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¿Y después de las vacunas?

IMAGE: DoD photo by Lisa Ferdinando (CC BY)

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «Pandemias, vacunas y tecnología» (pdf), y trata de pensar sobre el escenario que se genera tras la llegada de las vacunas para el COVID-19 y el comienzo de las campañas de vacunación.

Una vez más, creo que estamos actuando con escasa planificación, y no teniendo en cuenta el papel potencial de la tecnología a la hora de solucionar algunos problemas. La vacuna es un hito memorable que supone un fortísimo avance de la ciencia médica, y el negacionismo en torno a ella es algo que debemos clasificar indudablemente como una actitud asocial e irresponsable: ideas tan ignorantes y peregrinas como la posibilidad de que te inyecten un chip o las consideraciones sobre las libertades individuales deberían ser consideradas a la luz de lo que el fenómeno del negacionismo ha traído consigo en muchas ocasiones: rebrotes de enfermedades que se creían prácticamente erradicadas.

¿Quienes deben recibir la vacuna primero? Las políticas diseñadas por los diferentes países prueban, de nuevo, nuestra incapacidad para poner en práctica una estrategia común y científicamente razonable, prefiriendo en su lugar guiarnos por criterios políticos o populistas. A la hora de decidirlo, la epidemiología debería ser el único criterio válido, y debería, lógicamente, adoptarse una práctica universal en lugar de una estrategia por país. De nuevo, las fronteras y las soberanías impiden la respuesta coordinada y global que de verdad necesitaríamos como especie. Por el momento, todo indica que lo único que están haciendo muchos países es esperar la llegada de las vacunas, y lanzarse a ponerlas como puedan mientras se hacen muchas fotos para los medios, sin planificación alguna y sin mucha idea sobre lo que debería pasar después.

Pero vayamos más allá: ¿cuáles deberían ser las consecuencias para quienes se nieguen a vacunarse? ¿Debería una compañía poder, por ejemplo, negar el empleo a un candidato o despedir a un trabajador por no estar vacunado? ¿Y si ese trabajador desarrolla su actividad de cara al público, por ejemplo? ¿Deberíamos, por ejemplo, poder negar la entrada a un usuario en un servicio si no prueba estar vacunado? En un escenario como el actual, en el que aún sabemos poco acerca de la duración de la inmunidad y sobre si una persona vacunada podría o no desarrollar y transmitir la enfermedad de manera asintomática, todo indica que por muy vacunados que estemos, deberemos seguir utilizando mascarilla y manteniendo las precauciones durante bastante tiempo.

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¿Necesitaremos un certificado que pruebe que estamos vacunados? La idea no nos resulta especialmente extraña: es muy habitual que los colegios exijan a los padres el certificado de vacunación de sus hijos antes de aceptarlos, o que se nos exijan unas vacunas determinadas para viajar a ciertos países, pero generalmente, no hemos utilizado ese tipo de certificados en nuestra vida cotidiana. ¿Serán útiles? Aparentemente, será habitual durante bastante tiempo que se nos exija algún tipo de documento que refleje el resultado de un test negativo antes de que se nos permita, por ejemplo, viajar a algunos países, y sabemos perfectamente que esa práctica ha llevado ya al desarrollo, por irresponsable que pueda parecer, de todo un mercado negro de falsificaciones: ¿vamos a arriesgarnos a que ese tipo de comportamientos puedan seguir ocurriendo, o desarrollaremos algún tipo de sistema, posiblemente basado en el uso de la cadena de bloques o alguna tecnología similar, para tratar de evitarlo?

Desarrollar un sistema que permita saber fehacientemente quién está vacunado y quién no, o como asegurar que quien recibió la primera dosis recibe también la segunda (por el momento, todas las vacunas en circulación exigen la administración de dos dosis administradas con cierta separación en el tiempo), exige que podamos crear aplicaciones en las que esto sea comprobable de manera sencilla: bases de datos seguras y fiables, códigos escaneables, registros autentificados e inviolables, y sobre todo, comunicación inmediata entre diferentes sistemas a distintos niveles: si no planificamos algo así, terminaremos con una situación tan absolutamente patética y ridícula como la que ya vivimos con las apps de trazabilidad, diecinueve administraciones haciendo las cosas a distinto ritmo y con diferentes estándares y prioridades, precisamente la circunstancia que impidió que pudiesen probar su evidente utilidad. En un país en el que ni siquiera hemos sabido contar nuestros muertos de manera fiable, deberíamos preocuparnos por hacer las cosas algo mejor, al menos cuando se trata de los vivos.

La idea de ponernos a vacunar gente sin tener ni idea de cómo vamos a poder demostrar o saber si alguien ha sido vacunado es, de nuevo, un presagio de incompetencia: si decidimos que, como es lógico, la vacuna va a ser una condición necesaria para poder llevar a cabo determinadas actividades… ¿cómo vamos a controlarlo? ¿Nos dedicaremos a hacer documentos de papel con una firma y un sello, perfectamente falsificables, que una persona tiene que examinar en escasos segundos en la puerta de acceso a un espectáculo o un aeropuerto? No tiene sentido ninguno. Si renunciamos a utilizar las posibilidades de la tecnología en las primeras fases de la pandemia, intentemos por lo menos extraerles un rendimiento en la salida de la misma, si no queremos cometer errores susceptibles de retrasar la recuperación.

Veremos si esta vez hay alguien con dos dedos de frente en el proceso de toma de decisiones que se decida a hacer las cosas razonablemente bien.


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