recibió los Model 3 y Model Y de la compañía fabricados en el país con los brazos abiertos, y su industria, tras despiezarlos metódicamente una y mil veces, comenzó a crecer salvajemente.

Compañías consolidadas en otros segmentos, Tesla-clones y startups y compañías de todo tipo se pusieron manos a la obra, dirigidas por una visión bien alimentada e incentivada desde un gobierno chino confiado en la ya entonces evidente ventaja de su país en un sector tan estratégico como las baterías. Hasta quinientas startups de vehículos eléctricos, algo que resulta muy difícil imaginar sin sólidos programas de apoyo gubernamental.

El resultado fue completamente entusiasta: en menos de una década, el mercado chino del vehículo eléctrico se convirtió en el más grande del mundo, hasta el punto de que algunos afirmaban que el país estaba fabricando demasiados vehículos eléctricos. En 2019, ya uno de cada dos vehículos eléctricos vendidos en todo el mundo se vendía en el mercado chino, y el país ya tenía más cargadores que ningún otro en términos tanto absolutos como relativos. Con semejante escala, prácticamente cualquier compañía dedicada a la fabricación de cualquier cosa puede apalancarse para llevar a cabo mejoras constantes y convertirse en competitiva. Los que, en 2022, decían que China no dominaría ese año el mercado de vehículos eléctricos ven ahora que en efecto, no fue así: pasó a dominarlo mucho más tarde… en 2023 🙂

¿El futuro? Es difícil saberlo. A todos los efectos, China ha seguido perfectamente la estrategia diseñada por Elon Musk con sus patentes abiertas y su disposición a ser copiado: la idea de Tesla, establecida como tal en su misión corporativa desde su fundación, era «acelerar la llegada del transporte sostenible lanzando al mercado coches eléctricos atractivos para el mercado de masas lo antes posible», y la industria china está trabajando para hacerlo cada vez más posible. China, simplemente, ha sabido utilizar una ágil transición al vehículo eléctrico para pasar a dominar la industria del automóvil a nivel mundial. Las cifras de ventas indican cada vez más que los vehículos eléctricos chinos van a ser los que mejor puedan llenar los segmentos más económicos, pero sin dejar de lado unas gamas altas en las que acumulan cada vez más experiencia y competitividad. El país que antes montaba productos con mano de obra barata ahora es una potencia de la fabricación robotizada. En el fondo, un juego de escala y experiencia. Y China, de eso, sabe un montón.

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