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Mi vida descarbonizada

IMAGE: Rudy and Peter Skitterians - Pixabay

Este artículo de hoy va a ser el primero de una serie en la que voy a describir con cierto nivel de detalle los cambios que comencé hace muy pocos meses en mi vida, mis razones para llevarlos a cabo, y sobre todo, dadas las aparentes incertidumbres que detecto en los comentarios y en general cuando se habla del tema, sus resultados.

La decisión que tomamos hace muy pocos meses mi mujer y yo fue muy sencilla: continuar la ruta hacia una descarbonización lo más radical posible que iniciamos cuando, hace ya tres años, decidimos comprarnos un vehículo eléctrico. Para ello, decidimos afrontar varias inversiones relativamente importantes: por un lado, la instalación de una aerotermia que sustituyó al calentador de gas, con lo que dejamos de consumir ese combustible fósil y nos convertimos en completamente eléctricos. Por otro, la instalación de placas solares. Y finalmente, la de un inversor híbrido y una batería.

Por comenzar por el final y con un resumen rápido, la cosa es muy sencilla: durante el mes de mayo y lo que llevamos de junio, nuestra autosuficiencia energética está en torno al 99%. Por un problema de reconfiguración del inversor, no puedo reportar íntegro el mes de mayo (tuve que reiniciar la cuenta a mediados de mes), pero el resultado era idéntico al que muestran los gráficos de la segunda mitad de mayo y primera de junio:

Un nivel de autoconsumo energético del 99.24% y del 98.66% respectivamente. ¿La clave fundamental? La misma sobre la que he escrito en varias ocasiones a otros niveles diferentes al doméstico: un sobredimensionamiento significativo en la instalación de placas solares de la que hablaremos en la entrada que dedicaré al tema. Así que tras una (muy) larga y complicada búsqueda para encontrar un buen proveedor, tras entender que muchos de ellos se aprovechaban de un mercado con un enorme nivel de desconocimiento, y tras comprobar que lo verdaderamente caro no eran las placas solares como tales sino su instalación, procedimos a tomar la decisión e instalar no las once placas que nos proponía el instalador, sino un total de diecisiete, las que caben en nuestro tejado de manera sencilla. Con el tiempo podremos instalar algunas más porque queda algún espacio, pero esperaremos a que la eficiencia de las placas se haya incrementado algo más.

Además de las placas, tomamos también la decisión de no instalar el inversor que nos recomendaban en el plan de instalación inicial, sino de optar por uno híbrido (con capacidad de conectarse tanto al suministro eléctrico convencional como a una instalación de baterías) y dimensionar además las correspondientes baterías.

El resultado, como indicaba al principio, es claro: todos los días tenemos suficiente excedente de producción como para llenar completamente las baterías, habitualmente a eso del mediodía o la una de la tarde, podemos afrontar tranquilamente todo el gasto energético del hogar y cargar tranquilamente el coche lo que sea necesario, y llegar con la batería completamente cargada hasta que el sol se pone. A partir de ahí, la batería alimenta nuestro consumo durante la noche, y por lo general nos levantamos todavía con alrededor de un 20%, que resiste la generación de agua caliente para duchas y el uso de todos los aparatos eléctricos del hogar, y vuelve a llenar la batería. Los únicos momentos en los que tomamos algo de energía de la red es cuando la entrada del agua caliente o de algunos electrodomésticos de consumo sorprendentemente alto provocan algunos picos, pero en el total del consumo diario, no resultan en absoluto significativos.

Desde hace más de mes y medio, por tanto, nuestra vida se ha descarbonizado sensiblemente: obviamente, no de manera completa o radical – aún tenemos que viajar en avión en algunas ocasiones o consumir energía de formas no óptimas según las circunstancias – pero sí de una forma muy significativa. Sentarte en tu coche por las mañanas sabiendo que la energía que te propulsa no solo es limpia, sino que además la has generado tú mismo en el tejado de tu propia casa es, no lo voy a negar, una satisfacción importante y una cierta sensación de que, en nuestras modestas posibilidades, hacemos lo que está en nuestra mano para ir en una dirección determinada.

Obviamente, el invierno será diferente: el nivel de autoconsumo disminuirá, y aquí estaré para contarlo, porque no me dedico a vender equipamiento doméstico de nadie, sino a contar la experiencia de afrontar la descarbonización desde el punto que depende de mí: el de mi economía personal, en la que puedo poner mis decisiones de gasto al nivel de las cosas sobre las que escribo. En entradas sucesivas hablaré de proveedores, de instaladores, de importes y de recibos detallados, fundamentalmente por si esos datos ayudan a quienes estén en disposición de tomar decisiones similares.

En este sentido, es importante entender nuestras motivaciones: obviamente, no somos ricos, pero a pesar de ello, tomamos la decisión aparcando (razonablemente) las consideraciones de amortización. Es decir, aunque aspiremos, lógicamente, a reducir nuestros gastos en energía, afrontamos el gasto de instalación y los posibles importes de consumo aunque las indicaciones con respecto a su conveniencia económica puedan parecer, en ocasiones, dudosas (más sobre esto en entradas posteriores). Más de uno podría pensar, de manera relativamente intuitiva, que pasar a depender completamente de la electricidad en un momento como este de precios elevados es una locura, pero dado que mis hipótesis, sobre las que he escrito también en numerosas ocasiones, apuntan a que ese fenómeno no es estructural sino coyuntural y que, más tarde o más temprano, la energía será tan barata que evolucionará hacia una tarifa plana y ni siquiera compensará medir su consumo (salvo para evitar abusos), tomamos la decisión de poner nuestro dinero donde ponemos nuestra opinión, y afrontar el gasto.

Pero sobre todo eso y mucho más, hablaremos en unas cuantas entradas que iré escribiendo a medida que vaya teniendo datos con las que respaldarlas.

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