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El problema de la descarbonización

IMAGE: Gerd Altmann - Pixabay

Mi columna de esta semana en Invertia se titula «El verdadero problema del dióxido de carbono» (pdf), y trata de señalar hasta qué punto el verdadero problema de la emergencia climática es la actitud que adoptamos ante las aportaciones de la tecnología. Si obtenemos mejoras palpables en las tecnologías de captura y almacenamiento de dióxido de carbono, esas mejoras se aplican directamente a la posibilidad de seguir emitiéndolo, no como una forma de paliar el problema, sino como prolongación de las cosas que hacemos mal.

El ritmo al que progresan los objetivos del Acuerdo de París no permite presagiar absolutamente nada bueno. Solo países como Finlandia o Grecia parecen estar asumiendo compromisos mínimamente creíbles, mientras el resto siguen trabajando demasiado lentamente. Mientras, la emergencia climática sigue avanzando: la ola de calor en el sur de Asia ha matado ya a más de noventa personas y amenaza con provocar una catástrofe humanitaria sin precedentes en cualquier momento, pero a nadie parece importarle. La prolongada sequía en Francia demuestra hasta qué punto bordeamos la emergencia. Una de cada seis personas en el mundo mueren debido a la contaminación del aire que respiran, y aunque sabemos que eliminar los combustibles fósiles podría, por si solo, salvar cincuenta mil vidas al año y ofrecernos una calidad de vida superior, preferimos volver a como hacíamos las cosas antes de la pandemia y no arriesgarnos a cambiar nada.

¿Sube la gasolina? La subvencionamos. ¿Sube el gas? Limitamos artificialmente su precio. Soluciones completamente absurdas que únicamente valen para prolongar el modelo actual, y que nos condenan a todos a un mundo en espiral descendente, a una sucesión de emergencias, a una maldita lotería de «a ver en qué parte del mundo toca hoy». En lugar de plantear soluciones nuevas y, sobre todo, un abandono lo más urgente posible de las tecnologías que nos trajeron hasta aquí, planteamos prolongar su uso todo lo posible, aunque lo paguemos todos – en todos los sentidos.

Nadie quiere descarbonizar nada porque, aparentemente, nadie es capaz de enfrentarse a la posibilidad de dejar de hacer las cosas como las ha hecho toda su vida. Necesitamos un cambio de mentalidad. Urgentemente. El problema no es el dióxido de carbono: el problema somos nosotros.

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