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Acabó la pesadilla

IMAGE: The New York Times

Ayer, tras un largo, agónico y garantista recuento de papeletas, se pudo anunciar la victoria de Joe Biden y Kamala Harris, que se convertirán en el cuadragésimo sexto presidente y en la primera vicepresidenta de los Estados Unidos.

Es, a todos los efectos, el fin de una pesadilla. Cuatro años espantosos, tiempos oscuros en los que se normalizó lo que jamás debió ser normal: las mentiras constantes lanzadas con total impunidad desde la Casa Blanca, las «verdades alternativas«, las decenas de tweets estúpidos al día, la consideración de la prensa como el enemigo, la compra de impunidades, las leyes sin sentido, las promesas vacías, el racismo institucionalizado, la destrucción de la neutralidad de la red, el recorte de impuestos a los millonarios, la destrucción de las protecciones a la salud de los norteamericanos, el insulto constante a todo el resto de países del mundo, el proteccionismo salvaje y las guerras comerciales, la idea de que los Estados Unidos son un caso perdido que no va a aportar nada positivo, el negacionismo de la emergencia climática y la ruptura con los acuerdos de París, las políticas peregrinas y absurdas con respecto a la pandemia… son tantas cosas, que no tiene sentido tratar de enumerarlas todas.

La derrota de Donald Trump tiene mucho de schadenfreude, de alegría por la frustración de un patético perdedor que ahora se dedica a lanzar tweets que son irremediablemente censurados con toda la razón y a hacerse eco de teorías de la conspiración sobre un supuesto fraude inventado por él cuyos titulares ve pasar en panfletos sectarios como Breitbart News. Ninguno de sus intentos de ganar mediante tratas legales lo que ha perdido en las urnas tiene ninguna posibilidad de ganar. Ha sido incapaz de protagonizar un golpe de estado a pesar de haberlo intentado, por ser, simplemente, un tremendo incompetente. Se ha convertido en el único presidente que perdió en dos ocasiones el voto popular, en el primero desde hace décadas que no consigue ser reelegido, y posiblemente, en el primero que puede acabar en la cárcel.

En noviembre de 2016, después de un desayuno con tila tras ver las espantosas noticias de la victoria de semejante personaje, pasé un tiempo reflexionando sobre la «antipolítica». Sobre las consecuencias del hartazgo con la política tradicional, sobre las cosas malas que tiene esa política tradicional que tanto conocemos, pero sobre las terribles consecuencias de pretender romper con ella y, como protesta, correr el riesgo de elegir a un imbécil corrupto, sinvergüenza e incompetente, a una persona totalmente carente de las cualidades necesarias para ejercer como cargo público, incapaz de representar nada de lo que tu país ha sido o debe ser. Ahora, tras cuatro años con Donald Trump en la Casa Blanca, las sabemos todas con certeza. No sé si servirá como vacuna de nada, pero sí tengo claro que ha sido brutalmente negativo, que hemos perdido cuatro años en todos los sentidos, que hemos retrocedido salvajemente, que hemos puesto en riesgo hasta nuestra propia supervivencia. El 11 de enero de 2017, nueve días antes de la proclamación de Donald Trump como presidente, pisé por última vez los Estados Unidos, un país en el que he vivido, al que debo muchas cosas y al que solía volver con cierta regularidad, y me propuse no volver a poner un pie allí hasta que ese tipo saliese de la Casa Blanca. A partir de enero, podré volver a planteármelo si surge la oportunidad.

Durante cuarto largos años, los Estados Unidos se convirtieron en un país hostil. Bajo aquel «America first» se escondía realmente un «y a tu mierda de país, que no podría importarme menos, que lo jodan». Una política exterior directamente insultante, un desprecio constante a todo y a todos, una erosión brutal de su imagen y de su influencia, guerras comerciales dañinas que rompían todas las reglas de la lógica, y una ignorancia absoluta sobre los verdaderos problemas del mundo.

Para Joe Biden, la lista de tareas no es pequeña. Cumplir las promesas de inversión en la lucha contra la emergencia climática reformando dramáticamente el tejido energético de su país, volver al Acuerdo de París y a la Organización Mundial de la Salud, restaurar las protecciones medioambientales irresponsablemente eliminadas por Donald Trump, reinstaurar la neutralidad de la red y la normalidad en la industria tecnológica, volver a replantear protecciones para los norteamericanos que tengan problemas de salud, recuperar la confianza en las instituciones, recuperar el empleo, crear una economía que reduzca la desigualdad…

¿Tenía que ser Biden? Llegados a ese punto, por supuesto. Un segundo mandato de un imbécil irresponsable como Donald Trump habría sido algo imposible de soportar para un planeta en el que no solo viven los norteamericanos, vivimos todos. En las papeletas de estas elecciones estaba el destino de todo el planeta. Como con cualquier otro presidente, tendrá momentos en los que aplaudiremos sus decisiones, y otros en los que no. Pero al menos, tiene un programa económico con sentido y que podría lograr una recuperación eficiente y unas metas razonables con respecto a la amenaza climática. Durante los próximos cuatro años, los Estados Unidos tendrán un presidente, con todo lo que puede y debe esperarse de un presidente, en lugar de un payaso descerebrado e irresponsable.

Y eso es enormemente importante. Acabó la pesadilla. Vendrán tiempos mejores, seguro.


This article is also available in English on my Medium page, «The nightmare is over«


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