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Las fases de las acciones medioambientales

IMAGE: Just Stop Oil

Las cada vez más frecuentes protestas de activistas medioambientales utilizando obras de arte en museos para generar atención, que en ningún caso han provocado daños a las obras afectadas, están generando todo tipo de reacciones en la población, que algunos califican de rechazo.

El recurso a las obras de arte para llamar la atención sobre una causa no es nuevo, y en el pasado se ha llevado a cabo con consecuencias mucho más dramáticas. La realidad es que, por aparatoso o llamativo que pueda resultar arrojar tirar sopa o pintura contra un cuadro protegido por un cristal, o pegarse con pegamento instantáneo a su marco, las protestas están sirviendo para que se hable más de la emergencia climática que genera estas acciones, una causa que no debería ser vista como exclusiva de las personas o los grupos que llevan a cabo las protestas, sino que debería ser, si tuviéramos un mínimo de sentido común, una causa de toda la humanidad.

La cuestión que tenemos que entender es que este tipo de acciones tienen sus fases, y su desarrollo depende, fundamentalmente, del nivel de desesperación que lleguen a alcanzar los protagonistas de las mismas. Si algo sabemos es que, ante propuestas en el Reino Unido que abogaban por un endurecimiento del código penal para acciones de este tipo, algunos de estos grupos han prometido seguir protestando mientras no se les imponga la pena capital.

El logotipo que ilustra este artículo pertenece al grupo británico Just Stop Oil, que surgió para intentar que el gobierno de su país no conceda nuevas licencias para explotaciones petrolíferas. Los activistas de este grupo, que busca apoyos llamando a «join the revOILution», han sido arrestados en más de dos mil ocasiones desde el 1 de abril de 2022, y cinco de ellos están actualmente en prisión. Sus acciones han pasado ya de la fase de simplemente llamar la atención, a la siguiente, provocar molestias a los ciudadanos en general interrumpiendo, por ejemplo, la celebración de determinados eventos deportivos, deteniendo el tráfico en grandes autopistas o bloqueando el acceso a infraestructuras y terminales petrolíferas.

La siguiente fase, más allá de las simples molestias, es el daño a la propiedad privada. Sus primeras manifestaciones, aún relativamente respetuosas por no dar lugar a daños permanentes, consisten en desinflar las ruedas de vehículos de tipo SUV, los que generan un consumo de combustible mayor, generalmente introduciendo una lenteja entre el tapón y la válvula y dejando un papel sujeto por el limpiaparabrisas explicando al propietario que no es nada personal, sino que «su coche mata». Entre deshinchar una rueda, que genera simplemente una molestia, y dañar permanentemente un vehículo, aún hay alguna distancia. Pero es relativamente pequeña.

Frente a personas que, carentes de ningún tipo de fundamento científico válido, ridiculizan irresponsablemente la acción climática hablando de «calentología» o de «calentólogos», está la evidencia de que estamos ante el mayor desequilibrio que ha afectado al planeta en la historia de la humanidad, y que ese desequilibrio, además, ha sido provocado por la especie humana y por su abuso de una tecnología determinada, el uso de combustibles fósiles. La solución es aún posible, caer en la desesperación y en el «no es posible hacer nada» es lo peor que podemos hacer, pero la situación es ya desesperada, una auténtica batalla por la supervivencia humana.

Y en esa batalla, muchos científicos desesperados y una generación que se siente más afectada porque simplemente les queda más tiempo de vida, y que se ve impotente ante las completamente irresponsables decisiones de sus mayores. O demostramos ser capaces de llevar a cabo la transición tecnológica de manera más rápida y eficiente, o tendremos un serio problema – ¿qué problema puede ser más serio que el de un mundo que deja de ser apto para la supervivencia de la especie humana? – a corto plazo: el de acciones que pasan a la siguiente fase, la de dejar de ser consideradas «activismo pacífico» y provocar daños a las personas. Por el momento, los activistas intentan detener los jets privados cuando aún están en el suelo. Pero considerando lo relativamente sencillo que es utilizar un dron, no nos extrañe que algunos grupos incontrolados no empiecen a poner en práctica otro tipo de protestas con consecuencias potencialmente dramáticas. Cuestión de tiempo. Y de desesperación.

Estamos ante el desafío más importante que ha vivido la humanidad en toda su historia. Un desafío puramente tecnológico, un cambio de tecnología que es posible, pero que simplemente no estamos llevando a cabo lo suficientemente rápido. Y escandalizarnos y criticar a los activistas que al menos hacen algo para intentar llamar la atención sobre el problema, claramente, no es la solución.

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