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Smartphones y baterías: tiene sentido

IMAGE: Tobias Heine - Pixabay

La ley recién aprobada en el Parlamento Europeo que obliga a los fabricantes de dispositivos a comercializar modelos cuyas baterías puedan ser fácilmente reemplazadas, que entrará en vigor el próximo septiembre y será obligatorio para todos los fabricantes un año y medio después, es una de esas ideas que entronca con la forma en la que muchos elegíamos un smartphone hace mucho tiempo, cuando lo lógico era pensar que una batería debía ser eso, algo que podías, en cualquier momento, abrir el terminal y cambiar por otra llena que llevases en el bolsillo.

La cuestión, como es habitual, no es tan sencilla como parece. El texto de la ley dice que las baterías deben ser reemplazables «sin herramienta, una herramienta o juego de herramientas que se suministra con el producto o repuesto, o herramientas básicas»; que las piezas de repuesto deberán estar disponibles hasta siete años después del lanzamiento del terminal y; quizás lo más importante, que «el proceso de reemplazo deberá poder ser realizado por un usuario normal».

Esto abre la puerta a dos posibilidades muy diferentes: la primera es que, como ocurría antes de que los fabricantes optasen de manera mayoritaria por modelos completamente cerrados, podamos llevar en el bolsillo una o varias baterías para sustituirlas cuando estas empiezan a flaquear en su carga. La segunda, completamente diferente, alude a que podamos abrir nuestro terminal y sustituir su batería por otra cuando esta ha llegado a un nivel de prestaciones subóptimo. Son dos problemáticas diferentes, pero ambas importantes: la primera alude al uso en el día a día, la segunda a la vida media del terminal, dado que la duración de la batería suele ser, en muchas ocasiones, el elemento desencadenante del cambio.

La demanda de los usuarios lleva mucho tiempo haciéndose patente. El diseño cerrado de los terminales puede ser entendido como una forma de dotarlos de un diseño más compacto, más impermeable o más resistente: antiguamente, los smartphones no resistían ni que los acercases al agua y se separaban en varias piezas si se caían (algo que posiblemente ayudaba a que se deteriorasen menos, al absorber ese desensamblaje parte de la energía del golpe), mientras que ahora, hay muchos modelos que puedes sumergir en agua. La idea de llevar en el bolsillo una batería de reserva fue, durante muchos años, algo que yo exigía a un terminal: de hecho, adquiría generalmente el terminal y una batería extra. De ahí, pasamos a las incómodas baterías externas para recargar la que estaba inaccesible en su interior, y Apple comercializa incluso un aditamento magnético para que no tuvieses que llevar la batería sujeta por un cable, pero no es lo mismo, obviamente, que la comodidad que supone abrir el terminal fácilmente con la uña y reemplazar la batería sin más.

Obviamente, es por diseño más complicado hacer estanco y mantener limpio de polvo el interior de un terminal que puede abrirse fácilmente con la uña que hacerlo con uno que viene sellado de fábrica o que solo puede abrirse con herramientas especializadas. ¿Pero realmente hemos ganado los consumidores con ese cambio? Tras muchos años de experiencia, es muy posible que la mayoría opinen que no.

La segunda parte, la referente a cambiar la batería en casa con herramientas razonablemente sencillas para prolongar así la vida del terminal, es más compleja, porque la definición,

«Se debe considerar que el usuario final puede quitar una batería portátil cuando se puede quitar con el uso de herramientas disponibles comercialmente y sin requerir el uso de herramientas especializadas, a menos que se proporcionen de forma gratuita, o de herramientas patentadas, energía térmica o solventes para desarmarlo».

deja en muchos sentidos abierta la posibilidad de que tengamos que adquirir herramientas que, aunque no se definan como especializadas, si conlleven un coste que podría exceder lo que un usuario medio está dispuesto a pagar. En ese sentido, los requerimientos de calidad de las baterías, que mantengan el 83% de su capacidad después de quinientos ciclos de carga y el 80% después de mil ciclos, pueden ser bastante más importantes, porque ofrecerían una duración media de casi cinco años de uso (y tras cinco años, el atractivo en nuevas prestaciones de un modelo nuevo suele ser razonablemente muy superior). Pero en cualquier caso, la alternativa es muy distinta a la de abrir el terminal con la uña y cambiarle la batería en un instante, y posibilita otras opciones de diseño.

Tras años diseñando sus terminales como completamente cerrados y con la industria que parecía dirigirse cada vez más hacia el «terminal sin agujeros», completamente estanco – algo por otro lado muy vinculado con el desafortunado concepto de obsolescencia programada – la legislación europea supone un revés importante, que obligará sin duda a numerosos rediseños y compromisos. Pero para los usuarios, es muy posible que redunde en suficientes beneficios como para justificarlos.

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