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Las características de la innovación tecnológica

IMAGE: Alexandre Debiève - Unsplash

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «La dificultad para entender la tecnología» (pdf), y trata de explicar algo que debería resultar razonablemente obvio, pero que muchos, aparentemente, no alcanzan a entender: las especiales características de la innovación aplicadas a la tecnología.

¿Por qué afirmo que son muchos los que no parecen entender cómo funciona la innovación tecnológica? Muy claro: porque desde hace muchísimo tiempo, tanto en mis clases como en otros foros, la inmensa mayoría de las críticas que me encuentro al desarrollo tecnológico tienen que ver con la falsa creencia de que una tecnología presentada al mercado va a permanecer como está, en lugar de experimentar una rápida sucesión de innovaciones que vayan convirtiendo muchos de los problemas iniciales que parece tener en algo del pasado.

Los ejemplos son multitud: si hablas del vehículo eléctrico, un número elevado de personas te dirán, de manera prácticamente automática, que «eso no va a funcionar porque… las baterías». Las objeciones pueden ser que «son carísimas» – cuando su coste ha descendido un 97% en las últimas tres décadas, y un 88% en la última, – que son un problema porque «no hay litio» – cuando no solo quedan aun abundantes reservas, sino que, además, hay múltiples líneas de investigación en curso actuales que apuntan a baterías desarrolladas con otros componentes mucho más abundantes, – que tardan mucho en cargarse – cuando también existen avances que permiten cargas muchísimo más rápidas, – o que duran poco – cuando tenemos ya la posibilidad de que duren un millón de kilómetros o dieciséis años.

La tecnología es así: una vez evidenciada su utilidad y la existencia de un mercado para ella, las mejoras suelen ser rápidas y muy significativas. Las baterías son simplemente un ejemplo: apostar por su mejora continua ha convertido a Tesla en una compañía puntera y con una posición defendible. No hablamos de tecnologías que se esperan para dentro de cinco años (y en cinco años, para dentro de otros cinco años), sino de una auténtica competencia eficiente con múltiples laboratorios y competidores detrás, una guerra tecnológica en la que se juegan miles de millones de dólares y la competitividad futura de los países. Nuevas aproximaciones, nuevas ideas, nuevas fábricas, nuevas apuestas… con solo abrir las noticias y dedicarles un mínimo de atención, veremos que cualquier cosa que alguien crea saber a día de hoy sobre baterías, estará sin duda ya obsoleta o lo estará en seguida. Pero claro, lo fácil es simplemente decir eso de «es que las baterías…», como si ello nos permitiese cerrar una puerta que, en muchos casos, nos aporta inseguridad o contradice nuestras creencias.

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El problema es que la tecnología no es cuestión de creencias, sino de investigación, de recursos, de mercado y de desarrollo de productos. Cuando alguien critica un producto y lo hace pensando que no va a mejorar en el tiempo, está por lo general demostrando su ignorancia absoluta, su desconocimiento de leyes empíricas como la de Moore, la de Swanson o muchas otras que aplican en estos casos. Está ignorando el funcionamiento de las economías de escala, una de las razones por las que la tecnología tiende siempre a hacerse cada vez más barata en términos objetivos.

Por esas y otras razones, la mayor parte de las críticas que se hacen a la tecnología suelen partir de la más absoluta ignorancia sobre su funcionamiento y su evolución, aunque ese funcionamiento y esa evolución haya estado sacándonos las castañas del fuego durante siglos. Invertir un poco en entender ese tipo de cosas haría que la adopción de algunas tecnologías fuese potencialmente más rápida, se encontrase menos barreras y pudiese contribuir mejor a lo más importante, que es seguir apostando por la transición de la tecnología para sacarnos del lío en el que otras tecnologías anteriores, hoy obsoletas, nos metieron.

Pero claro, esto exigiría pensar, desarrollar pensamiento crítico, y es mejor fiarse del lobbista de turno – aunque no sepamos ni quién es ni cómo manipula estados de opinión- y criticar para que todo siga igual.

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