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La otra electrificación del transporte: más allá del coche eléctrico

IMAGE: Wolfram Bölte - Unsplash

La evidencia parece hacerse cada vez más importante: a medida que la fecha del fin de las ventas de vehículos con motor de combustión interna se va acercando más y más, hasta el punto de hacer sentir a todos los que se planteen su adquisición que han hecho una apuesta equivocada y cada vez más impopular, más personas parecen decantarse por una opción diferente para sus necesidades diarias de movilidad: las dos y tres ruedas.

Las ventas de bicicletas eléctricas, que evitan esfuerzos físicos incómodos en pendientes y mantienen el confort en el desplazamiento, y de motocicletas eléctricas, que sustituyen un parque de vehículos que en muchas ciudades era ya de por sí muy importante, crecen de forma cada vez más significativa, y parecen cumplir las previsiones que organizaciones como McKinsey lanzaron tras el fin de la pandemia sobre la creciente importancia de la micromovilidad.

En el año en el que vamos a ver un número creciente de ciudades importantes cerrando sus centros urbanos al automóvil, nos encontramos no solo con inyecciones económicas cada vez más significativas en compañías de bicicletas eléctricas, sino también con iniciativas como las de la ciudad de Londres, creando carriles bici, repartiendo bicicletas eléctricas a funcionarios públicos y sustituyendo furgonetas de reparto; o Francia, que ofrece hasta cuatro mil euros a quienes envíen al desguace su automóvil de combustión para adquirir una bicicleta eléctrica.

Pero las bicicletas o motocicletas eléctricas, que algunos estudios califican ya como el futuro del transporte urbano, no son simplemente un capricho del primer mundo: en el que se prevé sea el mayor mercado del mundo en algunos años, India, son la base de toda una revolución. Los conocidos rickshaws y los ubicuos ciclomotores que eran la base de la movilidad en las ciudades indias están siendo sustituidos a gran velocidad por sus equivalentes eléctricos, que permiten a sus usuarios ahorrar en combustible y mantenimiento, y en muchos casos, sustituir sus baterías rápidamente en instalaciones a pie de calle. Vehículos con un coste de alrededor de mil dólares para una población con ingresos medios de $2,400, que ven en ellos una interesante solución a sus problemas de desplazamiento o que les proporcionan una forma de ganarse la vida.

Cada vez son más los que apuntan a que en la próxima década, el más que previsible éxito en ventas de los automóviles eléctricos a medida que la alternativa del vehículo de combustión vaya desapareciendo del mapa, se va a ver eclipsado por las ventas de bicicletas eléctricas y otros vehículos similares basados en esa plataforma. De hecho, ya existen incluso propuestas para vender simplemente el motor y adosarlo a cualquier bicicleta convencional con freno de disco trasero para proporcionarle sesenta kilómetros de autonomía.

Resulta impresionante cuantificar el ahorro energético y en emisiones que la generalización de un cambio de hábitos como este podría traer consigo. Obviamente, no hablamos de una solución para todo ni para todos, pero sí de algo que puede hacer que muchos se replanteen buena parte de sus necesidades habituales de desplazamiento, sobre todo a medida que esos desplazamientos se hacen cada vez más ocasionales debido al crecimiento del trabajo distribuido.

Nos dirigimos hacia un futuro muy diferente. Al menos, si queremos tener un futuro.

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