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La telemedicina no desperdicia una crisis

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La Comunidad de Madrid anuncia un proyecto piloto de telemedicina utilizando videollamada, algo con muchísima lógica teniendo en cuenta el fortísimo avance que este canal ha experimentado durante la pandemia. Antes de la pandemia, las videollamadas se utilizaban mucho menos y la familiaridad de los usuarios con ellas era sensiblemente inferior, y durante la pandemia, muchas visitas al médico tendían a aplazarse debido a la elevada ocupación de los hospitales y a que se interpretaban como un riesgo.

En el caso de la Comunidad de Madrid, el proyecto se inicia, con bastante lógica, con la especialidad de Dermatología, una de las más estudiadas a través de este canal porque generalmente permite un nivel bastante elevado de prestaciones completas incluyendo el diagnóstico a partir de la imágenes de vídeo o de fotografías captadas con un dispositivo sencillo como un smartphone. El plan es ampliar la iniciativa posteriormente a otras especialidades, con un enfoque en aquellas consultas más administrativas, en las que el facultativo simplemente necesita hablar con el paciente para pedirle pruebas diagnósticas, para interpretarlas o para extender recetas.

Pocas cosas tienen en este momento más sentido que extender el uso de la telemedicina: descargar de fricción el sistema sanitario, ahorrar tiempos de espera y posibilitar una atención más eficiente utilizando la tecnología. La prestación a través de una videollamada no tiene por qué ser en ningún caso un sistema de atención de segunda clase: en muchas consultas a un médico, nos limitamos a intercambiar información, a hablar sobre sintomatología, a examinar informes o a extender volantes y recetas. Poder hacer muchos de esos trámites a través de un canal a distancia permite plantear flujos de trabajo mucho más eficientes, y que el sistema sanitario gane en agilidad.

Plantear críticas a la telemedicina o verla como algún tipo de pérdida de calidad en la prestación sanitaria es, simplemente, no entender la dirección en la que se mueven las tendencias en salud pública. El planteamiento de los sistemas de salud es, cada vez más, el de reducir la fricción administrativa mediante interacciones sencillas y eficientes, e incrementar los flujos de información del paciente. Aseguradoras privadas como Sanitas están avanzando en este sentido permitiendo que el asegurado conecte apps y dispositivos de salud a su sistema, y monitorizándolos para poder no solo que los médicos puedan utilizarlos en sus diagnósticos, sino también que puedan desencadenar alertas cuando los datos revelen algún tipo de problema. Este tipo de planteamiento permite no solo reducir el posible sufrimiento del paciente adelantando en muchos casos el diagnóstico – en ocasiones, antes incluso de que el paciente presente una sintomatología aparente – sino, además, ventajas de costes derivadas de la aplicación de tratamientos a fases tempranas de muchas afecciones. Con el tiempo, este tipo de sistemas podrán posibilitar también programas de investigación utilizando los datos compartidos por un número cada vez mayor de personas.

La telemedicina es una respuesta adecuada a la crisis que ha supuesto la pandemia, y su uso está explotando en muchos países. No es en modo alguno una «medicina de segunda clase«, y cada vez son más los pacientes que la prefieren frente a tener que visitar físicamente la consulta del médico. Dejémonos de críticas fáciles o sin sentido, y pongamos las iniciativas en valor cuando van en la dirección adecuada, independientemente de qué institución sea la que las pone en marcha.

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