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Tokenizando el dióxido de carbono

IMAGE: Matthias Heyde - Unsplash

Un número cada vez mayor de startups están explorando, siguiendo ideas como las expuestas por Kim Stanley Robinson en su muy recomendable «El ministerio del futuro«, la idea de transformar los mecanismos de compensación de carbono en una herramienta vinculada con el beneficio económico mediante un mecanismo como la emisión de criptomonedas.

Además de la norteamericana Klima y de la estonia Single.Earth, que tuve la oportunidad de estudiar como parte del jurado de los premios a la innovación concedidos por la UNESCO a través de Netexplo, hay otras compañías con planes en diversas aproximaciones y múltiples estadios de desarrollo explorando el tema, con la idea de generar una economía del carbono que pueda funcionar como un incentivo monetario para evitar su emisión o para retirar de la atmósfera el que ya se ha emitido.

En este vídeo del pasado miércoles podéis verme comentando la idea que propone la compañía (en inglés con doblaje en francés).

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Los mecanismos de compensación de carbono impuestos en diversas jurisdicciones son una manera de dotar a las emisiones de dióxido de carbono de un mecanismo de mercado que incentive su eliminación, y existen múltiples argumentos a favor de su uso: básicamente, que son una externalidad negativa que minimiza el coste para la sociedad de la reducción de emisiones, y que además, son transparentes, fácilmente aplicables, generan ingresos explícitos a quienes lo hacen bien, son ajustables, y reducen la incertidumbre para los actores implicados. En 2019, más de 3600 economistas firmaron una carta en apoyo del uso de estos mecanismos como la palanca más rentable para reducir las emisiones de carbono a la escala y velocidad necesarias.

A partir de ahí, la idea de tokenizar las emisiones y utilizar una criptomoneda como forma de incentivar su compensación surge prácticamente de manera natural: cualquier acción que retire carbono de la atmósfera, como mantener un bosque en lugar de cortarlo, puede ser considerada una prueba de trabajo, y obtener como contrapartida una valoración determinada en una criptomoneda que puede ser, a partir de ese momento, utilizada como dinero líquido.

La idea, obviamente, no está exenta de posibles críticas, como la posibilidad de capitalizar o «blanquear» créditos medioambientales basura de baja calidad emitidos originalmente antes de 2010, cuando estos contaban con muy escasa supervisión, las dificultades que supone auditar y certificar este tipo de acciones, o el hecho de que, en muchos casos, estas compañías ofrezcan compensaciones por «cosas que no se hacen», como talar un bisque o dejar de extraer combustibles fósiles. La realidad es que la necesidad de mejores mecanismos de auditoría para este tipo de procesos ha sido expuesta ya en numerosas ocasiones, y el interés en el tema no deja de crecer.

En otros casos, se habla de la posibilidad de «hackear los árboles» mediante modificación genética para que sean más eficientes fijando dióxido de carbono, una idea complementaria que mejora la capacidad que tenemos para retirarlo de la atmósfera de una forma no demasiado agresiva, o más «natural» que mediante los mecanismos de filtración de cantidades masivas de aire que muchas compañías proponen y que, en muchos casos, son una forma de blanquear sus emisiones. De una u otra manera, está claro que algo vamos a tener que hacer con el exceso de dióxido de carbono que estamos generando para evitar que la emergencia climática se convierta pronto en una debacle medioambiental, y que más compañías acepten el reto y propongan soluciones no es más que un síntoma de la cada vez mayor importancia que se otorga a la cuestión.

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