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La libertad de expresión y el efecto Alex Jones

IMAGE: DonkeyHotey on Flickr (CC BY)

Alex Jones, el impresentable adalid de las teorías de la conspiración que durante años estuvo insultando, acosando y mortificando a los padres y familiares de las víctimas del tiroteo en la escuela elemental de Sandy Hook en 2012, ha recibido una condena por difamación que le sentencia a pagar un total de 965 millones de dólares a los familiares de las víctimas y 50 millones más a un agente del FBI que acudió para tratar de responder a los hechos, además de las correspondientes costas judiciales.

El caso Alex Jones ha sido, durante mucho tiempo, el típico en el que una persona se dedica a decir auténticas barbaridades de manera consistente y obtiene, gracias a ello, un nivel de popularidad que le permite no solo vivir holgadamente de ello, sino alcanzar unos niveles de visibilidad muy elevados. De hecho, cuando el nivel de estupidez de las cosas que decía llegó a un límite ya completamente insoportable, tanto él como sus contenidos fueron, tras nada menos que cinco largos años, excluidos de la gran mayoría de las plataformas en la red, algo que, sin embargo, tuvo el efecto de incrementar más aún la popularidad de su página web y su app, InfoWars. En su momento álgido, su página llegó a superar los diez millones de visitas mensuales, y a pesar de múltiples llamamientos a las marcas para que eliminasen su publicidad en ella, facturaba en torno a los $800,000 diarios por la venta de productos de todo tipo que el propio Jones ofrecía, incluyendo suplementos alimentarios. Durante el juicio, un perito judicial estimó el valor de los activos de Jones entre los 135 y los 270 millones de dólares.

Ahora, el ya denominado «efecto Alex Jones» debería de servir para señalizar a quienes traten de utilizar estrategias similares que no todo vale, y que la libertad de expresión, por mucho que diga una Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos crucial para el funcionamiento de una democracia, tiene sin embargo límites, y que quien los traspasa se expone a condenas muy significativas. Si utilizas tu libertad de expresión para difamar, insultar, cometer fraudes u otra serie de crímenes, pagarás por ello, porque esa libertad de expresión no es ni debe ser en modo alguno ilimitada o absoluta.

Revisar los límites de la libertad de expresión en una era en la que internet y las redes sociales permiten fácilmente que cualquiera pueda decir lo que le dé la gana es algo que requiere una regulación muy fina. Separar la responsabilidad de los usuarios de la de las plataformas que albergan y diseminan su contenido es complejo, en un momento en el que una de las leyes fundamentales que propició la expansión de estas redes sociales, la Sección 230, está en plena revisión, una revisión que sin duda se verá influenciada por el veredicto del caso Alex Jones.

Al menos ahora hay un caso, el de una de las personas que posiblemente más odio era capaz de generar, que demuestra que no todo vale, que si provocas determinados daños, debes pagar por ello. Posiblemente, dentro de algún tiempo revisaremos este caso y pensaremos que todo era simplemente una cuestión de sentido común. Pero muchas veces, desgraciadamente, el sentido común es el menos común de los sentidos.

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